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Es mi hora más libre. Aunque a la verdad, 10 que yo diga casi será lo nU.srno que ha dicho el Coronel CasfHlo. Supongo que U. lo habrá visfo.

-Sí, Jo he vis.!o.

y el General se puso a examinar con detenimiento los ternas que yo llevaba consignados en unas cuartillas para la mayor fijeza de la "infer–

víevT".

Viquez se afeita el bigote. Tiene dientes apl e±ados y finos por don– de silba la frase. Es gordo y blanco. Pareen un hombre impulsivo y re– sueHo. Es hijo del pueblo. con cara seria. Al ±;rntarlo, sus maneras resul– tan sencUlas. Yo soy natural de Tisma y rni infancia la pasé unas veces en la Cos1a Allánfica y otras en Managua, me decía.

Devolvióme las cuar±illas y quedamoG convenidos pma el próxüno día No tallaré, general, no fallaré

¿Se espontáneo? ¿Habló? Un poco de cahna.

El día siguiente, el de la cifa, fué día nublado para mí. Por ser p\ul±al a ~lla salí de casa bajo un ag uacero a huscar un carruaje de alqui– l$r. Caxninaba por una de las aceras del mercado nuevo cuando se me oqhó encima corno fiera un perro grande, plomizo, al que sujetaba con una cUel'da urJa mujer del pueblo. Le lneií las !nanas pero con esto no im– pedí que me diera un fuerte golpe en el estómago y me echara a perder el traje

¿Lo rnordió - señor, lo mordió'? pregunió la mujer.

-'--No; pero corno si me mo;rciiera -- Ah! dijo ella, al pobrecito me lo han envenenado. Esas manchas que se ven a U. son producidas por lá g;..-ása que le han dado, que va echando por el hocico: pobrecifo!

El perro había caído rígidamenle sobre la acera con un fuerte pa-rmcÍf:ano. ,

Torné el carruaje, regresé a casa, mudé traje y volví a buscar al Ge– neral Víquez.

-Atrás, atrás, gritó la centinela de la torrecilla que defiende lª Co– mandan cia cual1.clo el' can uaje -llegó al pie de la muralla. ]3s prohibido pasar en coche. , '

Hube de apear y:Ín~ dirigí al p:;¡r±ón dE> dich?!. oficina. Después de algÜhó3 requisifos y vacilaciones franqueáronrn.c la~nirada y esperé en el c,piTeddl". Vuelvo 195 ojos al fondo y veo a UI;l. artillero que abre y cierra

la i'ócámara de un hermoso 9aüóti rc',-ólver d.~ pl;"once que tenía la punte~~

ría en n ti dirección. – . -,-,Oficial, e,:liJe: a \1)1, r.niJi.tar q~E;l q¡;iaba a un lado: ~Hene carga ¡j6r

von±ura ose cañón? ' .

Me mjrQ c9f!, curiosi,dª.d. y~o.njestó displiceri!e: - íClaro: ¡esfá bien' cargado·. ':" . . _

En!orJ,G.es, pensé vi~p.do al l;l.I)illero: Si a ese ¡hisfar Se le va el firo,' como se dice el'). la jerg.a .de los' c~ar±oles, no

qüedb aqüí ni pªra contar el, c.uen10. Juan de Pios Uribe') parnaba a las balas, en su lenguaje pintores':

ca de rebelde, sagradasbello±as de la liberiad~ Diablo con pn bello±azo

de ese cañón revólver. Y todo esto, y lo del perro, me sucede por andar tras los militares buscando dalas para :mi libro. Esto de seguir a estos señores de espada ofrece dificuHades y peligros. Claro que sí! ¿Por qué se hará esperar ±an10 el General Víquez'?

Vino a carIar bruscam.enfe mi reflexión un empleado de la oficina de corba±ín verde, quien abril;mdo violentamente una mampara salió y di– jo:

--Don Francisco: el General Víquez no está aquí: se en(:uenfra en el despacho d,el señor presidente. Manifes±ó al salir que así se le dijerá a U.

y nada más? ~No dijo él cuándo podía volver yo para el objeto que conoce?

-No, no lo dijo

Me sentí contrariado y dispuse marcharme. El empleªdo me obser– vaba con ciedo aire socarrón, entre irónico y compasivo. Probablemente porque vió que el jele no me había concedido la entrevista.

:, -, Me despedí. La lluvia había cesado y el artillero del cañón revól-ver había desaparecido. '

Es lásfima, pensé, no poder oir la palabra del señor Víquezl debe saber muchas cosas; debe saber muchas.

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