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Barberena continuó al cabo de corlo silencio:

-Cuando Estrada dijo esas palabras me alegré en lo ínfimo del al– ma. Juzgué salvado al parlido conservador que era todo mi afán y mi deseo.

-y pudiera decir U. cual era el objeto que los llevaba a casa de don Tomás Maríínez?

-Querían Estrada y Díaz, como correligionarios, ponerlo al tanto de lo que había sucedido, de la necesidad de convocar a los amigos princi– pales del partido para conferenciar y resolver lo que debía hacerse.

Serían las tres y media de la madrugada cuando llegamos, y des– pués de conversar con Mariínez unos pocos minutos n03 dirigimos a casa del doctor Carlos Cuadra Pasos en donde yo me quedé, porque me seniía fatigado y COn necesidad de retirarme a casa a descansal. Por este moti– vo no pude presenciar el acto en que él general Es1rada dió a reconocer al señor Díaz como presidente de la República ante los puestos militares del Campo.

Cuando yo me quedé, ocupó mi lugar en el carruaje el docior Cua– dra Pasos quien acompañó a Estrada y a Díaz en su regreso a la mansión presidencial.

Allí tiene U. de manifiesto mi conducta en esa noche. Lo demás lo he explicado en "La Tarde".

y se quedó viendo el joven militar con su mirada inteligente. Vesiía traje elegante y en su corbaiín de seda iulguraba un alfiler de oro cuajado de perlas y brillantes.

Es un mozo de veintinueve años, resuelto y fuerte.

LOS HOMBRES DEL DRAMA

VII

MIGUEL A. CASTILLO

Estatura mediana, cuerpo lleno, color blanco, boca pequeña, nariz algo coría. Trato afable y cortés, tal el joven coronel, segundo jefe de la Comandancia de Annas de la capitaL

Lo visité en su despacho, den1ro de las murallas del Campo de Mar– te. Al saber mi propósito, contestó:

Con placer daré a U. los datos que quiera.

y juzgando su relato de gran interés, le cedí la palabra y tomé el lápiz.

He aquí lo que dice:

Como a las 7 de la noche del 8 de mayo em.pecé a sospechar que al– go grave se tramaba en el Campo de Marte por las disposiciones que ±oma– ban el Comandante de Armas general Moreira y el Coronel Víctor, del propio apellido, jefe de la artillería.

Esas disposiciones consistían en haber retirado de los puestos a la mayor paríe de la tropa que estaba de al.l:a, dejando apenas ocho núme– ros en la puerta de la C01nandancia y cuairo en los demás puntos de guar– dia.

En visia de estas irregularidades, me pt"opuse observar y estar aler–

ia. Ya avanzada la noche y creciendo mis temores, por las continuas idas

y venidas del general Moreira y de Víctor al despacho del presidente, fuí a rondar los retenes y tuve el acuerdo de prevenirles que duran±e esa noche no debían obedecer más órdenes que las mías.

¿Cuál era su empleo militar, le interrumpí?

Estaba de primer jefe del Estado Mayor. La ±ropa, advertida del peligro, obedeció mi consigna. Cuando volví, encon±ré la novedad de que Víctor Manuel había despojado de sus armas y reducido a prisión al co– ronel Salvador Noguera, hermano del general Mena y segundo jefe del fortín de La Loma y lo encerró en el cuarto del Mayor de Plaza coronel Víquez.

Entonces me convencí de lo que había sospechado, del peligro que cornamos, y resolví, de modo franco, dispu±arles la parlida, a pesar de 1m juventud y de mi posición de subal±erno.

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