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« Previous Page Table of Contents Next Page »-Oe suerie que no estuvo en el Campo de Marie en la noche del 8? -Sí, señor, esiuve. No podía dejar de llegar. Mi deber de amigo lne empujaba allá. Cuando llegué a lni habitación, después de salir del leairo, enconiré allí al docior don Alfonso Solórzano quien me dijo lTIUY alarmado que algo grave ocurría, pues los liberales se esiaban reuniendo en basianie núlTIero en casa del general Aurelio Estrada y que yo esiaba obligado a ir al Campo de Marie.
-Pronto, alTIÍgo lTIío, decía, pronio, váyase U.! ,
Imnedja±arncnie lne dirigí all~"t, y, en efecio, lo enconiré lleno de liberales en número de cuairocientos a quinienios hOlnbres. Al V¡;¡rlos, lTIe alarmé lTIuchíshno; 1emí por mi partido; pero no nle desanimé .Y procuré hablar con el presidenie. No fué esio tan fácil porque cosiaba lTIucho abrir– se paso enile aquella masa con1.pacla de hOlnbres.
-Sabía U. ya entonces ellTIo±ivo de aquel lTIovilnien±o?
-Rápidamenie y tan luego llegué, me enleré de él. Con mucho ira-bajo subí. la escala, Hena de gen1e, y peneiré hasta el presidenie que es– iaba acompañado de su esposa y del Minis±ro .Moncada. ROlTIpiendo con iodo nLiran"tienio y etiqueta, pues como revolucionario lTIe creí con dere– cho a dar mi opinión, le hiue presenie las cOlTIplicaciones que iba a aca– rrear e l paso que esiaba dando y los peligros que ofrecía. El pres;dente rete oyó con atención y después de ésto lo ví quedarse perplejo, vacilanie.
Hizo el coronel Barberena una pausa detenida como quien mira con fijeza en sus recuerdos y luego continuó:
--Pocos nlOn1.entos después se SLlpO que la guardia de la Coman– dancia de Armas quería insubordinarse por la separación del coronel Ví– quez; y entonces, dirijéndonos el Minislro Moncada y yo a la Comandan– cia, nos convencimos de la verdad de esta nolicia, la cual confirmamos al presiden1e.
-Pero bien, luvo U. esa noche una o varias piezas de arlillería a sus órdenes, según dijo la prensa?
-No señor; ni en esa noche ni en el dí.a 9. Yo no ienía mando nlÍ– litar en el CalTIpo Marie. En esa ocasión silTIplemenie era Jefe Político y Comandante de Annas de Masaya, de donde vine, con1.O expuse a U., 11a– 11."tado por el general Mena. Hecha es.ta explicación, permítame continuar.
En presencia de aquel grave conflicio, dijo el coronel Barberena, iu ve una inspiración repentil1.a: pensé en avisar lo que pasaba a don Adolfo Díaz y lo busqué inlTIediaia11."tenie en su casa. A mi juicio, era el lla11."tado a influir en el ánilTIo del presidenie Esfrada para hacerlo desistir de sus propósitos. Afor1unadamenie, enconlr6 al señor Díaz en ella y en breves palabras le cOlnuniqué lo que ocurría, lo mislTIo que la prisión del general Mena. Sí, 11."te confesió, acabo de verlo arresial- en la eslación. Yo venía con él de Corinio. y sin perder tien"lpo nos dirigimos al Campo de Marle.
-y luego?
-Tan pron:l:o llegalnos, Díaz habló a solas con Esirada. Fuá una c;onversación animada, larga, y en el movimienio de ellos se fransparen– iaba el capilal inferés que ella fenía. Yo seguía con la vista el semblan– fe de ambos, las impresiones de aquella inieresan±e discusión en voz ba– ja; procurando adivinar su resultado; hasia que al fin Díaz logró disuadir a Es±rada de sus propósilos. En consecuencia, resolvieron ir a hablar con don Tomás ~lIarlíl1.ez a cuya casa se dirigieron a pie acolTIpañados de un ayudanie.
-y que hizo U. entonces, coronel?
-1v1e quedé unos mo11."tenios en el calTIpo esperando un carruaje que enganchaban en el cual los seguí inlTIediaiamenie. Les dí alcance en la calle, frenie a la bo±ica del docior Nóbili y subieron ellos. Allí, en el fondo de ese carnlaje, en la inlimidad digarnos, le insinué al presidente la necesidad de depositar el mando en el señor Díaz para conjurar el peligro.
A Díaz seguralTIenie le mortificó que yo hiciera a quemarropa aque– lla proposición, porque repuso inlTIedia±amen±e: Yo no quiero nada de esas cosas y solo deseo que se salve el país y se eviten complicaciones y desgracias.
Después de larga meditación, Estrada dijo:
"Sí, depositaré; voy a hacerlo en U. don Adolfo".
y hubo un gran espacio de silencio entre nosotros nlÍel1.rras el carrua– je rodaba a casa del señor Mar±ínez.
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