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« Previous Page Table of Contents Next Page »:Recuerdo que en el gobierno del general Zavala era yo Comandan– fe de la Guardia de Honor. José Santos Zavala, que es compadre mo, y que entonces ya conspiraba fuerte, me ofreció la presidencia de la Repú– blica con el apoyo de todo el partido liberal si me sublevaba contra aquel. Mi contestación fué corno debía ser, en sentido negativo, severa y fuerte. Más tarde, en tiempos del doctor Sacasa, cuando la revolución de la Ba– rranca, recibí igual excitativa hallándome en el mismo puesto oficial, de parte de don Federico Solórzano y don Francisco Medina, fundador del Banco de Nicaragua.
Medina me dijo que podía traerme a la vista corno garantía las fir– mas de los principales amigos de la revolución, los cuales me apoyarían en caso que me proclamara presidente. Con el señor Solórzano conversé esias palabras: -- Yo no puedo aceptar el ofrecimiento que Uds. me ha– cen porque me lo impide :mi deber.
Solórzano me dijo: - Torne U. en cuenta que está de por medio la conveniencia de la patria.
Entonces le repuse: - Don Federico: - por encima de esas conve– niencias está el honor del hombre. Yo no hago caso.
A estos hechos recientes puedo agregar otro no menos importante: Me encontraba yo en Arnapala en la falanje que comandaba el general Máximo Jerez, el año de 1876. Era presidente de Nicaragua don Pedro Joaquín Chamarra. Los nicaragüenses estábamos organizados y marcha– rnos al inierior con los salvadoreños de quienes era jefe general Monte– rrosa y con los hondureños. Apoyábamos todos al Dr. Marco A. Soto que venía de Guatemala a hacerse cargo de la presidencia de Honduras en– viado por el general Jus±o Rufino Barrios. Nueslro propósito después de colocar a Soto era lraer la guerra a Nicaragua.
Un señor Gómez era el presidente de Honduras y a este iba a susti– tuir el docior Soio. Los falangínos habíamos acampado en Nacaome, cuando una farde me dijo don Ramón Sarria, compañero de destierro, que fuéramos a visitar al general Ricardo Streber, jefe importante de los hon– dureños, residente en la localidad.
Llegarnos a su casa y Streber noS recibió 1nuy bien. Al rato de con– versar, me dijo exabruptamente:
-Coronel Moreira, U. es un jefe prestigiado entre los nicaragüenses.
~Quiere U. junto con su tropa desconocer al general Jerez'? Esto puede ha– cerse a la hora en que las tropas hondureñas y nicaragüenses hacen ejer– cicio en la plaza. Si U. lo realiza lo pre:miaremos con un buen puesto pú– blico; por ejemplo, con la Comandancia de Trujillo, o con el que U. escoja. Jerez, continuó Streber, es un hombre iluso, sin plan fijo en sus procedi– :mientas y querernos poner término a sus cosas. - General Streber, le con– lesté, le doy las gracias por su buena voluntad; pero no puedo aceptar;
~o haré jamás traición a :mi jefe. Pocos momenlos después me enca:miné a la residencia del general Jerez a quién encontré sentado en una hama– ca con el general José Bobadilla. Le cuenta de todo, y después de oírme, dijo estas palabras, con el ceño algo plegado: Vaya entregarles inmedia– tamente las armas que me han dado. Yo no quiero presidencia ni nada de lo que ellos se hn~ginan. Yo busco cosas más grandes para mi país y para Centroaméríca.
Incontinenti, Jerez ordenó que la falanje entregara las armas al jefe hondureño y que nos dispersáramos.
Para socorrer a los más necesitados solicitó dinero a doña Juana Vela. Recuerdo estas cOSaS cual si ayer núsmo hubieran sucedido, agre– gó algo enmocionado el general Moreira. El señor Jerez, como de cos– tumbre, vestía un traje sencillo de dril y no perdió aquella gran calma con que resolvía sus asuntos.
Ahora bien, continuó, si el halago de la presidencia, cuando yo era joven, no torció :mi voluntad, ~podría lograrlo el ofreci:miento de un sim– ple Ministerio'?
Ya estoy viejo, agregó, despué3 de un momento de reflexión, y no tengo más ambición en 1ni vida que la de vivir en paz con :mis hijos.
Y se quedó viendo paternalmente a sus dos hijas Chepita y Esme– ralda, anfe quienes conversábamos en un saloncito de su casa en el cual brillaban dos lunas venecianas y se destacaban sobre las paredes cua– dros y paisajes de buen gusl0.
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