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cabezas canas, rostros curtidos por el sol y cruzados por una red de arrugas que conservaba cuidadosamen– te el polvo de muchos veranos

~ Sus ti ajes, con sendas rodilleras, flequillo hacia los codos y círculos de variado color en las partes pos– lefioles, daban claro testimonio de la exhautez de sus bolsillos Y por sobre todo ello, lo bondad, la cordia– lidad, la e,cuanimidad de sus corazones

A este grupo de personajes casi históricos, ponía su nota de color, de frescura y de alegría, el elemento joven de la orquesta seis o siete muchachos más ale– gres qua unas castañuelas, dicharacheros y guasones, dispuestos siempre a la broma yola fisga

Luis Felipe Urroz, artista de vuelos modernos, de inspiración y delicadeza, carácter suave, afable y de muy finos modales Era violín J9, dulce y espiritual

Bruno Salís, joven simpático, alto, blanco, ojos parlanchines, jovial, amigo de la broma ática y del epigruma sutil Otro violín J9, expresivo y firme. Angel Salís, primo del anterior Un tubista de J

(J, por Ja justeza dé su ejecución y el sentimiento que sabí:a imprimir !J las notas de su inslrumento

Ramón Zamora, mesurado y silencioso, de andar solemne y mÍlada profunda, de vida más austera de lo que podía esperarse en sus pocos años, y, no obstante, flautist exquisito, de dulce inspiración y ejecución de virtuoso

El Aparcero, (jamós se le conoció más que ese nombre que cariñosamente le daban sus compañeros) El ApOl cero era pequeñito, moreno, delgado, sonriente. Maneaba un contrabajo una vara más alto que él DÍ! íase que el Aparcero era dn apéndice ele su enor– me instrumento Sin embargo, cuando, arco en ristre y solfa al frente, ataca el Aparecero su papel, parece que crece y se agigante, y sujeta y doma aquel mons– truo que, bajo su mano experta, se queja y gime y se lamenta

Joaquín Vargas, timbalero y redoblante, hacía retemblar el edificio, y extremecer el corazón con el

I epiqueteo de sus elósticas baquetas que trasmitían su alma al parche.

Por último Tambulla, bajo Cómo se llamaría ese muchacho? Quien sabe Seguramente no lo sa– bía nadie Le daban cuatro apodos Clele, Chivo, Muerto y Tambulla Por este último lo llamaba todo el mundo, y a él respondf{J con la mayor natwaIidad, como si ese fuera su nombre de pila

La orquesta así formada, con elementos de mo– desta apar iencia, el a sin embargo, un verdadero poder cuando entraba al combate.

Los artistas sabían imprimir vida y fuego a sus valses, electrizaban con sus poIkas, daban languidez y vaguedad al espíritu con sus melancólicas mazurkas Si ejecutaban bailes de cuadros, como Los Lanceros o

lo Hija de Madama Angot, lo hacían con aristocrática elegancia, y un hálito de corte, de palacios y reale7as, se difundí por almas y salones

Si oficiaban en la iglesia, en los grandes festivales religiosos, también sabían ponerse a la altula Inter– pretaban con bl ío osi las solemnes creaciones de Ros– sil1i, Esclava y demás grandes maestros, como los ale– gres villancicos de lo Virgen y los cascabelinos mote– tes de pascua

Era de oírse entonces la voz poderosa de Soto, Sotillo como familim mente Jo llamaban, voz de tenor, sonom y vibrante, de gran volumen y extensión, y claro timbre, que llenaba Jos naves del templo y, escapóndo– se por las anchas puertos, se iba por esas calles hasta dos (' tres cuadras más allá

, . A este profesor lo había dejado en el tintero, quizá de plopósito para dalle más relieve, impulsada por un ,entimiento de afecto y gralitud Era de me– diana el ¡ad, <-omo si dijél amos el eslabón sue enlazaba los des gruJlos de la orquesta, jóvenes y viejos Gran solfista, hombre de tesón y energía Tocaba violín y requinto, pero le gustaba más el canto Cantaba en toda misa, función o rezo de rumbo, acompañado siempre por Rito Mena, voz de barítono y por Cacha– fla, un bajo de fuerza

¡ Oh la Zagala y la Morena cantada por ellos a toda orquesta! j Nunca, nadie las cantará igual! En los bailes, cómo embargaban el alma las divi– nas notas de la Giralda, arrancadas a aquellos violines dignos de Hungría, a aquellas flautas apolíneas! Aun vibra en los ordos Jo vigorosa armonía y rit– mo heroico del Caballero de Bronce

Todavía escucho los dolorosos gemidos del animal que muere en "La Cacería de Enrique IV!"

Siento aún la sacudida eléctrica que golpeaba el corazón con la música apasionada de Sngre de Viena! Más tarde, cuando la niña pequeñita fue mayor, al compás de aquella orquesla se despertaron en su alma los primeros anhelos por el arte, así como, a sus acordes, palpitó su corazón de mujer en el arduo giro de Mariposas Nocturnas, Mi Reina, el Danubio Azul!

¡Oh! Aquella orquesta era toda linO orques-la! \ Creo que si hoy pasara alguna vez, en noche de luna, vaga y quieta, por el Banco Inglés, el edificio de elegantes columnas ornadas de rosas trepadoras, qui–

.lá surgiera otl a vez a mis ojos, como en una cinta ci– nematográfica, la casona de los poyos

Quizá viera también aquellos viejos artistas, con

s~s' anteojos cabalgando en las narices, los ojos fijos en los papeles ganapateados, llevando el compás con el mal calzado pie, con sus cuerpos de viejos y sus al-mas de niños ' Quizá los viera otro vez!

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