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« Previous Page Table of Contents Next Page »LA MONEDITA DE CINCO CENTAVOS'
Los cinco centavos, de las refel encias antecedentes, estaban contenidos en una monedita de plata norteame– ricana, dividida en dos cuartillos, y se la llamaba inedio, porque dos formaban un real, de diez centavos. Tam– bién se llamaba la "La indita sentada", porque eh ella estabo acuñada fa figura de ro moderna diosa "La Li–
bertad' '. no en busto, como al plesente, ni de pie, como en su estotua a Id entradci de Id bahía de NeW York, sino sentacia 'muy tránquila y 'reposadamente. Quizás
porque en lo Nación de su origeií no hóbía: "los cu6n" tos criinenes cometidos' en su nombre", que dilo la ma– dama aquelta; ni el peligro de ser contiahecha por el lI–
bertinaje; oi la amenaza de "'05 huevos órdenes de lci
civilizaci61f'·. Pero' eso 'era en aquellos tiempos, porque en los presentes, la simpótica y attactiva diosa debe te– nelse en pie y estar 'muy alerta, piJes por doquiera los vicios de la humanidad tienden a aniquilarla para siem–
pre; y la tiener ya tan desacreditada, que un chispeante literoto sudamericano pudo escribir: "que al grito de ¡vi.. va la libertad!, muere el ganQdo", y se debe atrancar In puerta
AVERSION A LA ,MENTIRA
Con eMpalio me la inculcaba' mi Tío, porque había notado que era yo muy propenso a mentíl Me decía: "En boca del mentiroso' lo cierto sé hace dudoso". Tam· bién me decía: por la mentira; hasta los animales irra– cionales sienten repugnancid, y m'e contaba: que un ni– ño había enseñado tH;u perro a tróerléi la pelota de hiJle que él lanzaba leios, pero una vez hizo solamente el ademón de ti~ttrla, mas no la tilÓ, y el perro, engañado,
fué a buscada .fatigosamente y no la halló; y cuando re" gresó, vió al muchacho con la pelota en la mano y rién– dose por burla. Por esto, el animal aquél jamás volvió a jugar con el niño mentiroso. Asimismo me advertía: que la Sagrada EsCl ¡tura llama 'a la mentira, "La hija del diablo", ("on la que habría qiJe desposar a los niiios que asiduamente fa obsequian siendo mentirosos
Teoía él gron, perspicacia pOI a conocer cuando yo le estaba mitiendo, y me increpaba diciéndome: dime la verdad, glandísimo embustero; mientras yo, dentro de mí, de<:ía: cÓmo sablá que no le e:stoy diciendo la ver· dad.
Ese calificativo de embustero rile sonaba a cosa muy mala y muy fea y el que me lo aplicara me causaba mucha vergQenza
No tuve que corregilme de: mentilas perniciosas; que hacen daño al prójimo, porque, gracias a Dios que me dió un corazón un tantico bueno, nunca las dije. De las oficiosas pala disculparme, u oeuhar la verdad a quienes tenía obligación de decírsela, me corregí poco a poco pero de las jocosas, por diversión o juego, que continu6 diciéndolos, cómo buen granadino descendiente de andaluces, no me corregí hasta que fui Clérigo; cuan– do leí la severa sentencia de un Santo Padre de la Igle. sia que dice: "Las bromas, en la boca de un seglar, son donoires, péro en 'o de un eclesiástico, suenan a blas– femia" •
Comó apéndice, muy a propósito, a la anécdota que antecede, referiré un suceso importante
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Cuando eh OCtubre de 1924, legresé de Roma de practicar la Visita ad Límina, los exalumnos del Instituto Peclagógico de ManagUa me dieron una Recepción muy
gl Cita;, y por boca dél que me ofreció el homenale se
pu~;e'roh a mis órdenes en todo ló que fuera paro la g\o'ria de Dios, bien dé nuestra rel!gión y venturanza de la patria Acepté complacido la oferta, y poro llevarla
Q la prácticu les dicté, cual un conciso programa de re– genelación religiosa, social y político, la siguíente orden del. día: "Ayudadmei carísimos jóvenes, a extirpar la mentira, que es una grande ,calamidad entre nosotros, como epidemia endémica"
: " E~o les' dije, bajo la ingrata impresión que había sufrido la víspera de la, Recepción, despachando en mi Cur,ia.
, A la que llegó un 91 upo 'de. hombres a proponerme, para servir una mayordomía religiosa, un candidato idear: excelente padre de familia; casado cCtriónicamen-' te, dueño de plopiedades, virtuoso, sin vicio ninguno; a poco llegó otro grupo a reclamar contra el candidato plopuesto que era: un ladr6n, borracho, concubinario y que no tenía ni en qué caerse muerto ¿Cuál de los dos
91 upos dijo la verdad?, no pude averiguarlo: porque los testigos, citados al efecto, cojeaban del mismo pie, de apasionamientos por contrarios intetesas.
BROCHE DE ORO
De la comprobación de la severa fOI moción moral que me dió mi Angel tutelar visible, mi dilectísimo Tío. Cierto día, mientras ~I celebraba el Santo Sacrificio de la Misa, yo me puse a jugar con un compoñerito que cerca de mí estaba. Tal desorden lo vió el Mayor– domo de San José del templo parroquial de Jinotepe, llamado Hipólito, ¡nombre imborrable de mi mente por siempre jamás-, y lo corrigiÓ dándome un coscorrÓn y
separándome, violentamente, del inocente cómplice a quien yo había inducido a jugar ,conmigo en el Santo Templo
Aquello me encolet izó, y formé el pi opQsil0 de que– ¡arme a mi Tío por el mal trato, tan luego él llegara a
la sacristíci Pero el ferol Mayordomo me toii1Ó la de· JOlitel a; pOTa decide a mi Tíó: Señor, como el niño esta· ba jugando durante la Misa, yo lo obligué a estarse quie– tó. Y cuando yo esperaba que le respondería: nadie te ha dado derecho para que lo corri¡as; vi que, vestido aún de los sagrados ornamentos, le abrió los brazos cd. mo paro abrazarlo y le dijo: ¡Oh Hipólitol, siempre te he creído mi amigo, pero nunca me has dado mejor prueba de amistad que ahora que castigaste a este zángano irre–
verente, selialándome a mí; a quien llovió sobre mojado,
pues con el cíngulo bendito me pegó formalmente, y me puso cle rodillas ante un grande crucifijo en señal de penitente
UN CASO DE AQUELLOS TIEMPOS
En aquellos tiempos esa pródica de agradecer la corrección de los niños era casi general entre los buenos padres de familia y tutores. Cuando el maestro casti· gaba 'justa y oportunamente d Un niño, el padre de éste, con el propio delincuente, le envióba un cariñoso obse– quio
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