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MI FORMACION, MORAL

tarían en contra, porque no tenían del estado eclesiástico el alto concepto que tenia yo, que era tanto, que si algo podría retraerme de mi prop6sito era el no tener méri– tos bastantes pOI a estado tan santo Uno solo, de esos compañeros, FiI~delfo Chamorro, más que mi amigo, el hermano de mi alma, me di¡o seriamente: porque mucho fío en tu bue'n juicio, no contrarío tu resoluCión, desean– do que por ella encuentres tu' felicidad

¡Este voto de aquel amigo verdadero, se ha cumpli– do plenamente!

La luyo a' su cargo mi venerado Tío, sacerdote, que fué mi prototipo cuando Dios N S se dignó lIamárme al Sacerdocio¡ a quien Id Divina Bondad habrá pagado tocio el bien que me hizo; y a quien yo pagué, del mo– do posible en mi pobre orfandad, procurando agradarlo en todo y no desagradarlo nunca

Era él enchapado a la antigua, hombre de antaño, inflexible en la aplicación de sus principios morales, y en cuanto a mí, de los siguientes:

"Debe Clmarse al niño, pero no mimarlo, porc¡ue 105

mimos quitan fuerza a su voluntad y temple a su espl– ritu para la abnegación Y el sacrificio. "Quien bien te quiere te hará llorar, quien mal te quiere te hará reír", máxima tomada de la Sagrada Escritura, que dice: "A

105 que Dios ama 105 prueba y los purifica como el oro en el criso' ' '.

"Debe evitarse el mal para no tener que remediar– lo; y es mejor prevenir el castigo que imponerlo".

Segundo: dé los un tanto mayores, estudiantes del primero de Secundaria; de ellos están: el Dr. R, Rosehdo Chamor ro, que nos embele~abCl refiriéndonos, con una gracia singular, los cuentos de Los mil" Y' unCí noches, su hermano D Agustín, partó en hablar y pródigo en pensar, y el Genera,1 D Frutos Bolaños.

Tercero: de mis condiscípulos de Primar ia, de los que existen: D Leopoldo Vargas, O José María Arana,

D Ernesto Carozo Hurtado y, D. Francisco Sacdsa

Cuarto: de los mós chicos que yo, de la clase ele– mental; de los que sobrevive, felizmente ,el Dr D Juan José Martínez.

En este punto, consagro un a fectuoso recuerdo, en– tre los fallecidos, inolvidables: al Dr Filadelfo Chamo– rro, mi predilecto: a Don Ramón Cuadra, de todo mi ca· riño; al Dr; Luis F Marín, íntimo mío; al Dr. Felipe Avi– lés, carísimo compañero, al que presento, sin nombrarlo, en la anécdota, "Una Riña Pacífica"; a D. José María Falla, dilectísimo; olOr Albino Román y Reyes, quien, por algún tiempo, convivió conmigo en el seno de mi familia; y á D. Ignacio Baltodano, unido a mí por mutuo

y perseverante cariño.

iQué estragos Ion tremendos los de la muerte, diez– mando las humanas generacionesl Y con cuánta exacti· tud se afirma en los cómputos estadísticos: qué de un mil que nacen sólainente el cinco por ciento lIega'n ci los cua– lente\ años, °

sea: a la juventud de la vejez; y mas allá, uno que otro, por casualidad. •

MI P::RTIFICADO, DE ESTUDIO

Lo pedí para mi ingreso, en febrero de 1883, al Seminario de San José dé Costa Rica y me lo extendió el Licenciado D. Nicolós Quintíh Ubago que, generosa– mente, lo e!1cabezó así: "Certifico: que don José Antonio Lezcano y Ortega, alumno aprovechadísimo y de inta· chable conducta, etcétera"."

Lo de .iaprovechadisimo", me estimuló a procurar serlo; lo de "intachable", me causó algún remordimiento en mi ,conciencia que me acusaba de algunas tachas, como éstas: me compliqué, un tanto, con un gr!JpO de alumnos que tirmon unas piedras a unas puertas para hacer ruido,' que yo' también las tiré, tontómente, por– que los del grupo me las pUsieron en mi bolsillo; de cuando en vez, pisaba los talones a los de adelante yen– do en formación; y la riña aquella, que, aunque pacífica, no fué reglamentaria

Mi querido maestro D Nicolás fué de aquéllos que, queriéndolne y apreciándome de veras, aprobaron, has· to con entusiasmo, mi determinación de ser clérigo: apro– bación que en el Sr Ubcigo documenta su fitmé fe reli·

9;650, sintetizada en su alto concepto del Sacerdocio católico; y quizás por simpatía a esa, para él grata de· terminación' mía, puso en el certificado lo de aprovecha– do en superlativo y sin tacha ninguna en mi conducta.

UN PLEBISCITO

_" y aquí debo recordar, que algunos de mis compo– neros de Colegio, con referencia a esa determinación, me propusieron un plebiscito para dar su voto; lo que yo no acepté diciéndoles: que estaba seguro de que vo~

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"Arbol qlle crece torcido nunca su tronco endereza". "Acostumbrando el niño a cumplir con sus deberes, se l. prepara de modo que, va

hombre, use bien de sus derechos".

, "El niño debe estar a la vistCl de todos, no escon– dido en rincones".

Estos principios me los aplicó en todo su benéfico alcance y, en veces, con rigor; lq que paso a comprobar con lo que expongo o continuación.

MI OBEDIENCIA

Debía ser pronta, cumplida, exacta, sin subterfugios ni enredos, a todos los preceptos de mis superiores; y de modo que, así como no se concibe lo absurdo, yo no concebía poderme rebelar contra la autoridad.

Esos preceptos, eran entre otros: no hacer nada de importancia, ni salir, de casa, sin permiso expreso, y es– tor en ella, ineludiblemente, antes del anochecer; respe– tar a las personas mayores cualquiera que fuero su con– dición; no decir palabras vulgares, ni que causaran dis– gusto a persona alguna; no ver los defectos ajenos, sino los propios; "No viendCl la paja en 105 ojos de 105 otros, sIno la viga en 105 mios": no desperdit'iar la comida que llamaban el "El pan de Dicis", ni titar las sobras, que había hambt ientos que los necesitaban; y no oír lo que conversaban las personas mayores

HAY MOROS EN LA COSTA

Acerca de este último precepto, debo consignar: que

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