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Ultimo recuerdo de cuando ela yo chico: que las pelsonas de mi familia, que se intel€>saban pOI mi bien; poro precaverme del feo vicio de la vanidad y de su feisimo hija la petulancia, me hacían C1eel que yo elCI feo y de ordinario me decían el fierísimo; a lo que daba yo algún motivo por mis descuidos en el peinarme, la– vorme y vestirme; pero lo cosa no ela para tanto, y al declarwme feo mucho se exponían
(1 conculcar 105 f uel os de la verdad
Como pude comprobarlo en el Colegio ele Granada,
ú donde llegué con mis cachetitos sonrosados por el sua– ve dima de la adual cabecera del depCltamento de Carozo, mi amado Jinotepe; que los alumnos mayores querían besarme, cosa que me repugnaba sobre manera, pero que me hacía dudar de mi fealdad, pues nadie acaricia lo feo
Que yo fuera feo, físicamente, o que no lo fuero, dejó de importarme cuando entendí que la belleza del alma es la que importa
MIS TRUCOS
TRES, VALIENDOME DE COMPINCHE, Y LOS RESTANTES, POR MI MISMO
MI FINO OLFATO
Ponía sobre una mesa cuatro palitos de fósfolos, proponit;mdo que tocClan uno, que yo adivinaría el que había sido tocado Me alejaba; tocaban el palito; vol– vía yo y alío 105 cuatro palitos uno por uno, haciendo gestos de afirmación o de duda Al oler el que había sido tocado, mi compinche plensaba con su pie el mío, debajo de la mesa 01 ientado yo con ese toque de pies, repetía la olfacción y con una mueca muy expresiva de afirmación, tomaba en mis dedos el palito tocado, exclamando triunfante: ¡éste es, sin duda!
GRANOS DES~IECHOS
Presentaba a los expectadores tres granos de maíz, asegurándoles, que después de mascarlos los ostentaría entelos
Al efecto: mascaba el primer gl ano y cuidando de guardar un pedacito debajo de la lengua, lo echaba de la boca; así el segundo; el tercero no lo mascaba, y
arrojaba mascados los dos pedacitos reservados del pri– mero y segundo Haciendo un gesto como que eructaba, sacaba el grano de la boca y hacía como si lo metiela en el puño cerrado de la mano de mi compinche lo volvía disimuladamente a la boca y lo mostraba como el segundo, metido en el puño; así por la tercera vez, y al ~inal lo tiraba lejos Para terminar soplaba sable el puno del compinche que abiel to no tenía nada
ESCRITURA SORPRENDENTE
Con un palito puntiagudo, mojado en un líquido grasoso, escribía en la piel de mi antebrazo izquierdo, alguna cosa corta, notable por ejemplo: 15 de Septiem– ?ra de 1821, y esperaba a que se secara, para bajarme a manga de la camisa sin rozar lo escrito
Así preparado, invitabcl a los concurrentes a que escl ibiercln en una cUOltillCl de papel, que les ofrecia, alguna cosa de importancia en pocas palab;as, com– plometiéndome a que, quemada la cUC1ltilla, lo escrito ufx'recel ía en mi brozo Si alguien decía: voy a escri– bi; tal cosa, yo le leplicaba: eso no, porque es una ton– teria, hay que escl ibir algo de importancia; en esto mi compin<.lle ~e ofrecía para escribir, 15 de Septiembre de 1821, Y yo ~:rep1'ubo en1usiasmado diciendo: eSo sí, eso es patriótitO, eso es sentimentol
Escl ita lo convenido, quemaba el papel con un fós– foro y la ceniza me la pasoba sable el indiCCldo antebra– zo, la que pegada a la grasa de lo escrito, éste aparecía con toda clal idad
y como pudiera objetarse, en este truco, la diferen– cia entre mi escritura y la de mi compinche, no hay que olvidar, que los garrapatos que escriben los niños son casi idénticos
ADIVINANDO LAS CARTAS
Aprovechando la intensidad de mi vista de ntno, adivinaba las cartas de naipe, de este modo: me las po– nía en la frente, invitaba a uno de 105 plesentes a que las milOrCl de cerca y yo le miraba sus ojos, en cuya rel'ina se reproducía la carta con plena exactitud; y así, ya podía ir diciendo sin errar: rey de espadas; sota de oros; caballo de bastos; etcétcr a, etcétera Si el mirón bajoba la vista yo nocla podía adivinar; y esperaba con paciencia a que volviela a levantarla
lA PRINCESA CUSTODIADA
De los naipes sacaba un ley, dos caballos y una sota, cal tos que ponía sobre la mesa, descubiertas, y refelía el cuento siguiente: que el ley debía enviar a su hija la pi incesa, la sota, paje a quien yo imaginaba mujer, a cclsal se con el príncipe del reino vecino y que la envió custodiada por dos cortesanos armados, los dos caballos y con la orden, que a quien tocata a la princesa lo castigaran; contado esto, cubría la sota y 105 dos caballos y las movía aparentando que iban en ca– mino al vecino
I eino; de pronto las dejaba de mover y proponia que adivinaran cuól de las tres era la sota, y como el adivinarlo era facilísimo, no faltaba quien le– vCll1tando la COIto clijera COIl pleno acierto: ésta es Al pun10 le daba una palmada en la mano al adivinador, diciéndole: el rey orden6 que se castigara a quien tocara
II la pi incesCi El susto del trasglesor de la leal orden al lecibir la palmclda, era grande, y grande también la risa general
FORMANDO UNA CRUZ PERFECTA
Puestos sobre una mesa tres granos de maíz, invi–
:0 bu a los pr esenks a que formaran con ellos una cruz; lo que era imposible con 105 dichos tres granos, pues apenas podían fOl mOl un ti iángulo, un garabato o una v de VClca y no b de burro Cuando ya se daban por vencidos, yo ¡amaba 105 tres granos con mis índice y pulgOl de la derecha y con ellos hacía en la tabla de la mesa dos rayas en forma de cruz, con lo que resolvía el problema a satisfacci6n de todos
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