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las cuales coronan unas copas opulen.1as con arabesco" pintados de ver– de y oro; después de examinanne con de±enimien:l:o del pie al pelo, el cabo de guardia permitióme la entrada.

La centinela del segundo cuerpo :J:ambién me dejó pasar.

E hice espera al pie de la escala en 103 paDillos del piso bajo del edificio.

La guardia a un lado, y sobre ásperas y rús±ir.as bancas la gente sentada que aguarda su turno algulJss veces dUlo.nie hor'as: el ±on"lo de la audiencia.

Frente a mi banca, unas mujeres del pueblo de clHerenre edad y

color; un cojo, un n,anco y un tuerto. Casi lodos descalzos: solo el cojo iba calzado con zapa10s de cuero rojo, En algunos semblanies se pinta– ba la ansiedad; en 01ros la duda; en esle la desespel ación ¡ en casi iodos el aburrimiento, la tristeza, el bostezo.

Una falange de moscas negras lll;l.cía la guardia a ios que espera– ban, la mosca del charco, del pantano. Zumbaban 30noralT1.en±e sobre los pies descalzos, o irepaban sobre las narlces, sobre las bocas, sobre la fren– ie. 1 Qué fastidio!

No soplaba ni una ráfaga de aire; el calor empezaba a sofocal'! A mi derecha quedaba un procurador, espírifu iravieso, fisgón. A r.ni iz– quierda, un escritor y poela llena talvez la menle de quimeras.

y ví el desfile de los que n,e precedieron y que no pertenecían co– rno nos01ros a la audiencia pública: entraban sin anunciarse. Ingleses, americanos, Halianos, mejicanos, hijos del paiz, subían y bajaban por aquella escala angosta, fueríe, con caprichosas caladuras, llevando una esperanza, irayendo un consuelo, un n. promesa. Rápidos, animosos unos; desfallecidos y dolientes 9iros: refbxivo ésie, canado y sonLbrío aquel. Aquel. ascender y bajar d~ hombres corno une, visión de aquelarre se me aniojaba una maravillosa escala de Jacob -cuerda de inforlunio- par donde se encumbran o despeñan los coraZOl1es.

y así pasó el tiempo hasta que una l-nen1irilla venial del Procura– dor me permitió subir a mí también para seguir esperand0 allá arriba, en el descansillo del segundo piso, frünte al despacho Llsl Presidenie.

Largos, larguísimos fueron aquellos ¡noluenlos.

Las cornetas de los cuarieles habían dado ya las doce y lranscun-ió 'un cuario más.

Muchas personas esperábarno3.

De improviso se abre la puerla, aparece l.ln edecán y grita:

Señ9res - se suspende la audiencia po~' haber pasado de las do– ce.

Así lo dispone el señor Presidents - sólo podrá pasar don Francis– co Huezo.

Cuando iodo mi Hempo lo creía pel clido -mnacló de súbifo mi espe– ranza y ení'ré rápido. Entre haciendo una coT±esia a la persona que veía seniada en la cabecera de la mesa donde despacha el Presidenie, una me– sa sencilla de caoba.

-Señor Pre. di~e.

y las palabras esplraron en rnis labios.

En luga.r del Presidente, ienía po¡- delanie ¿a quién creerán usie– des? - eA quién?

Pues nada menos que al mismo i.Jecre!ario p-rj,vado señor Cuadra con quien había hablado yo muchas veces. Se puso ele pie al venne y me apreió sonriendo la mano, iodo él respirando buena salud, correcta– mente vestido, de corbata blanca, con su cara de canónigo si aquellos ojos picarezcos que me miraban con malicia, no fueran esencialrnente seglares o mundanos, Tableau!

-Pero amigo, le dije; pero señor Cuadra, pel-O Saliéndome al paso, exclamó con sorna:

-El señor Presidente me encarga que lo reciba y lo salude y que me explique U. su solici:l:ud para darle cuenta. :]i su visita ilene relación con el libro, ya se lo dije a U. varias veces.

Lea U. señor Cuadra: lea U. 10;3 puntos de la "interview": nada tie– nen de comprometedores.

. . . y le dí mis remas.

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