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La estación de las lluvias había cesado y la fiebre se propagaba como un incendio.
Nos echaban de noche los muertos del cólera en el agua
y se oían los gritos de los enfermos que deliraban pidiendo agua
-¡Agua, agua!
Arrojábamos los cadáveres a los incendios
y el humo acre que despedían nos enrojecía los ojos
y ese humo y el polvo
y el sol sobre el empedrado y las llamas de las casas y la pólvora secaban más nuestras bocas
y los soldados dejaban de pelear para toser
V eran heridos mientras tosían
y caían por tierra todavía tosiendo.
Se hacían nuevos intentos por llegar al lago que brillaba al final de la calle como vidrio,
blanco como hielo. Sabiamos que muchos cuerpos se quemaban.
y muchas quejas subían de las calles por la noche.
y de las afueras, el olor dulzón de los muertos.
y Walker entretanto:
¡tomando baños demar en San Juan del Sur! Adonde no llegan las detonaciones de los cañones
y aun tal vez ni nuestros mensajes.
Los días pasaban sin recibir ninguna noticia.
y vuelvo a ver aun ahora en mis pesadillas nocturnas esos días.
Ya no se reconocían las casas que habían sido falnilires
y apenas si se distinguían las calles bajo los escombros
-una imagen de la Virgen colgada sola en el muro negro.
Y el lago de color de ceniza tras los escombros.
Agua del color de los ojos de Walker tras los escombros
que formaban siluetas irregulares por la noche.
Y recuerdo una iglesia de la que no quedaba sino el pórtico como un arco de triunfo.
Y al reguero de pólvora en la calIe del lago se le dio fuego.
y el mensaje de Henningsen fue:
"Su orden fue obedecida señor:
Granada ha dejado de existir".
Por fin llegó el auxilio,
con lValker en persona que se quecló en el barco,
y l'econocimos en la noche los disparos desde lejos. El agua estaba quieta y. pesada Como el acero
y los fogonazos de los rifles se reflejaban como relámpagos.
y entonces fue cuando aquel coronel Jack de Kentucky, rompió las líneas,
y cuando Dixie, el vendedor de periódicos, tocó la corneta
y en la oscuridad de la noche de colina en colina brilló como una luminaria esa corneta hasta llegar hasta nosotros los sitiados, haciendo de los 350 que venían
como un ejército inmenso en perfectas formaciones avanzando eehándose a tierra todos a una
y poniéndose de pie y con los largos rifles
disparando. Eran cerca de las 2 de la madrugada del 14 cuando todo estuvo a bordo.
Henningsen fue el último en dejar Granada. Entró a la gran plaza desolada
y aUí vio a su alrededor la obra que habia hecho;
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