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y hubo que empujarlo para que él no lo oyera. Corral fue fusilado a las dos de la tarde.

Geelman dio la orden:

\Valkcr a cierta distancia, a caballo, sin tomar parte.

y hubo luto en muchas, casas. Olmos esos llantos.

y después hubo una gran calma, Como antes de una tempestad. lValker se proclamó Presidente

y decretó la esclavitud y la confisoación de bienes.

y enemigos que no veíamos alrededor de lagunas se juntaban.

La peste hizo su entrada con tambores fúnebres ese invierno.

Todo estaba tranquilo un día,

cuando empezaron a oirse las. prImeras descargas acercándose

y los gritos de vivas en las afueras,

y el ruido de las armas y las balas de los rines cada vez más cerca,

y el enemigo dirigiéndose con rapidez en dirección a la plaza.

-A mi me habían dejado en Granada y puedo contarlo. Los hombres desarmados en sus casas y matados delante de sus familias;

y un niño asesinado mientras estaba comiendo. Cortada la comunicación con el muelle. -Sitiados:

Las patrullas abajo golpeando las puertas.

y del enemigo lJegaban risa's y guitarras con fogatas por la noche

y al amanecer, había mujeres enlutadas en las calles.

y entonces vino aquel inglés C. F. Henningsen,

que babía peleado contra el Zar y en España y por la independencia

de Hungría.

!Y si hubiéramos podido entonces embarcarnos y dej,ar la desolada Granada

-EL CASTILLO BLANCO, como nosotros le deciamos– con sus calles ensangrentadas y sus pozos hediondos llenos de muertos,

y las muecas de los muertos a la luz de los incendios en las calles! Nos defendíamos de las balas tras montones de muertos. El día era caliente, y el aire lleno del humo de los incendios.

y hora tras hora sin dejar de mirarlos,

sin dejar de mirar a los enemigos, hasta que por fin vino la noche

y se callaron los rUles. Hennlngsen hizo trincheras esa noohe

y al día siguiente

el sol iba saliendo del lago como una isla de oro y los disparos y el silbido de las balas y las quejas

DOS anunciaron que un día más de horror había llegado.

y habíamos venido a una tierra extraña en busca de oro y am estaba el humo por todas partes y las calles llenas de mercancías y de muertos. Sólo se oyeron disparos a distancia el resto del día y los lamentos de los atacados por el cólera. y la voz serena de Henningsen animando.

En los balcones en los que antes se sentaran las muchachas oon sus ayas,

ahora asomaban con sus largos dnes,

los rifleros, y en vez de polkas y valses, los disparos • Al otro dia

las últimas casas de la plaza fueron quemadas.

La ciudad con las descargas y el humo y la pólvora parecía de lejos como en un día de fiestal

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