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(88)

De Brissot, Dolan, Henry, Bob Gray;

el bandido, el desiIucionado, el vago, el buscador de tesoros; los que quedalon colgados de los árboles y meciéndose bajo los hediondos cóndores negros y la luna

o tendidos en los llanos con un coyote~solo y la luna, el rille junto a ellos;

o en las calientes calles empedradas llenas de gritos,

o blancos como conchas en la costa

donde las mareas los están siempre cubriendo y descubriendo. Los que pasaron todos esos peligros y aún viven todavía. Los que se qucllaron para casarse allá después y vivir en paz en esa tie:rra.

y estarán esta. tarde sentados recordando, (pensando escribir tal vez un día sus memorias)

y su esposa que es de esa tiena, y los nietos jugando.

Los que desertaron con Turley, adentro, hacia las minas de oro

y fueron rodeados por nativos y perecieron.

El bom'bl'e que cayó dormido al agua desde un barco _soñando tal vez con batallas-y nadie oyó sus gritos en la osouddad si es que gritó.

Los que fueron fusilados por Walker contra una iglesia gris.

y después, el propio Walker, fusilado... llonrsby habia estado en Nicaragua

y hablaba de sus lagos azules entre montes azules bajo el cielo azul, y que era la ruta del Tránsito y la gran vía, el muelle de América.

y que se llenaría de barcos mercantes y de extranjeros hablando todas las lenguas, esperando el Canal;

y cada barco trayendo nuevos aventureros;

y las verdes plantaciones con tus grandes casas blancas Con terrazas;

y la esposa del plantador instruyendo a los hijos de los negros;

y los campos con aserrios y avenidas de palmeras y rumores de ingenios

y los caminos llenos de diligencias azules

y las tucas bajando los 1 íos.

Vi por primera vez a Walker en San Francisco:

recuerdo como si lo viera su rostro rubio COmo el de un tigrej sus ojos grises, sin pupilas, fijos como los de un ciego,

pp-ro que se dilataban y se encendían como pólvora en los combates, y su piel de pccas borrosas, su palidez, sus modales de clérigo, su voz, descolorida como sus ojos, fría y afilada, en una boca sin labios.

y la voz de una muler no era más suave que la suya: la de los serenos anuncios de las sentencias de muerte.

La que arrastró a tantos a la boca de la muerte en los combates. Nunca bebía ni fumaba y no llevaba unüorme. Ninguno fue su amigo.

y no recuerdo haberlo visto jamás sonreir. Zarpamos de San Francísco el 55.

Aquiles Kewen y Blll Y Crocker, JIonrsby y los demás:

-a bordo de un buque filibustero! Hubo tormentas en Tehuantepec, y por las noches volcanes intermitentes en la costa como faros. En el Golfo de Fonseca, tras las islas azules, vicjos volcanes ruinosos como piráblides, parecían mirarnos:

¡La tierra donde pasalíamos tantas aventul'as.

donde tantos de nosotros mOl'iJ:ían de peste o peleaQ-do!

y la selva con un silbido llamanll0, Jlamando,

con sus gruesas hojas carnosas, rotas, chorreando agua;

y COmo un constante quejido..•

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