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En el asalto sorpresivo de Rivas, ocupada por los costarricenses, tan b~en urdido por Walker, el 11 de abril, mandó Natzmer la segunda columna de rifleros, logrando, con el Mayor O'neal, tomar posesión de importantes casas "teniendo su gente bien preparada y haciendo un fuego nutrido y certe– ro contra las filas enemigas", según el texto del

propio jefe de la Falange.

Como los contendientes en la acción de ese día se encontraban separados por muy corta distancia, Natzmer pudo fácilmente identificar en las tropas nuestras a varios combatientes que eran vecinos de San José y que él conocía como personas de alguM na significación. Sucesivamente los indicaba a los mejores tiradores suyos, para que dirigiesen, de pre~

ferencia, sobre aquéllos, sus certeros disparos. Tal proceder fué ratificado y comentado ampliamente por los expedicionarios costarricenses a su regreso de la campaña.

Bien caro, segando numerosas vidas, cobraba Natzmer a nuestros abuelos el que se hubiesen ejerM cido sobre él los trámites de la justicia como conse– cuencia de sus graves pontravenciones al Código mi– litar!

Al emprender Wa]ker ]a retirada, después de haber visto malogrado el objetivo primordial de su ataque sobre nuestros compatriotas, Natzmer fué es~

cogido por su jefe, para adelantarse hasta Grana– da, y remitir a Nandaime todos los caballos y mulas disponibles, así como provisiones, para auxiliar las destrozadas tropas yanquis.

El 12 de junio se vió Natzmer envuelto en muy seria dificultad. Encontrábase ese día, de orden de Walker, en la ciudad de León, al mando de dos com– pañías de americanos, para vigilar a los demócra– tas, de quienes los invasores recelaban. Dispuso en la mañana que un destacamento de su fuerza, en sustitución de soldados leoneses, resguardase el edi– ficio conocido con el nombre de El Principal, situa.,. do en la plaza y en el cual se hallaban depositadas las armas y pertrechos. El hecho despertó gran revuelo en el vecindario y fundadas sospechas so– bre los verdaderos propósitos de los americanos. Como la efervescencia aumentaba con las horas, Natzmer hizo concentrar su tropa en la plaza y te– meroso de ser agredido de un momento a otro, se puso a la defensiva. Entre tanto Jerez, Ministro de la Guerra, le ordenaba desocupar las) torres de la catedral, para poner allí soldados del país. Natz M mer, antes de obedecer, pidió instrucciones a Wal– ker, que se hallaba en Masaya. Esto comprendió que le convenía esquivar el conflicto y or(lenó, en consecuencia, que las fuerzas americanas se reple– gasen a Nagarote.

El 12 de julio se verificó en Granada, con gran aparatosidad, la toma de posesión de la Presiden~

cia por el Gral. Wiliam Walker, a raíz de unas frau– dulentas como irrisorias elecciones.

Según el malogrado historiógrafo don Salvador Calderón Ramírez, en esa fecha, después de la ce– remonia oficial de la juramentación, verificóse co– mo parte del programa, un banquete de 100' cu– biertos. A él concurrieron, con el Presidente in–

huso, el Ministro americano Mr. Wheeler, la Pla– na Mayor del ejército, varias damas, empleados ci– viles y personajes particulares afectos al régimen imperante.

En ese acto, Mr. Wheeler, con gran énfasis, a– nunció que tenía autorización para reconocer, a nombre de su Gobierno, al nuevo Presidente de Ni– caragua. Luego, en su brindis, el diplomático ame– ricano, formuló sin rebozo, su anhelo de que Wal–

ker en 'breve llegase a ser el 'Presidente de la Amé– rica Central.

Los vítores y aplausos de la enardecida concuM rrencia vibraban de continuo en el amplio recinto.

·La fiesta había alcanzado la plenitud del rego– cijo. En momentos en que el caudillo de los fili– busteros aceptaba complacido las congratulaciones con que le halagaban los concurrentes y llegaba su condescendencia hasta tolerar que el Gral. Horns~

by, que no estaba m'l;1y seguro de sus pies por las repetidas libaoiones, le diese un efusivo abrazo, hizo su entrada en el salón Mr. Thomas, Srio. par– ticular de la Presidencia, y con gravedad suma, pu~

so en manos de Walker una esquela, manifestando haber sido traída por un jinete e~preso, que a revienta cincha cubrió la distancia que media en– tre Managua y Granada.

En la concurrencia reinó el silencio y la espec– tación. Walker desdobló la extraña misiva y posó sus ojos zarcos en ella. Todos los circunstantes ob– servaron que su rostro se tornó lívido. No era pa~

ra menos. El Coronel Natzmer, que se había pri– vado de asistir a la cele'bracióll para permanecer en Managua, arma al brazo, velando por los intereses americanos, le comunicaba tener informes, por me– dio del Coronel Valle, de haber desembarcado 1000

soldados salvadoreños en Playa Grande y que tro– pas guatemaltecas avanzaban por tierra hacia Nica~

ragua. Tal noticia venía a constituir para Walker una trágica advertencia de que su poder, ahora en auge, habría de derrumbarse en plazo no muy le– jano y que su predominio estaba a punto de eclip~

sarse. ,

Ocurría en aquel instante una escena que nos trae a la memoria la turbación que experimenta– ra Baltasar, e.n medio de su festín, al aparecer en las paredes de su palacio de Babilonia, las palabras misteriosos que anunciaban la caída inminente de su imperio, según relata el Texto Sagrado.

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