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« Previous Page Table of Contents Next Page »Este escritor, en cuyas producciones campea eaustieo humorismo, más de una vez hace objeto de sus Ironías a de Lippe, a quien califica de ex– traordinariamente vanidoso. Por supuesto, que Marr peca frecuentemente de exagerado en sus jui– cios, cuando trata de ridiculizar o deprimir a algún sujeto que no le mereoiera sUs personales simpa–
tías.
Al lado del Conde y como auxiliar suyo, se con– taba al joven prusiano Bruno von Natziner, que en su tierra había ingresado en la milicia, llegando a ser oficial abanderado de un escuadrón de húsares. Era, según los que lo conocieron, alto y elegante. Desde luego, airoso jinete. Vino a Costa Rica en compañía de von Strilpnager, van Oppeler, von Raits y van Faber, todos jóvenes, pertenecientes a nobles familias alemanas. Su viaje lo verificaron por cuenta del Conde de Lippe, quien había soli– citado sus servicios para que colaborasen aquí en sus proyectos, que según él se prometía, )1ronto habrían de alcanzar auge envidiable.
Escri'be Marr: "Cuando hice irrupclon en la ca· sa líppica de Puntarenas, el Conde se encontraba en San José: pero en seguida hice una visita al se– ñor van Natzmer, que acababa de llegar de esta ciudad a galope, trayendo importantes documentos "que debían torcer el pescuezo al brrib6n (2) de Knohr (3). Sudoroso y cubierto de polvo se bebIó de un sorbQ una botella de vino, se mudó la ropa, salió de prisa para la casa de una mujer de notoria reputación, estuvo allí tres horas y a la vuelta ayu– dó a vaciar, en honor de mi persona, la última bo– tella de champaña que había en la bodega, suspiró cuane.l') le dijeron que ya sólo quedaba schnaps y regresó a San José a caballo en la misma tarde. Este Natzmer es la personificación del noble de· gradado. De UDa obsequiosidad arrogante e impor~
tuna, es mentiroso, fanfarrón y petardista. En Coso ta Rica llegó hasta el robo y en Nicaragua a Coro· nel de FiU'busteros".
En realidad ni Natzmer ni ninguno (le sus ca· legas habían sido jamás comerciantes, y faltos, co– mo su jefe, de toda previsión, se adentraron en ope. raciones ajenas al primitivo fin de la casa y des– pilfarraron torpemente el dinero. Además, estaban muy lejos de vivir sencilla y económicamente. Tal manera de proceder llevó a un indefectible fracaso la empresa en que intervenían.
En 1854 los embrollad'os asuntos comerciales del Conde debieron culminar en la inevitable ban· carrota, porque en el mes de agosto encontramos a su auxiliar predilecto von Natzmer, aceptando la Co– mandancia de un pequeño destacamento que el Su– premo Gobierno enviaba a San Carlos, en nuestra distante frontera del Narte.
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No se concibe que pudiese ser halagador para un joven de las condiciones de Natzmer el decidirse a servir un cargo que le separaba de sus habituales costumbres de bohemia y disipación en esta capital, y creemos que sólo la penuria lo movió a canfor· marse con ese llombramiento. Y no era creible, por razón idéntica, que se arraigase por mucho tiem– po en aquella lejanía, sujeto de tan mala cabeza, que mil veces preferia ]a vida de juerga a los há~
bitos ordenados y metódicos.
La dotación mensual de que iba a disfrutar era de treinta pesos, moneda nacional. Hoy no falta– rá quien juzgue esa paga como muy exigua, pero en realidad no lo era, si se toma en cuenta lo barato de la existencia en aquella época y que no pocos servidores del Estado que desempeñaban funciones muy laboriosas o de gran responsabilidad, apenas percibían del Erario retribuciones semejantes.
Al partir para el lugar dicho, a fines de agos– to, cobró Natzmer por anticipado su sueldo de sepw tiemble, así como los de su subordinados. Fué esa mensualidad la única que éstos l'ecibieron de ma– nos (le Natzmer, pues las de octubre a enero, in~
clusive, las retuvo en su poder el novel comandan– te.
El 14 de septiembre fijó su residencia en el islote de Providencia, formado por la Intercesión de los ríos San Juan y San Carlos. De este lugar de– salojó al nicaragüense Luis Cornejo, quien tenía allí una casa pajiza de 10 varas de largo, un pla~
tanar de 640 cepas y algunos otros cultivos. Según informe de Natzmer, el individuo citado, a quien se daba el apodo de Zorro, era reo prófugo de las cárceles de Granada, donde se le procesaba por ho– micidio. Por tal razón
)10 podía volver a Nicara– gua. Aquí hacía vida de bandolero, desvalijando y maltartando a los demás, siempre que encontra– ba oportunidad. Cornejo elevó al Gobiern9 costa· rricense queja contra Natzmer, por abuso de auto– rIdad.
Dando un vistazo a la correspondencia dirigida por Natzmer al Ministro de Guerra, nos encontra~
mos con que el 2 de octubre informó que el 30 del pasado mes, 5 pasajelos llegados del CasUlla en un bote, y que eran un inglés, dos norteamericanos, (uno de ellos Capitán de la Compañía de Tránsi– to) y dos alemanes, le habían propuesto cooperase con ellos a desalojar la guarnición de dicho punto fortificado, que era de sólo 17 hombres y un Coman– dante. La operación tendría por objeto lograr que 4faquella parte" (sic) se agregase a Costa Rica, que ofrecía mejores garantías y seguridad a los extran w jeros que Nicaragua. Aunque se lo suplicaban por Dios, el no quiso acceder a su~ instancias, por no apartarse de las instl'ucicones recibidas y que le ve– daban toda intervención que comprometiera a la Re– públloa.
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