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UN NOBLE ALEMAN,

FILIBUSTERO DE WALKER LUIS CARTIN GONZALEZ

Costarricense

En 1855 la contienda política desbordada en nuestra vecina rC]Jública del Norte había llegado

por desgracia al mayor exacerbamiento y encono.

Los partidos al disputarse el Poder no se daban

cuartel y posponiendo a la salud de la Patria los múy mezquinos intereses del localismo renunciaban

a todo plopósito de un factible advenimiento Su

actitud irreconciliable trajo como consecuencia que

se abriesen las puertas del Estado al filibustelismo,

cuyo jefe, al desembarcar en Realejo, escuchó las

fiases de salutación y bienvenida que en aquel ins–

tante nefasto para Centro América le prodigaban con

efusión no pocos hijos de Nicaragua. cegados por el apasionamiento y el deseo de exterminio del llcrma– no adversario.

Pronto empezó para ellos mismos, como expia– cian de aquel funesto e insensato error, su propio calvado. El mercenario reveló pocos días después su propósito de ser el amo y ellos sintieloll hinca– das en su propia carne las garras del buihe voraz traído 1mp1udentemente a te1ciar en sus disputas domésticas.Walkc1· pretendía poner bajo su bota de conquistador, no sólo la ubélrima tielra de los la– gOS, que ya dominaba, sino también los otros cuatro Estados de común origen y que con Nicaragua cons~

tituyeron un día la República Federal de Centro A~

mérica.

Walker no habría dado cabida nunca a esa am– biciosa lucubración, a no contar en sus filas COn un núcleo de jefes militares extranjeros que como él, falaces, ávidos de riqueza y de llredominio, estaban prontos a jugarse la vida en la realización de tan audaz designio.

Entre todos ellos aparece citado repetidas veces, como uno de los más capacitados y dinámicos, el prusiano Bruno von Natzmer, quien dada su juven– tud, venía a ser el Benjamín del Estado Mayor de

Walker.

De sobra sabido es que por su adhesión a la causa del filibusterismo llegó a goza~ de la absoluta confianza del caudillo invasor, qiuen le confirió el grado de Coronel de las milicias nicaragüenses, al incorporársele en 1855.

Lo que sí resulta hoy casi ignorado por la ge– neralidad, es que Nabmer, antes de sentar plaza en las filas de lValker, residió en Costa Rica, donde por cierto hubo de dejar recuerdos nada edifican– tes.

Poseemos algunas noticias sobre la permanen· cia en nuestro país de ese desagradecido sujeto, que a la generosa acogida que en esta tierra se le brin· dara, correspondió sólo con vilezas propias única– mente de las almas ruines.

Son esas las noticias que nos proponemos refe·

I'Íl en esta oportunidad, compJementándolas con re– ferencias a su actuación posterior en la vecina re· pública del Norte.

Entre ei escaso número de establecimientos que en 1853 ejercían en esta capital el comercio de mer– caderías, de procedencia uropea, ocupa'tia lugar im– portante una casa alemana que contaba, para la me–

jor expedición de sus negocios, con una filial en nuestro puerto del PacUieo.

Apuntaremos COmo dato de interés, que fué la primera en introduch: al país verdaderas novedades en cristalería y loza fina, que las familias acomo– dadas de esa época se apresuraron a adquirir. Mu– cllos objetos de ese ramo, particularmente lujosos adornos de sala, que aún lucen en residencias dis–

tinguidas y antiguas de nuestIa sociedad, tienen esa procedencia.

Como gerente de dicha casa, instalada con fon– elos de capitalistas de Hamburgo, aparecía el Conde Ifermann de Lippc, quien había llegado a Costa Rica en 1851, con el propósito de desarrollar en es– te pequeño Estado centroamericano, un vasto pero quhilérico plan espeoUlativo.

Su iniciativa pala elegir a Costa Rica como cen– tro de sus actividades, bien puede tenerse como una repmcuslón del movimiento emigratorio hacia nues·

ti'O país, ~e5pertado pocos años atrás en Alemania, en virtud del contrato que con nuestro Gobierno ce

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lebl'ó el Barón Alejandro von Bülow, para colonizar con familias germanas una región de nuestra repú– blica.

Era el Conde sujeto de amplisimos conOCimIen– tos en ciencias y artes, pero inexperto e iluso en ma– teria de negocios. Así lo reveló en la práctica y así

lo consigna en sus impresiones de viaje su conna– cional el escritor Wihelm Marr, quien le conoció personalmente aquí, como que precisamente era por– tador de una carta de presentación para él, al arri– bar a Puntarenas en el citado año.

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