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que darse Ile algúó modo. Se bacía necesario, aun–

q~e no se cmnpliera por completo, prescindir de la violencia por un buen tiempo. Pero más inevita–

ble fue la GUERRA NACIONAL que antes de ser

una causante de consecuencias ella misma ha sido la más trágica consecuencia de la historia de Nicara– gua y la única vez eri que Centroamérica, al ver en peligro su nacionalidad o independencia, hizo su propia cau~a.

La conciencia centroamericana, en efecto, se hi– zo visible por vez primera y como nunca en esas lu– chas. No ha vuelto a verse en otra ocasión, ni si· quiera durante los frustrados intentos unionistas del general Justo RufinD Barrios a los que se opusie– ron en plan bélico el presidente salvadoreño doc– tor Rafael Zaldívar y el de Nicaragua doctor Adán

Cárdenas, uuo de los de los TREINTA A]ii¡OS.

Este período, tan elogiado y caro a los conser~

vadores, no eliminó la guerra civil. Lo que suce– de es que las manifestaciones de ésta fueron efíme– ras y de escasas proporciones. "Puede decirse que ahora en Nicaragua -escribía Levy en 1871 du– rante el gobierno de don Vicente Cuadra, tercer

presidente de los TREINTA A]ii¡OS- no bay más

contielldas civiles que en cualqiuer otro país" (1).

Es decir como las numerosas y de embergadura de los otros países hcrmanos. En realidad este punto no ha sido tomado muy en cuenta por los historiado– res quienes las han visto como si, de la noche a la mañana, se hubieran eclipsado.

La tranqullidad de Nicaragua durante estos años, en la medida e~ que existió, fue reconocida en el extranjero. Es lo que indica el célebre títu–

lo de SUIZA CENTROAMERICANA Con que fue

bautizada; titulo merecido desde luego parcialmen– te, y nunea en su totalidad, porque se basaba ante todo en una comparación c~n el resto de los países del istmo donde' nunca, o muy raras veces, se estaba tranquiló y la pasión politica, como era tradicio– nal, seguía baciendo estragos. De cada año podia decirse, al iniciar el siguiente, lo que Enrique Guz– mán apunta al comenzar el año de 1878: HEI año de 1877 que acaba de transcurrh -anotaba- deja a Centroamérica en paz¡ pero no tranquila". (2).

Una de las Causas determinantes del bienestar

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del progreso que sin duda al&uDa caracteriza al período de los Treinta Años fue, entre otras, la hon– radez patriarcal de sus presidentes. Difícilmente

puede admitirse que la GUERRA NACIONAL, o su

consecuencia, figure entre las otras...

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INFLUENCIA EN LOS TREINTA AÑOS

Con lo dicho hasta aquí nO hemos tratado de dar a entender que la GUERRA NACIONAL care~

ci~ de consecuencias en el destino histórico de Cen~

troamérica, sino que no dio pie a ninguna operación radical en nuestra vida política que, consecuente– mente, sigu~ó ~u curso normal. Si es cierto que sólo

trajo desgracias a Nicaragua -hasta el extremo de

que el Gral. Martínez tuvo que rehacerla durante los diez años de su gobiemo-, también lo es el que ninguna clase social salló beneficiada y el que la estructura socioeconótuica anterior a ella permane– ció esencialmente intacta. De ella no se lamenta nada trascendental porque el instinto de conse~va­

ción de los centroamericanos, unidos al patriotismo instintivo, acudió oportunamente a lesolverJa. Los centroamericanos, una vez pasada su gra– ve amenaza y su dramática experiencia, continua– mos inmersos· en el estado de guerra civil permanen– te iniciado desde la Independencia. Seguimos hl~

ch,t4ndo, como se ha visto al comienzo, en nuestras propias guerras internas. Tanto entre los dos par– tidos históricos, como ent~~ países hermanos, la ri– validad no pudo extirparse y ni siquiera fue amino ratIa, sino qu.e se preservó casi en el mismo grado en el que existía antes.

Tampttco hemos descartado su influencia en los prósperos TREINTA AN'OS nicaragüenses, inmedia– tamente posteriores a ella. Que nó la consideremos causa determinante de ese período no significa que su lnfluencia sea innegable. Lo que sostenemos es que fué mínima. Pero en algo, por lo menos, tuvo que ver. ¿En qué, por ejemplo? Podríamos pre– guntarnos, para ser más exacto, ¿cuáles son los be–

chos que están presentes en los TItEINTA A]ii¡OS y

cuyos orígenes proceden de la Guerra Nacional? ¿P'uede ejemplificarse claramente su influencia? La respuesta a estas preguntas, que en definiti– va es UDa sola, implioa una ojeada a dos de los factores claves que contribuyeron al desenlace de

la GUERRA NACIONAL: la Constitución de 1838 y la concesión a la ACCESORY TRANSIT COMPA–

NY o Compañía del Tránsito.

Libérrima, un poco más que la promulgada por el general José Santos Zelaya en 1893, la Constitu– ción de 1838 tuvo por objeto establecer legalmente la anarquía. Al crear un Director Supremo de dos escasos años de duración y ceder a las Cámal'as un poder excesivo hasta el punto de ser ellas las di– rectoras de la Hacienda Pública y del Ejército, de– bilitó el Poder Ejecutivo. Rechaza el poder discre– cional y lleva al extremo el derecho de emisión del pensamiento. Sus consecuencias, como era de esperarse, fueron nefastas. En 14 años hubo 22 Direotores Supremos. Las Cámaras, disueltas va– rias v~ce5, fueron controladas

p(}y 1(}5 Comandantes Generales del Ejército, verdaderos dueños del po– der. Y fueron inevitable, además, un uconsecuen– te desbarajuste económico" y las "conmociones cró· nicas".

Estos frptos, según Luis Alberto Cabrales, ufue– ron creando la opinión y la voluntad de terminar con una Constitución que habia sido fuente de tantos males. Jefe de Estado con período de cua– tro años, en sus manos el Ejército y la Haoienda Pública, armado con el poder discrecional de atem– perar las garantías índividuales eran ya los ideales de las clases proletarias" (3). Opinión y voluntad

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