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« Previous Page Table of Contents Next Page »quejas reconocí que el herido se hallaba frente a una de las ventanas y dispuse que se quitaran los adobeS que la cerraban para socorrerlo; pero no hu~
bo nadie que quisiese obedecer la orden. Entonces yo mismo lo fuí quitando con muchas precauciones. Después, ayudado por mi gran estatura, saqué rá– pidamente una pierna a la calle, agarré al herido ;y me dejé caer bruscamente con él dentro de la ca– sa, lo que le arrancó un grito de dolor, a la vez que nos hicieron algunos disparos. Era en efecto mi amigo Joaquín Fernández. "Gracias a Dios -me dijo- que ya estoy entre los míos". En seguida pidió agua y después de beberla me contó que dU M rante todo el día había estado oyendo mis órde– nes, pero que estaba tan ronco que no reconoció mi voz. Me refirió también que de tal manera lo ha– bía :atormentado la sed, que tuvo que calmarla be– biendo sus propios orines. Lo hice trasladar al cuartel general para que lo curasen.
En la madrugada hubo un fuego violento, mo~
tivado por la retirada de los filibusteros a la igle– sia. El silencio que reinó después me hiz.o sospe– c.har que habían abandonado el Mesón, y a eso de las cinco de la mañana mandé pedir permiso al cuartel general para registrar el edificio~ Me c(Jn– testaron que no debía moverme de mi posición por ningún motivo. Poco después supimos la fuga de WaIker y sus filibusteros. Pasada la ex.citación de la batalla, el estómago, reclamando sus derechos, me hizo recordar que desde la antevíspera en la ma– ñana no le había echado nada; pero no se encontra– ba ni una taza de café. A eso de las once del día tuve una impresión gratísima. Se me presentó de pronto un individuo llamado Luz Calderón con una mula cargada de quesos, rosquillas y tamales dulces que me enviaban desde la hacienda la Catalina, perteneciente a mi tío D. Rafael Barroeta. Excuso decir la entusiasta bienvenida que le dí.
El espectáculo que presentaban las calles de Ri– vas el 12 de abril de 1856 era aterrador. Por todas partes habia montones de cadáveres. Los heridos eran cosa de trescientos, y los muertos más toda~
vía. La calle entre la esquina del fortín y la ca~
sa del estado mayor general, parecía un \desmonte. Allí cayeron los capitanes Vicente Valverde, Carlos Alvarado y Miguel Granados, el teniente Ramón Portugués y si mal no recuerdo Florencio Quirós. En el solar de la casa que yo ocupaba yacían el sargento mayor Juan Francisco Corrales y el tenien– te Juan Ureña. En verdad, la alegría del triunfo no compensaba la pérdida de tantos valientes y ab– negados hijos de Costa Rica.
Para honra de nuestras armas debo decir que no hubo un solo desertor ni un solo prisionero. El único hombre que desapareció fué un músico de
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la banda militar de la plaza de Heredia, conocido con el apodo de El Cuáquero. Este individuo era un original que tenía la chifladura de gastarse todo su dinero en ropas; parece que tenía hasta un frac. Cuando llegó el ejército a Rivas alquiló un cuarto en el Mesón de Guerra, alojándose en él con su lu~
jaso equipaje. Estaba todavía en la cama cuando entraron los filibusteros, y como no se le volvió a ver nunca y su cadáver no fué hallado, se supone que se quemó en el incendio del Mesón.
En los momentos de la sorpresa la mayor par– te de los soldados estaban dispersos por la ciudad desayunándose, pero inmediatamente acudieron to~
dos a sus diferentes cuarteles. Calculo que en la batalla tomaron parte unos 1.500 hombres cuando más; porque en San Juan del Sur estaba un bata– llón y otro en La Virgen, que llegó en la tarde con D. Juan Alfara Ruiz. El del coronel Ocaña no en~
tró en combate, porque fué puesto de reserva pa– ra proteger la retirada en caso de necesidad. En– tre las recompensas otorgadas por la orden general del día 12 de abril, tuve la satisfacción de leer mi ascenso al grado de sargento- mayor.
Esta relación no es la de la batalla de Rivas del 11 de abril de 1856, sino tan s6lo la de los in– cidentes que yo pude ver de ese combate memora– ble, uno de los más sangrientos y encarnizados que se han librado en el suelo de la América Central. En él se prodigó el heroísmo pero también hubo gran lujo de inexperiencia, cosa muy natural tratándose de un ejército bisoño. Las tentativas para recu~
perar el cañón perdido por Marín fueron una in– sensatez, apenas compara'ble a las cargas de caba– llería contra casas aspilleradas~ Esto último yo no lo presencié, pero me fué referido por mi hermano Faustino, que tomó parte en ellas. Al principio se pensó en perseguir a Walker, y tué mucha lástima que así no se hiciera, porque el famoso filibustero iba deshecho y escarmentado, y creo que si le hUM biésemos dado alcance en Nandaime, donde se de– tuvo para esperar a los rezagados, habría terminado la guerra. En la mañana del 12 se formó una co– lumna de 800 hombres al mando de Cañas para per.. seguirlo. Esta columna estaba dividida en cuatro secciones de 200 soldados, que debíamos mandar D. Santiago Millet, D. Indalecio Sáenz, otro jefe cuyo nombre no recuerdo y yo; pero luego se abandonó el proyecto.
A eso del medlodia del 12 reclbi orden del ge· neral Cañas para ir a capturar a un filibustero por.. tugués muy peligroso, que según se decía estaba es..
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