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condido en la hacienda de San José, situada como a legua y media de Rivas. Partí con dos oficia– les, uno de ellos era Román Rivas, nicaragüense. Llegados a la hacienda no encontramos más que a una vieja, que se negó a hablar hasta que la atemo– ricé con amenazas. Entonces confesó temblando que el portugués estaba oculto en un ra.nchito y que tenía un revólver y un rifle. De lejos nos mostró el rancho y echó a correr. Nos acercamos, y en– trando de sopetón puse mi revólver en el pecllo del filibustero que estaba echado en una hamaca y he– rido en un brazo. Mis ayudantes se apodel'aron de sus armas y de una valija donde estaban los papeles que quería coger el estado mayor. Después monté al portugués, que era hombre fornido y mal enca– rado, en una yegua de ]a hacienda, que ensillamos con una albarda, y me 10 llevé a Rivas.

Al echar pie a tierra en mi alojamiento recibí orden de Cañas para presentarme inmediatamente a su despacho. Lo encontré rodeado de jefes y olí· ciales, escribiendo en una mesa y, contra su cos– tumbre, de muy mal humor. Me mandó tomar a– siento y cuando acabó de escribir me tendió un plie· go cerrado junto con una orden dirigida al coronel Ocaña. para que me diera cincuenta hombres; y des· pués de mandar a dos dragones y a un corneta que

~e siguiesen, me dijo: "Tome V. el camino de la Virgen. Cuando llegue a Las Lajas abra este plie· go y haga 10 que en él se le ordena". A 10 que res– pondí: I'SUS órdenes serán cumplidas, mi general". Saludé y di media vuelta. Al salir oí que Cañas pronutició algunas frases de encomio para mí. Des~

pu~s supe que varios oficiales se habían negado a desempeñar aquella misma comisión con 400 hom· bres.

Cuando llegué a Las Lajas abrí el pliego. En él se me ordenaba que siguiera hasta La Virgen con muchas precauciones, porque había noticías de que en ese puerto se hallaba Walker; que en caso de que así fuera me replegara a Rivas sin empeñar combaR te. Continué mi camino y al llegar cerca de La Virgen despaché a uno de los dragones a la descu– bierta el cual regresó diciendo que no había nin~

gún enemigo en el puerto y que allí me aguarda– ban para festejarme, inclusive el agente de la Com– pañía del Tránsito, que me hospedó en su casa. Al día siguiente Cañas me mandó el resto ~el batallón, unos 350 hombres, con orden que me llevó Fausti~

no Guardia para que me quedase en La Virgen, por si Walker intentaba desembarcar allí.

La terrible epIdemia de cólera. que estaJló eñ Rivas a fines de abril vino a destruir el fruto de nuestra victoria, obligándonos a emprender la reti– rada. En ausencia de los generales Moras, D. Jo– sé María Cañas tomó el mando del ejército y nun– Ca como entonces mostró este ilustre jefe su gran– deza de alma y la bondad de su corazón. Todos 10 adorábamos y con justicía, porque fué un verdade~

ro padre de los solda(los en aquellos días aciagos. Tarea muy larga y muy triste sería la de referir los horrores de la epidemia y los sufrimientos del ejér– cito. Muy pocos se libraron de la peste. A 1J;lí me atacó en El Ostional. Durmiendo estaba en Ulla hamaca cuando sentí los ¡)timeros sintomasj 'por suerte, a mi lado reposaba el doctor D. Fermin Me– za, único mé~ico que }10S había quedado. Lo des– perté y acudí a su ciencia. ilSi el ataque es agu(1o -me dijo el buen D. Fermín- sólo Dios te puede salvar; si es benigno tómate e~to, que te lo conver– tirá en disentería". Me hizo beber entonces la mi· taa del contenido de un frasquito, advjrtiéndo~e

que la dosis restante la guardaba para: él. El r:e. sultado fué tal como me lo pronostiQó, y en Libe– ria un médico francés ~i1ibustero, llamado LavaÚé, me curó la disentería y salvó a mí hermano Faus-tino del cólera. '

Hallándonos en Sapoá de regreso, llegó una no· ohe el barón prusiano von Bülo\V, hombrazo corpu– lento que tenía un apetito formidable, pidiendo qué comer. El general Cañas le dijo que sólo pódía ofrecerle un jamón, una caja de galletas y otra de ginebra. "¡Nada mejor!" exclamó alegremente 'el prusiano, y sacand~ una navaja hizo e,l jamón en rebanadas; dió una pequeña parte a su!i dos ayu– dantes, alemanes COmo él, y devoró el resto c~n

gran satisfacción y no menor acompañamiento de ginebra. Cañas le preguntó si no tenía miedo al cólera, a 10 que rcpUcó el barón con la boca llena:

flLa colera se cura con una purganta fuerte, fuerte, fuerte". A la mañana siguiente nos avisaron que estaba malísimo. No quísimos dejarlo abandonado y nos 10 llevamos ~n u~a hamaca a Liberia. Des– pués supe que había podido levantarse de la canta y que andll-vo v"gando por l.a poblacion compleJa– mente desierta, envuelto en una bata, sin haber po– dio hallar quien lo auxiliase, .porque todos los ha· bUantes habían huído por temor al contagi9, y fué voz púbUca que murió de nec~s.ídad. ¡robre barón Bulow, que puso su espada y su ciencia de illgenj~­

ro militar al servicio de nuestra causa!

Cuando llegamos a Liberia se dictó una ord~n

general el 5 de mayo disolviendo el ejérc~to. Cad.a oficial recibió una cuarta, cada soldado un escud~,

y se nos dijo a todos que nos fuésemos a nuestras casas como pudiéramos.

¡Así fué licenciado aquel valiente ejército, el mejor de cuantos ha puesto Costa Rica sobre las armas!

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