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« Previous Page Table of Contents Next Page »Guerra y del Cabildo. Casi todos los artilleros fue– fon muertos, el mismo Marín herido y el cañoDcioo
cayó en poder de los yanquis; pero este movimiento contuvo el avance y salvó al estado mayor gencl'al
que pu(lo haber sido hecho prisionero si el enemigo
hubiera avanzado hasta la siguiente esquina.
Los yanquis metieron el cañoncito por una de las puertas del Mesón. De allí Jo empujaban hacia al calle con la puntería baja y desde dentro lo dis– paraban con un cordel; luego lo volvían a meter pa– ra cargarlo, arrastrándolo COD unas cuerdas que a– marraron a la cureña. Don José Joaquín MOla me ordenó entonces que con media compañía, o sean cuarenta y cinco hombres, fuese a recupClar el ca– ñón. Salí a la calle con mi gente, que mandé abrir en dos filas, recomendando a los soldados que fue– sen amparándose a las ventanas, que pOI' ser vo– ladas ofreoían algún abrigo, y que no quitasen los ojos del cañón, porque como lo disparaban en la forma que he dicho, la metralla iba unas veces a la izquierda, otras a la derecha; pero lo que más daño nos hacía era el fuego de los rifles desde el Mesón y el Cabildo. Necesariamente tuve que pa– sar repetidas veces de un lado de la calle al otro du– rante el trayecto, para esquivar la metlalla o ani– mar a los soldados que se agolpaban en las venta– ns. De los aleros nos caían sin cesar pedazos de tejas rotas, pOlque í'bamos matel'ialmente bajo una lluvia de balas y de metralla. Así anduvimos cien varas. En la esquina Noroeste del Mesón y a unas cincuenta varas próximamente del sitio donde se halaba la pequeña pieza de artillería, nos salió de pronto al encuentro un grupo de filibustel'os. Man– dé entonces uni.r las filas, y cargué contra ellos, o– bligándolos a refugialse en el Mesón. Tan sólo uno hizo frente y fué aClibiUado a bayonetazos. Yo le quité el rjfle, que conservé durante algunos años como recuerdo de aquel día sangriento.
El destacamento que acabábamos de poner en fuego había salido del Mesón a posesionarse de un fortín, resto de una antigua línea de defensas y si– tuado en la esquina Nordest~ de la manzana en que
est~ba la casa ocupada por el cuartel general. Con– siderando que con los pocos hombres que me que– daban era locura intentar apodelarme del cañón, y por oha parte el inmcnso peligro que hablía en per– mitir que una posición de tal importancia cayera en poder del enemigo, hice entrar al fortín los trece hombres que me quedaban. ¡Treinta y dos habían caido en el camino! Este fortín estaba levantado sobre las paredes de una casa a medio construir, ca– lle de por medio con el Mesón, y cuyas puertas y ventanas, menos una, esta'ban obstruidas con adobes. En el acto mandé aviso al cuartel gellel'al, por den– tro de los solares, de haber ocupado el fortín y pedí
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órdenes al mismo tiem:qo. Se me contestó que lo conservase a todo trance y me mandaron un re~
fuerzo de 10 ó 12 hombres al mando del oficial D. Rafael Bolantli, que fué herido al entrar al fortín. desde el techo del Mesón, donde se habían situado muchos tiradores yanquis. Procedí entonces a ce~
rrar con adobes la única ventana que no lo esta– ba. En esta faena me mataron varios hombres.
Desde la parte alta del fortín abrimos el fuego sobre el enemigo, que se refugió en el Cabildo y el Mesón. Uno de los soldados me facilitó una cara– bina Minié, arma de las más pelfectas de aquella época, que tiraba una bala cónica de onza y media, la cual producía un ruido muy semejante al maulli– do de un gato.
Con esta carabina hice varios disparos sin resultado a un jefe yanqui que llevaba lujoso uni– forme y sombrero con penacho. Este jefe se asoma– ba de vez en cuando al corredor del Cabildo, blan– diendo la espada y animando a su gente, pero se me– tía de prisa dentro del edificio al oÍl' el desagrada– ble sonido de las 'balas de mi carabina. Con un fj–
libustero grande, gordo y de oamisa roja tuve me– jor acierto. Frente a la entrada del Cabildo que mÍlaha al Sur, había un descanso de mampostería, con gradas a oriente y poniente. El filibustero se babía echado de barriga sobre las que bajaban ha– cia el Este y desde allí nos disparaba, apoyando su rifle sobre el descanso y ocultándose después de ca~
da tiro. Habiendo observado su maniobra, puse cuidadosamente la puntería al descanso y aguardé. A poco surgió la mancha roja de la camisa a ciento cincuenta val as y largué el tiro. No volvió a aso– marse el yanqui; pero al día siguiente, cuando ya no me aCOl daba del asunto, pasé por frente del Ca~
bildo y de pronto me estremecí al ver tendido en las gradas a un hombrazo de camisa colorada, y de prisa me desvié de aquel sitio.
Insistiendo el estado mayor en recuperar el ca– ñón, mandó con una guerrilla al valiente capitán veterano Vicente Valvelde, que avanzó con mucho denuedo hasta el fortín. En este momento o'bservé que se preparaban a hacer una descarga cerrada del Cabildo y glité a los de la gnerilla que se echaran al suelo, cosa que hjcieron los oficiales Macedonio Esquivel y un 1\layo'l'ga, de Cartago, así como algu– nos soldados; pero Valverde era sordo y sin duda no me oyó. Se quedó suspenso y mirando a un lado y otro, como buscando la explicación de alguna co– sa. Sonó la descarga y Valverde cayó muerto so– bre un montón de cadáveres. En otro ataque que se hizo con igual objeto, fueron heridos en el mis–
mo sitio los capitanes D. Joaquín Fernández y D Miguel Granados, pero yo no los ví caer. Fernán-
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