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« Previous Page Table of Contents Next Page »marzo en la tarde salí con el general Cañas y un batallón y fuimos a dormir a Los Ahogados, a cua– tro leguas de Liberia. Allí nos llevó en la noche un capitán nicaragüense, llamado Felipe Ibarra, la no~
ticia de la victoria de Santa Rosa. Excuso decir la alegría que nos produjo, porque los filibusteros pa– saban por invencibles. Al día siguiente continua– mos la marcha y en el lugar llamado El Pelón nos juntamos con la vanguardia ver..cedOla. Traía unos veinte prisioneros, la mayor parte europeos. Don José J. Mora, que era hombre compasivo, aseguró a estos infelices, en presencia mía y de otros ofi~
ciales, que no serían pasados por las armas. De El Pelón regresamos todos a Liberia. Llegados a esta ciudad, D. Juan Rafael Mora sometió a los prisio~
neros a un consejo de guerra, que estuvo reunido dos días. Mientras duraban las discusiones, uno de ellos, que era italiano, me reconoció como uno de los oficiales que habían oído las palabras del gene– ral y me suplicó que intercediera con el Presidente. Yo creí de mi deber hacerlo; me presenté en el cuartel general, y llegando a presencia de D. Juan Rafael le referí lo ocurrido en El Pelón. Me con– testó muy exaltado que si yo pretendía favorecer a los filibusteros; que éstos eran hombres conside– rados como fuera de la ley en todos los países del mundo, que era necesario escarmentarlos, etc. Por mi parte contesté que la palabra de un general tam– bién era ley en todas partes; pero el resultado fué que salí con las cajas destempladas. El consejo de guerra dictó sentencia de muerte conba los prisio~
neros, que fué ejecutada en Liberia. En mi calidad de jefe de día me tocó el penoso deber de llevar las tropas a presenciar la ejecución. Por fin salimos para la frontera y nos concentramos todos en Sa– poá, donde se pasaron algunos trabajos por la esca– sez de víveres, que había que traer desde Liberia en unas pocas mulas que iban y venían constante– mente. La carne no faltaba, pero un plátano lle
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gó a valer hasta dos reales.
Estando en Sapoá tuvimos aviso de que desde la bahía de Potrero Grande habían visto pasar un vapor navegando al Sur con un barco de vela a re– molque, y se temió que pudiera ser una nueva ex– pedición de \Vallter dirigida contra nuestras costas. Inmediatamente se dispuso que el general Cañas re– gresase a Liberia con el batallón que mandaba el sargento mayor D. Juan Francisco Corrales. Yo me encontraba en un lugar llamado Las Animas, situa– do como a una hora de Sapoá a caballo; y me in~
corporé al batallón cuando por allí pasó a las sei~
de la tarde. Anduvimos toda la noche sin parar, y al día siguiente entramos en Liberia a las diez de la mañana, después de una terrible jornada de veinte leguas, que el batallón soportó valientemente, sin una protesta ni un murmullo, con la disciplina y su– misión de una tropa encanecida en el servicio de las armas.
En Liberia permanecimos poco tiempo, hasta que se supo que el vapor pertenecía a la Compañía del Tránsito y que el buque que llevaba a remol– que ib~ cargado de carbón. Regresamos entonoes a Sapoá, de donde había partido ya el ejército y continuamos hacia Rivas. EllO de abril en la tar~
de acampamos a una jornada corta de esta ciudad. Estábamos preparando el rancho cuando recibió Ca– ñas un correo del cuartel general Con la orden Ur~
gente de apresurar su llegada, porque se temía un ataque de \Valker de un momento a otro. En el acto se puso el batallón en malcha sin comer y a las nueve de la noche entramos en Rivas. En una casa situada flente a la que ocupaba el Presiden– te Mora y el estado mayor general, fuimos aloja– dos los ayudantes de Cañas. Rendidos de cansancio nos metimos inmediatamente en la cama sin pasar bocado.
A la mañana siguiente, después de bañarme y endosar UJ.l uniforme limpio, me dispuse a salir en busca ~e una taza de café que me pedía el cuer' po cor urgencia. En el momento en que asomé g
la calle vi que llegaba un hombre a todo correr" la casa del frente que, como he dicho ya, era la quP
ocupaba el estallo mayor general. Después supe qUb este hombre era _un rlvense, que si mi memoria no me es infiel se llamaba Padilla. Comprendiendo que algo sucedía\ me acerqué a las gradas de la ~a·
sa del frente. Oí entonot::; que aquel hombre decia con voz alterada que hallándose t::n el solar de su casa había visto a los filibustelos ~n las \Juatro Es– quinas. Uno de los oficiales presentes, D. Luclano Peralta, le contestó con zumba que de seguro su mujer debía hallarse de parto cuando estaba tan asustado. Corrido y mohino el hombre por esta l'espuesta intempestiva, djó la vuelta y bajó las gra– das; pero en aquel mismo instante exclamó seña– lando hacia el Este: liNo me quieren creer; véanlos, ahí vienen". Varios jefes y oficiales salieron a la puerta y todos pudimos divisar en dirección de la iglesia y como a unas cuatrocientas varas de distan– cia, una tropa que entraba en colUmna cerrada y a paso de carga. ¡El enemigo nos había sorprendido!
llubo entonces en el cuartel general la confu– sión inevitable en estos casos. El general Cañas llegó pocos momentos después a caballo a pedir ór– denes; yo le pregunté que si de'bía seguirlo y él me mandó que lo aguardase allí. Un capitán Marío, adUlero, conocido COn el apodo de Burro Marín, re– cibió la orden de contener al enemigo con un ca– ñoncito de cuatro libras que estaba cerca. La casa ocupada por el Presidente Mora se hallaba en una esquina, a doscientas varas al Oeste de la plaza. Marín, acom'pañado de unos pocos hombres, avanzó hasta llegar a corta distancia de la plaza; pero ya los filibusteros eran dueños de ésta, del M~són de
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