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« Previous Page Table of Contents Next Page »1835 la Asamblea Constituyente le contaba entre sus miembros; en 1842 se encontraba desempeñan– do el Juzgado de Alzadas del Tribuual del Consu–
lado. En 1845 el Congreso le nombraba Regente
de la Suprema Corte Judicial, y continuaba dC!jcm· peñando el Juzgado de Alzadas, en 1847, el año en
que se apagó su vida al apagarse el día del 28 de Abril.
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A sus servicios prestados en la política, en el foro y en la cátedra, únense otros, si no de igual valía, de importancia verdadera y que dan mayor realce a la figura moral de nuestro personaje.
El Rey Fernando VII da testimonio en un des–
pacho librado en 1820, de una cesión de diez y nueve mil y ochocientos pesos hecha por nuestro compatriota al Tesoro Nacional.
En 1818 obsequiaba él a la Universidad (le
León con su selecta librería compuesta de más de tres mil volúmenes, y en 1828 hacía una donación seinejante al Instituto de Ciencias y Artes de Oa·
xaca.
y aquí conviene hacer presente que esos cen· tenares de volúmenes guardaban en sus márgenes multitud de anotaciones, que venían a ser como huellas luminosas de aquel espíritu observador y
diligente.
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Pocos hombres como Lal'reynaga tan bien pre– parados a la vida intelectual. Los libros eran sus más íntimos é inseparables compañeros. Amaba el estudio como Montesquieu, quien decía que con una hora de lectura tenía para consola] se de todas sus penas.
Cumplidas sus obligaciones públicas, y lUCia (le los momentos de instructiva y amena convelsación con las personas que soHan visitarle, era de verle casi siempre contraído a sus labores mentales; su espíritu animado con los hallazgos de ]a lectura, ora inquieto ante una idea, ora satisfecho ante una comprobación útil; así vivía como inclinado sobre ese piélago de las letras humanas, queriendo en vano apagar su sed insaciable de verdades. Si ce~
rraba el libro tomaba la pluma¡ y de ella iba bro· tando las ideas, como de una llave hidráulica Iím· pido manantial.
i Qué misterio el del espectáculo que ofrece la vida intelectual Qe un pensador, cuando SQ. espíri· tu en férvida actividad, va y viene, vuela, sube, despide chispas, relampaguea, blilla en un cielo in– visible a los ojos vulgares, todo bajo la apalente calma y en medio del profundo silencio de una sa· la de estudio! Cuando se ve a un sabio meditar y es– cribir en el fondo de su gabinete, parece como que el recinto se ilumina COD súbitas claridades. Larreynaga dejó muy importantes trabajos so· bre jurisprudencia, política, literatura y oiencins físicas.
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Entre dichos trabajos se cuentan su M~todo de extractar las causas, su Guía para los funcionarios judiciales de la. Instancia, su Traducción de la Re–
tórica de Aristóteles, vertida del original latino de George de Tapizonda, su Tratado de la Elocuencia, cuyas eruditas lecciones están empapadas en la más diestra filosofía, como que él al exponélselas ha– biase' servido de la clave de Cicerón y QuintiUa– no; y por último su Memoria sobre el fuego de los volcanes; opúsculo que mereció sel traducido a va~
rios idiomas y que fué objeto de muchos elogios por parte (le v3\'ios sabios extranjeros y especial– mente por los redactores de la célcbl'e Revista Tri– mestral de Edimburgo, con todo lo cual se veía es– timulando a llevai adelante sus estudios sobre los fenómenos sísmicos. Este trabajo, notable por el gran cúmulo de ob~ervaciones y noticias que con– tiene; consignadas con la clal hlad y método cientí– fico de quien domina la matelia, lo es más aun por la exposición que en él se hace de una nueva teo– ría que tiene tanto de razonable como de original, aunque puede pecar de improbable, COmo otras mu– chas, que por ingeniosas no dejan de estar en el espacio vago de la conjetura, máxime cuando se trata de esos fenómenos con los cuales la naturale–
za parece burlarse de la po'bre ciencia 11umaJia. Di–
cha temía, que en resumen, consiste en suponer que los rayos que el sol auoja soble el mar, reu– nidos por medio de su superficie convexa, encien– den la fragua de los volcanes, caus8mlo unas veces elupciones de fuego y lava si están en tieria, y
otras sólo temblores si son volcanes submarinos, me– l'ece tomal·se en cuenta como un noble esfuerzo en pro de la verda(l¡ pues, como dice Víctor Rugo eu
su esprit francés inimitable, la ciencia es ignoran– te y no tiene derecho a leirse.
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El estilo de Larreynaga es sobre todo sencillo y claro: el concepto toma cuerpo en un lenguaje neto, propio, exento (le frases rebuscadas y enfá– tica palabrería. Casi desnudo de las flores retóri– cas, que otros más blamlos a las se(luc{liones del ar~
te, emplean como principal gala y ornamento, su lenguaje sobre ser correcto y sobrio, tiene el méri~
to de la claridad y la sencillez, cualidades inesti– mables a lecomcndar las cuales dedicó un tratado entero el céleble Condillac, y de las que habla siempre Cicerón con extlemo encarecimiento.
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En fin, la memoria de Miguel Larreynaga es de las que dan más honra y lustre a la América Central. El pertenece a esa lalanje de egregios ciu– dadanos, cuyas glolias no marchitó el fuego devo– rador de las contiendas políticas, ni alcanzará a sepultar el polvo del olvido que los años van acu'" mulalldo sobre esos mausuleos de bal'ro, levantados por el éxito efímero o la ciega pasión a medianías engreídas con interesados enconlios e inmerecidas alabanzas.
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