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recida fama.
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El 29 de Septiembre de 1771, el mismo día pre·
cisamente en que nacía Caldas en Popayán, entra– ba Laneynaga en la escena de la vida, en la ciudad de León. La casualidad hizo que emprendieran a la misma hora la jornada estos dos ilustres viaJe~
ros, destinados a recorrer largas distancias en los campos de las ciencias físicas, entre nosotros casi inexplorados.
Larreynaga fué hijo póstumo. Cuando vino al mundo, hacía ya algunos días que su padre, don Joaquín Lareynaga, le habia bandonado para siem~
pre, y cuando entró en la cuna, su madre, doña Ma~
nuela de Balmaseda y Silva, entraba en el sepul– cro. Pero no quedaba solo y desamparado, que en el viejo tronco paterno había sombra y abrigo para el precioso renuevo. Su abuelo le regó de flo w res los senderos de la infancia, y le condujo de la mano, hasta que salvados los primeros escollos
de la juventud, entró en la sociedad por la puerta del profesorado.
Comenzó su educación literaria en el Colegio Seminario de León é hizo rápidos progresos en los ramos de Gramática Latina y de Filosofía; estudio que por entonces era de lo más peliagudo, no por– que consistiera en el acopio metódico de gran cau– dal de conocimientos, ni porque la investigación científica llegara a profundidades inaccesibles, si– no porque el estudiante tenía que aprender sus lec– ciones en el antiguo texto latino del P. Lugdunen– siso
Del Seminario de León. pasó a la Universidad de Guatemala.
Iba bien preparado el joven Larreynaga, como que no le eran extraños los estudios de humanida– des, y en especial había penetrado bastante en los problemas de la Geometría.
Dedicóse al estudio de jurisprudencia, y en
1788, después de algunos años de labor asidua, op– tó al grado de Bachiller en Derecho Canónico y Civil.
Pero su buen nombre de estudiante había sal– vado ya el estrecho espacio del aula, y no bien alcanzaba este primer triunfo en la carrera del foro, cuando la Sociedad de Amigos del País le distinguió con el nombramiento de Catedrático de Matemáticas.
Desde este momento, la personalidad del señor Lareynaga fué haciéndose más visible: y a medida que i'ba ensanchando la esfera de sus conocimien– tos y poniendo más de relieve sus virtudes, la So– ciedad, atenta a estas manifestaciones, le salía al
pa~o c.on destiqos y honores, que enalteciéndole al
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principio eran al fin dignificados y enaltecidos por él, merced al desenvolvimiento creciente de sus glandes facultades.
Así, antes de l'ecibirse de Abogado, ya se le había distinguido con el honroso nombramiento de RelatOl' de la Real Audiencia Territorial, y en CUan~
to obtuvo su diploma de Licenciado en Leyes, fué a desempeñar en Sonsonate la Asesoría de la Subw delegación y Comandancia.
Su reputación como jurisconsulto de saber y
probidad iba creciendo sin cesar. La sociedad se apresuraba a alllovechar sus aptitudes y a hacer justicia a sus merecimientos.
En 1805, defensor general (le bienes de intes– tados, Conjuez de la Real Audiencia, Asesor ó Acompañado del Jefe González Saravia y Relator de la Junta Superior de Hacienda y dos años más tar– de Relator en propiedad de la Real Audiencia.
Era el modelo del empleado público. Si su rec– to proceder, ilustrada opinión y clarG juicio, no le hubieran dado influjo y prepondelancia, antes y después del Gobierno peninsular, entre los hombres
de su tiempo le hubiela bastado para alcanzar tal valimiento aquella laboriosidad infatiga'ble que le hacía estar presente, así en los actos y (leliberacio– nes más tlascendentales, como en los menores deta– lles concCl'llientes al orden y arreglo de la oficina: pues como el mismo Larreynaga 10 enseñaba, al de– cir de don Ignacio Gómez, quien reunió en 1847 los más preciosos datos acerca de la vida de aquel con– notado personaje: "el medio de dominar, insensible pero seguramente y sin estrépito en el mundo, es trabajar y hacer ]0 que otro no hace por indolen– cia ó ignorancia, porque como el trabajo no tiene atractivo, los demás descansan en el cumplido y la– borioso, y sin echarlo de ver, le dejan adquirir so– bre ellos grande influencia".
He aquí uno de los testimonios irrefragables de su paciente laboriosidad en el desempeño de los destinos públicos. El gran archivo de la Real Audiencia era cosa en extremo difícil de consul– tar, por el desorden en que se llal1aban los nume
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rosos documentos de que estaba compuesto. Había necesindad de remediar este inconveniente, y La– rreynaga tomó sobre sí esta ardua empresa. Al ca– bo de algún tiempo de las más pertinaces elucubra~
ciones, logró desenvolver el hilo de aquella en– marañada madeja, hasta hacer .el archivo de la más sencilla y fácil inteligencia, aun para los pocos ver– sados en esta clase de registros.
De la Relatoría de la Audiencia, en cuyo de– sempeño dejó marcadísima pruebas de su labor in– teligente, con su Método de extractar las causas, acogido como guía y pauta de seguro provecho en– tre estudiantes y profesores, debía pasar el señor Larreynaga a la silla curul de la Magistratura, no porque él pusiera empeño y conato en obtener nue– vos y más honoríficos empleos, sino porque la so– ciedad sentíase naturalmente impulsada a recor-
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