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¿Se habría quizá encariñado con la colonia hasta ese momento sujeta a su mando y le fran– quearía ahora gustoso la puerta de su futuro en~

grandecimiento?

Dejo las conjeturas al buen criterio de los lec~

tores.

Sincero o no Gainza en su actitud del 15 de Sep" tiembre, yo no contemplo en él sino al funciona– rio que como representativo y encarnación de la Es– paña hidalga y tradicional, abre sus brazos, gene" roso, para recibir en ellos en calidad de hijos li" bres, a sus subordinados de ayer. (Tal solución, prácticamente, como es notorio, obtuvo año más tar– de, la aprobación de la Madre Patria al celebrarse con ella tratados de amistad y comercio).

El 14 dirigió Gainza su espectacular convoca~

toria para la asamblea que al día siguiente habría de decidir de los futuros destinos del Reino.

Pareciera natural que el día 15, desde tempra– no, una muchedumbre hubiese invadido calles y pla– zas de la metrópoli, vitoreando hasta enronquecer, la Independencia, y manifestando en forma ostensi" ble y clamorosa su solidaridad con el proyecto de emancipación.

y sin embargo, no pasó así.

A pesar de la afirmación de don Alejandro Ma– rUre, no sería mucha la gente que a las ocho de la mañana (hora de la apertura de la asamblea) se halló apostada en las galerías y lugares adyacentes a la Capitanía General, cuando uno de los cronistas de la época apunta que se apeló al expediente de coloar algunos músicos frente al Palacio y disparar gruesas de cohetes para conseguir sacar al pueblo de su retraimiento y que acudiese a enterarse de la novedad que ocurría.

La discusión en la asamblea fué libre y era (escribe el citado Montúfar, testigo presencial del acto) H un espectáculo tan raro como nuevo ver los agentes y representantes del Rey de España, reuni~

dos con los hijos del país, para discutir bajo la pre– sidencia del primer agente del Gobierno, si Guate~

mala sería o no independiente".

Valiosísima significación revistió el hecho de que Gainza estampase de primero su firma en el Acta de Independencia, después de habérsele electo Jefe Superior Político y Militar, asesorado de una Junta Consultiva.

y nadie negará que en aquellos momentos fué su firma la que dió carácter y sello ejecutivo al memorable Documento que redactado por José Ce– cilio del Valle infundió nueva vida a Centro Amé

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rica.

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De esta manera, nuestros abuelos, recibieron a título de graciosa concesión Hcual herencia inespe.. rada de familia" lo que a otras naciones costó to– rrentes de sangre.

Sin en realidad de verdad puede decirse que los individuos revestidos de autoridad durante el largo lapso de tiempo que la América Central estu

M

vo sujeta al dominio español, a excepción de un muy corto número, todos en el ejercicio de sus fun.. ciones se comportaron con evidente circunspección

y fueron casi siempre benignos, sin oprimir ni ex–

poliar a sus gobernados, cabe sentar, que el más benévolo de todos fué Gainza, al calzar con su firM ma el acta que consaglaba la autonomía de la nue.. va nacionalidad.

Por ello se hizo acreedor a la corona ClVlca de

la gratitud de todos los pueblos del istmo.

y esto sea dicho sin ánimo de monoscabar en lo más mínimo la auréola esplendorosa que circun– da a los próceres que en aquella fecha augusta hi" cieron gala de entrañable amor a su tierra natal.

Chocante resulta que los escritores que en Cen– tro América se han ocupado de narrar y comentar los sucesos relacionados con el advenimiento de la Independencia, casi todos, con evidente parciali.. dad, escatimen sus loas a Gainza y en cambio sean prolijos en enumerar los defectos que le achacan: ineptitud, apocamiento, falta de carácter, etc.

Le censuran su posterior adhesión al Imperio Mexicano, pero olvidan que igual actitud observa– ron muchos hombres prominentes, toda vez que las ideas monárquicas tenían hondo arraigo en los pue– blos centroamericanos. Hasta en la apartada Costa Rica hubo decididos pal tidarios del I1npe.rio. La mayoría de los habitantes de Cartago y Heredia lo eran y en Ochomogo rindieron la vida veinticinco hijos de la provincia en el combate entre simpati– zadores y adversarios de Iturbide.

y no debe perderse de vista que :aun años des– pués, estadistas connotados sustentaron la opinión de que únicamente se afianzaría la existencia de la nacionalidad centroamericana buscando la protec– ción de otra nación poderosa.

No es un misterio que el Doctor Castro, uno de nuestros hombres públicos de mayor valía, en su primera administración, imbuído en ideas seme– jantes, inició gestiones para obtener para Costa Ri– ca el protectorado de Inglaterra.

A guisa de epílogo consignaremos que el 21 de julio de 1822 fué G~inza relevado en el mando por el General Vicente Filísola, llegado de México y que dieciocho días después partió hacia la capital azteca, donde parece que se le recibió con tibieza.

Retirado a la vida privada, relegado, pobre y probablemente acabado por la decepción, terminó sus días a mediados de 1829.

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