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« Previous Page Table of Contents Next Page »sobre el centro qUe pretendían tomar. Marenco cae huido; pero en actitud heróica, no deja de ani" mar a sus compañeros. En aquel supremo lance, Estrada manda al capitán Liberato Cisne, al tenien– te José Ciero y el oficial Juan Fonseca, que con la reserva hagan a los filibusteros una carga por su retaguardia, la que fué hecha con todo coraje, que el enemigo viéndose entre dos fuegos, se descon– certó, hUYendo a la desbandada.
VALENTIA DE ESTRADA
Durante el combate que ya tocaba a su fin, la figura del Coronel Estrada se destacaba impávida en medio de las balas, sin preocuparse siquiera de no tener a mano un caballo en que montar, en caso de un desastre, que de seguro habría sobrevenido, sino hubieran si~o patriotas nicaragüenses los que ahí estaban dispuestos, como su Coronel a sucumbir gloriosamente o aplastar a sus contIarios.
LA MUERTE DE BYRON COLE
i La persecución que se hizo al enemigo, fué tan violenta, que el sargento Francisco Gómez cayó muerto de fatiga for empeñarse en dar alcance a los fugitivos.
Byron Cole Se extravió Y fué capturado por unos nativos Y ejecutado por ellos en el acto. Así
era la Guerra.
lO QUE DIJO EL SECRETARIO DE ESTRADA
DON FAUSTlNO ARElLANO
EL ATAQUE
Al amanecer, con los primeros reflejos del día, aún no bien disipadas las sombras de la pasada no~
che, el enemigo dividido en tres columnas a las ór– denes del Mayor O'Neal, del Capitán Walkins V del tl'eniente K. Milligan, atacó a un tiempo por tres distintas dilecciones con un valor y un arrojo sin igual: el choque fué terrible; pelO si había sido va~
liente e impetuosa la embestida, no fué menos se– rena e intrépida ia lesistencia. A pesar de todo,
UllO de nuesb os principales l'eductos, ventajosa po~
sición soble el resto de las fortificaciones cayó en poder de los enemigos, no sin quedar cadáveres sus valientes defensores, habiendo muerto el Primer Te~
niente Jarquín que los mandaba.
LA SANGRE FRIA DE ESTRADA
Mientras reforzadas las columnas de ataque volvieron a la carga con mayor esfuelZo, si cabe, que la vez primera, Y ahora llevando al frente a su bravo comandante el Coronel Byron Cole: la lu– cha se hizo bien pronto general; puesto que hubo donde se peleó cuerpo a cUerpo, y en más de algu
M
no, agotadas las municiones, sus valientes defenso~
res respondían con fuertes pedradas a los certeros disparos del revólver: reductos hubo alternativa-
mente tomados y recuperados a la bayoneta; la san– gre COl ría abundantemente por todas paltes: casi toda nuestra oficialidad estalla fuera de eombate: los mejores habían mUerto o estaban helidos: Jar– quín, Sacasa, Bolaños, Alegría, Castro, Gualcho, A vi~
lés y más cadáveres los unos, expirantes los otros, gravemente heridos los más yacían en mitad de aquel campo de muerte, espantosa calnicería de que pocos ejemplares ofrece la historia del suelo americano. Entre el humo, la sangre y la muerte, allí donde el peligro era mayor aparecía serena y
temible la figura de Estrada, la espada en la IDa" no, animando a sus valientes compañeros, más que con la palabra con el ejemplo.
FIRMES HASTA ACABAR EL ULTIMO
Ningún esfuerzo parecía bastante, sinembargo, la columna nicaragüense estaba casi completamente destrozada: las municiones faltaba, y llegó un mo– mento en que todo se creyó perdido. Un oficial presente que lucha tan desigual sostenía, creYendo próximo el momento de una derrota, vino para de~
cír al General que su caballo estaba pronto: el respondió con un fuerte reproche a aquella demos– tración que interpretaba como un acto de debili– dad cuando no el'a otra cosa que una expresión de afecto: arrojó de si al oficial, y continuó luchando con el valor de la desesperación, resuelto a perder en la demanda con el último de los suyos.
"Firme -gritaba a sus esforzados compañe;,. ros-, firmes hasta acabar el últimoI".
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SINOPSIS DE LA BATALLA DE SAN JACINTO
Para dar una idea de las distintas incidencias del memorable combate desarrollado entre nicara– güenses y filibusteros, he hecho una reconstrucción para fijar mejor la atención.
Los filibusteros se presentaron por el sureste. Amparados por la falda de los cerros, se dividieron en tres compañías comaJldadas por Robert, Milligan,
J. C. O'Neal y Watkins, atacaron el ala izquierda de los nicaragüenses defendidos por la columna de Ignacio Jarquín, Salvador Bolaños Y Vicente Zara– goza. Quebrada la resistencia de los nacionales, saltaron los filibusteros sobre el corral de madera. Estrada envió sus refuerzos al mando de Alejandro Eva, Miguel Veliz, Adán Solís y Manuel Malenco.
O~servando que los invasores aventajaban a los nuestros, encargó a los Oficiales Bartola Sandoval, segundo Jefe de las tropas nicaragüenses, José Sie– ro, Tomás Fonseca y Liberato Cisne para que salien– do por detrás de la casa, se ocultaran tras la monta~
ña próxima a fin de picar la retaguardia. El ataque sorpresivo y el ruido y polvo que hacían las bestias que en ese momento llegaban a la casa-hacienda, obligaron a los filibusteros, después de cuatro horas de combate a salir
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