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cristiana y (le sentimientos muy elevados como abundaban y abundan en Nicaragua. Preguntaron los fugitivos en medias palabras españolas por el camino de Granada. La buena mujer les indicó el de Tipitapa. Después llamó a la cocinera, única persona que estaba en la casa en aquel momento, V le ¡nevino que no cantal a a nadie nada de lo que había visto. No hacía mucho que los yankis se habían malchado, cuando aparecieron dos sabaneros bien montados y pI'ovistos de sogas y lanzas. Pre– guntaron a la señora si acaso no pasaron por allí {los filibusteros que habían sido vistos en la vecin– dad. Respondiéndoles que nadie había pasado por allí. Ya se iban los sabaneros cuando vieron a la cocinera que los llamaba con el dedo, y ya que es– tuvieron cerca: ¿Qué andan haciendo muchachos?, -les preguntó- "buscamos a dos filibusteros de los que atacaron a San Jacinto, que cogieron por aquí pero dice la señora que na(lie ha pasado". La cooinera les guiñó el ojo, y haciéndoles un gesto sig– nificativo, les dijo: HAy! no más van, sobre el ca– mino de Tipitapa". Fuéronse los sabaneros en la dirección indicada y a poco dieron con los fugiti– vos. Estos, creyendo salvar su vida, se prestaron

u. todo: entregaron los revólveres, y por añadidura unu de ellos regaló a los sabaneros una hermosa pluma de 010 adornada con un valiosísimo brillan– te. Los vaqueros los dejaron ir, dándose por con– tentos de esta especie de rescate; pero no era esa su intención darles libertad, aunque así lo dieron a en– tender, sino para asestar con mayores seguridad el lazo, pues no bien se hubieran alejado a tiro de sOw ga, cuando desplegadas y revoloteadas éstas, fueron los yankis lazados y arrastrados hasta ahorcarlos.

Uno de ellos al dar contra los árboles y las zar· zas iban dejando girones de vestido y un reguero de grandes monedas de plata desprendidas de una bol– sa de lona que llevaban fijada a la cintura. NA–

DIE SUPO EL NOMBRE DE ESTOS FUGITIVOS, PERO CUANDO LLEGO A GRANADA LA NOTI– CIA DE SU MUERTE, TODOS CONVINIERON EN QUE EL DE PLUMA DE ORO Y LAS MONEDAS DE PLATA ERA BYRON COLEo De los aventure–

ros que se estrellaron en San Jacinto, él era el úni– co rico, el contratista de filibusteros, y estaba a un punto de regresar a los Estados Unidos. Supo que se alistaba una expedición a San Jacinto, yen– tonces se ofreció a ir, como quien por curiosidad y pasatiempo se agrega una partida de caza, Wal– ker, piadoso con su amigo favorecedor, le hace mo– rir gloriosamente en el asalto a San Jacinto; pero es indudable que su fin fué menos merecedor de elogios porque encontró la muerte huyendo de ella y haciéndola fácil tratando cobardemente de evitar w

la.

QUE LO AHORCARON EN SAN ILDEFONSO

La otra referencia de la tradición que ha sido aceptada, es la de que Byron Cole llegó a la Ha~

cienda San IIdefonso a unos tres o cuatro ki1óme.~

tros de San Jacinto. El llanero que lo vió sospe– choso y armado de revólver, lo tuvo al momento

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por uno de los que habían atacado a la columna de' nativos y por detrás le tiró su soga al cuello. Lo amarró en un palo y tranquilamente se puso a co– mer, después de las dos cumbas de agua, lo colgó de una de IDS ramas y así concluyó su vida, el hom– bre que contribuyó a variar el camino de nuestra historia. Al extraersele de sus bolsillos las pren~

das que llevaba, le encontraron un reloj de oro, con las iniciales. "D.C." y un día de tantos después de la retirada de los filibusteros, el llanero en CUeS– tión vino a Granada. Ofreció el reloj a persona de posición social y un granadino cuyo nombre tenía las mismas iniciales lo adquirió, haciendo las inves– tigaciones aclarativas del episodio qUe acabamos de exponer.

Que murió en la batalla, en las proximidades de Tipitapa, o en la Hacienda San lldefonso, son de~

talles de cuya veracidad no respondemos. Lo cier~

to eS que así como su venida a Nicaragua ejerció preponderante influencia en el desarrollo de los su– cesos de hace un Siglo, también su muerte, cambió el Panorama de los acontecimientos, aligerando el desastre de los filibusteros.

¡Oh! ironías del destino!

VII

LA BATALLA DE: SAN JACINTO

PARTE OFICIAL

Sr. Gral, en Jefe del Ejército libertador de la República D. U. L. San Jacinto, septiembre 14 de 1856. Del Comandante de la División Banguardia

y de Operaciones. Antes de rayar el alba, se me presentó el enemigo, no ya como el 5 memorable, sino en número de más de 200 hombres y con las prevenciones para darme esforzado y decisivo ata– que. En efecto, empeñaron todas sus fuerzas sobre nuestra ala izquierda, desplegando al mismo tiempo, guerrillas que atacaban nuestro frente, y logran, no a poca costa, ocupar un punto del corral que cubría nuestro flanco, merced a la muerte del heróico ofi– cial don Ignacio ~ Jarquín, qUf? supo sostener su puesto con honor hasta Perder la vida, peleando pe– cho a pecho con el enemigo. Esta pérdida nos pro– dujo otras, porque nuestras fuerzas eran batidas ya muy en blanco por la superioridad del terreno que ocupaba el enemigo, quien hacía sus esfUerzos en firme y sostenido; pero observando yo esto, y lo im– posible que se hacía recobrar el punto perdido ata· cándolo de frente, porque no había guerrilla que pudiera penetrar en tal multitud de balas, ordené que el capitán graduado don Liberato Cisne, con el teniente José Ciero, subteniente don Juan Fonseca y sus escuadras, salieron a flanquearlos por la iz– qiuerda, quienes, como acostumbrados y valientes, les hicieron una carga formidable, haciendo desalo~

jar al enemigo, qUe despavorido y en terror salió en carrera, después de 4 horas de un fuego vivo y tan reñido, que ha hecho resaltar el valor y denne·

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