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iD,E LOS PRIMlllVOS
,NIICARAGUENSES
Los antiguos americanos, como todos los pueblos
primitivos, sentían de cerca el aliento de la natura..
leza. Su espíritu :tenía, desde el primer despertamien– to, 10 visión de la selva y de la montaña. Las mani. festaciones portentosas de las fuerzas naturales hicie–
ron geTminar en ellos la comprensión de lo extrahu–
mano, y de aquí él nacimiento de sus selváticas y ra·
ras idolatrías. Lo sobrenatural les atrae. Las divini..
dades comunican con !ellos en Jos bosques, en los xíos,
en la luz de las estrenas. Iluminados por una civili· zación oriental, o levantados por una civilización pro– pia, sus bastos intelectos ti:::nden a su desarrollo pro– gresivo. Son supersticiosos y visionarios. Un Huma bárbaro y tatuado consul:tará a una Egeria terrible; la tribu aguardará la palabra de dirección o de con~
sejo de la boca dO' las ancianos. l.as canas, el tesoro de la experiencia, será tenido por 'ellos como valioso. Los dioses invisibles Se acercarán a ~as viejas pitoni~
sas y a los patriarcas de las florestas, a revelar la suerte de los pueblos y a predecir el tdunfo o la rota
de las mazas y de las flechas. Pos'eían los indios bn~
guas armoniosas y rítmicas, lenguas misteriosas y
onomatopéyicas. No desconocían el diviJl0 valor de la Poesía. Gustaban del símbolo y del ver'So. Entre los mexicanos un príncipe rima odas y plegari'íts; entre las tribus ecuatorianas una de ellas posee dos diah:ctos: uno suaVe y tranquilo. que ¡emplea en ~l tiempo de la paz; otro áspero y vibrante, que usa para la guerra.
Los siervos del inca sinfonizan sus penas en las mú– Ideas enternecedoras del yaraví; y en la América Cen~
Iral, el poeta cícliCo del Popol-Vuh levanta el alma de su raza. Existe la familia. Se alza la ciudad. Se perpetuará la iellaa con escriiuras y relieves jeroglí– ficos; se alzará el monumental palacio o el templo re– camado de simbólica florescencia pétrea; surgirá, en fin. como un 'Sol. el arte. Amaráse lo brillante. lo pomposo. el collOr. la línea. el brillo. el mafiz. El oro se emplea.rá desde los zarcillos de la india hasta en el trono del señor magnífico Moctezuma. En el tiem~
po en que Fidias. con el oro de Grecia. teje el traje de Minerva. el oro de América encarna la faz de los
ído~s y los simulacros de las águilas sagradas, se (n– rolla en toscos brazaletes en los brazos de las h2m~
bras de los caciques. y circunda la cabeza del los gue~
rre1'os.
RUBEN DARlO
La pluma. ligera. aérea. sutil vestimenta.. mara.. villosa gala de los pájaros del aire. es eleg\da para la pompa ornamental, Se tejen con ella mantos regios. cubre los flancos ~e bronce de las princesa'!:. tiembla
en las diademas triunfales. Las plumas negra.s de los zanates se mezclan con las plumas blancas de las gar.. zas. Las aves de las islas son proveedoras del bizarro lujo. El papagayo ofrece su policromia furiosa, de forJísimos e incomparables colores. Las alas de púr. pura caen sobre el ver~e más delicado que se puede imaginar; una pluma. de añil alterna con 1'as del car· mín más encendido; oros" azules. verdes. armonizan al resplandor de los americanos cielos; y cuando apa~~~
Ce el quetzal. libr¡e pájaro montañés. vanidoso que muere sf su cola se estropea. bañado de los más lin..
dos iris metálicos. eclipsa por su fino brillo. por su luminosa aristocracia ornitológica. a los más orgullo– sos pavos reales y pintadas aves del Paraíso. Los abo. rígenes poseían el quetzal y el águila, y la innumera– ble pedrería alada qUe puebla los bosques asombrosos de América. Las coronas de plumas tenían cierta au– gusta y flotaute ligereza. ¿Acaso la testa coronada de una princesa mexicana. cerca del trono áureo del em~
perador azteca. presentaría menor gracia hierática que la de Salomé la hebrea o Theodora la bizantina?
Los hombres de la guerra hacían brUlar los crue– les ojos negros bajo los cascos de piel fOTmados de la cabeza de los pumas y jaguares. El homérico penacho de crin que asusta al tierno hijo del hérOe helénico. les. sobre la cabellera enmarañada de-lJ guerrero, 8me~
ricano. el corvo pico de una águila. o las fauces de una fiera del monte. El pesado vaso del épico perso~
naje de la lIrada, tiene su pareja en el vaso de dos azumbres. de trescientos castellanos de oro. en qu;~
bebía el quimbaya opulento amigo de Robles el con– quislador. El inca gárrulo ama las sortijas y los pa– lanquines. y en su teogonía secular. cOmo el persa. adora al sol. Los poetas indígenas del contiJ?-ente ex– presan frases simbólicas y hablan palabras profundas o pinto1'lesca'S. El Popo1-Vuh llama al gran Dios "Co– razón del Cielo". El charrua nombra a la muerte "el sueño. frío". Las almas salvajes encontraban un algo de lo divino en la pura mirada de los astros. Junto a los poelas aparecían los magos. Los impalpables espí~
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