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Histoliador y Geógrafo Nicaragüense
PRIMEROS INDICENAS NICABAGUENSES
VISTOS POR COLON
Sin querer abordar ningún estudio respecto a la
procedencia u origen de los aborígenes del Nuevo
Mundo, estudio que ha dividido a sus investigadores en dos escuelas extremas, en tradicionalistas y autoc– tanistas, queremos emitir algunas ideas que tienden a establecer de modo definitivo el asiento verdadero de
las tribus que poblaban a Nicaragua a raíz de la 00D4
quista española en principios del siglo XVI.
La primera noticia qoe se ha escrito respecto a
los habitantes que poblaban el territorio conocido hoy con el nombre de Nicaragua se debe al propio Cristó–
bal Colón, descubridor de la Améric.a en la carta
que escribe a los reyes de España, informándoles so–
bre su cuarto y último viaje a las llamadas Indias
Occidentales.
En efecto, el 1Z dc seticmbre de 1502, el almi– rante don Cristóbal Colón doblaba el Cabo Gracias a Dios, y el 17 del mismo setiembre estacionaba con sus
llaves frente a la desembocadura del Río Grande de Matagalpa, que él llamó río del Desastre, en recuerdo
del naufragio de un bote de la Vizcania, el barco al· mhante, que se había perdido con todo y su tripula–
ción.
Una vez provisto de agua, leña y víveres que le suministraron los naturales, a cambio de baratijas,
continuó su viaje Colón bordeando la costa hasta l1e~
gar a la desembocadura del río Rama Jurel'ior (Rama– kí) o Punta Gorda, en la gran bahía de Monkey
Point, donde echó anclas entre la isla de Booby y la
tierra firme. Sucedía ésto el 25 de setiembre de 1502.
Los historiadores costarricenses don León Fer~
Dández Gualdia, don 'Manuel María de Peralta y don Rioardo Fel'nández Guardia, que copió de los anterio–
1"8S, han profendido que esta pazada de Col6n pua
reparar sus naves la Wzo frente al Puerto de Limón, donde éllos localizan el pueblo de Cariay o Cariari, sin percatarse de que el grande y hermoso río que señalan los cronistas (Ramakí) en cuya desembocadu· ra acamparon los españoles no puede ser el pequeño
y ridículo de Limón -ó Cieneguita y sí el río Ramakí,
caudaloso y de grandes dimensiones, en cuyas inme–
diaciones están los restos de una antigua población indígena que por tradición la llaman Cariay (V. Le– .age).
Es el caso que a poca distancia de aquel fondea· dero natural que siglos más tarde estudió Bedford Pim, capitán de la Gorgona de la armada inglesa, se encontraba el pueblo de Cariay, cuyos habitantes al divisar las naves que se aproximaban se juntaron so– bre la playa, y armados de arcos, flechas, macanas y agudas vatas de palmera (pijivaye) esperaron la nega– da de los hombres de Colón, listos para defender su tierra;
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Aquellos pobladores del suelo nicaragüense eran altos, robustos, bien proporcionados y de semblante risueño. Su idioma era diferente del de los antillanos. Tenían estos indios los cabellos largos y trenzados arrollados luego en torno de la cabeza. Las mujeres lo usaban cOl'to, tenían el talle ceñido con telas de co– lor, usaban mantas y camisas sin mangas (güipiles)
y tenían las orejas, los labios y las narices agujerea– das, llevando pendientes de guanín. que es oro muy lnezclado de cobre. Trabajaban en oro aguilillas que colgaban al cuello, y a juzgar por la casa de enterra– miento o panteón y las esculturas que contenían las tablas que cubrían los sepulcros, aquellos hombres mostraban conocimientos de arte. Por la manera de
conServar y embalsamar los cadáveres con resina de caraña, sus herramientas de agricultura y muchas otras cosas vistas por los europeos en aquella oca– sión, se deduce que esa gente había alcanzado un gra– do de cultura por lo menos igual a la que tenían los mejicanos de la costa oriental.
A este respecto dice el mismo Colón: "De otras artes me dijeron y más excelentes... Allí dicen que llay grandes mineros de cobre: bachas de ello, otras cosas labradas, fundidas, soldadas y fraguas con todo
su aparejo de platero y crisoles. Allí van vestidos; y
en aquelIa provincia vide sába.uas de algodón, labra– das de muy sotiles laboresj otras pintadas muy sotH– mente a colores con pinceles".
Varios de los cronistas españoles que acompaña· ron a. Colón o que conocieron los lugares, se han ex– presado muy favorablemente de los indios de Cariay, particularmente el escrl,bano de la Armada, don Die– go de Porras, fray Bartolomé de las Casas y Fernan–
do Colón que nos hablaron de las buenas 'lisposicio– nes, la agudeza, la bondad y moderación que caracte– lizaba a dichos indios. Tenían hábitos de comeroio cul– tivado proba'blemente con los audaces pobladores de Yucatán y de las Antillas, y como los aztecas, usaban el sahumerio para significar respeto; pero eran supers– ticiosos y creían mucho en hechicerías como casi to–
das las tribus americanas.
A qué raza pertenecían los Cariay?
Si tomamos en cuenta que las tribus que por des· lllazamiento se replegaron a la vertiente del Atlánti~
co durante el siglo XV. llevando el histórico nombre de caribises, eran bárbaras, incultas, nómadas y sin
conocimientos especiales sobre las artes o las indus– tl'ias, fácilmente resolveremos que la gente de Cariay
no pudo ser de aquellas tribus y si, pertenecer a las
razas mejicanas, con las cuales concuerdan co.n los usos y costumbres.
Cariay en aquellas latitudes, debe haber sido una colonia mejicana fonnada por emigrantes que ganaron aquella costa en barcos o canoas, como ocu– rrió varias veces en el éxodo de aquellos pueblos.
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