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ser la única CQusa, ni la única forma del mestlzaie cultural.

Es claro que en el hacer de América hubo mestizaje sanguíneo, amplio y continuo. Se mezclaron los españo– les y portugueses con los indios y 105 negros. Esto tie– ne su innegable importancia desde el punto de vista an– trapol4gico y muy favarables aspectas desde el punta dé vista polít!Cf?, pero e' gran proceso creador del mes– tizaje ameritano no éstuvo ni puede estar limitado al mero niestizaie sanguíneo.. El mestizaie sanguíneo pu– do ayudar ti éllo, en determinados tiempos y regiones, pero serío <-errar los Dios a lo más fecundo y <-arade– rística de la realidcid histórica y cultural, hablar dél mes– tizaje americano como de un fenómeno racial limitado a ciertos países, clases sociales o épocas.

En el encuentro de españoles e indígenas hubo pro– pósitos manifiestos que quedaron frustrados o adulte– rcidos por la historia. Los indígenas, en particular los de m6s alto grado de civilización, trataron de preservar y defender su existencia y su mundo. Su propósito obivio lio era otro que expeler al invasor y mantener inalterado el sistema social y la cultura que les eran propios y levantar un muro olto y aislante contra la invasión europea Si este propósito hubiera podido pros– perar, contra todn la recilidad del momento, América se hubiora convertido en una suerte de inmenso Tibet.

Por su parté los españoles traían la decisión de conver– tir al indio en un cristiano de Castilla, en un labra– dor del viejo mundo, absorbido e incorporado total– mente en lengua, creencia, costumbres y mentalidad, para convertir a América en una desocmunal Nueva España. Tampaca lo lagraron. La crónica de la pobla– ci6n recoge los fallidos esfuerzos, los desosl3oranzados fracasos de esa tentativa imposible.

Los testimonios que recogieron fray Bernardino de Sahagún y otros narradores entre los indígenas mexi– canos revelan lo magnitud del encuentro desde el punto de vista del indio. Desde aquellos desconocidos "cerros o torres" que les parecían las embarcaciones españolas, hasta aquellos uciervos que traen en sus lomos a los hombres. Con sus cotas de olgodón, con sus escudos de cuero, con sus lanzas de hierro". Hay el encuentro extraordinariamente simbólico de la pequeña hueste de Cortós, armada, compacta y resuelta, con fas empluma– dos y ceremoniales magos y hechiceros de Motecuhzo– ma; enviados para que sus exorcismos los embru)áran, detuvieta" y desviaran.

Lo que vino a relizarse en: América no fue ni la per– manencia del mundo indígeria, ni la prolongación de Europa. Lo que ocurrió ftie otra cosa y por eso fue Nuevo Mundo desde el comienzo. El mestizaje comenzó de inmediato por Id lengua; por la cocina, por las cos,,:, tumbres. Entraron las nuevas palabras, los nuevos ali– mentos, los nuevos usos. Podría ser ejemplo de esa viva confluencia creadora; aquella casa del Capitán Garcila– so de la Vega en el Cuzco recién conquistado. En un ola de la edificación estaba el capitán con 5US compa– ñeros. con sus frciiles y sus escribanos, metido en él vielo

y agrietado pellejo de lo hispánico, y en la otra, opuesta, estaba la Alista Isabel;. con sus parientes jncdicos, co– mentando 8.rt quechua el perdido e.splendor de los viejos tiempos.. El niña que iba a ser él IlIca Garcilasa Iba y venía de. 'loa a otr~ ala como la devanadera que telía la tela del nueva destina.

Los ti Comentarios Reales" son el conmovedor esfuer– zo de toma de conciencia del hombre nuevo en la nueva

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situación de América. Pugnan por ácdffióéldrs8 en sú espíritu las contrarias lealj~d,~ iri')pue.~tds désde afuera. Quiere ser un cristiano vieio de Castilla, pero también; . al mismo tiempo, .no quiere dei~r morir el esple~dor del pasac;lo . incaico~ Un libro sQméjdntEt no ló p~día. escii– bir ni tin castellano puro, ni un indio puro. La uArau_ cdito" es urid vis ion castellana del iridio comd algunos textos mexicanos, que ha recogido Garibay, son una vi– sión únicamente indígena de la presencia del conquista– dot En el Inca Garcilaso, por el cdntrario, lo que hoyes la confluencia y el encuentro.

En áquellas viilos de Indias, en las que dos vieías y ajenas formas de vida se ponían en difícil y oscuro cotltacto para crear un nuevo. hecho, nada queda ¡n– tdcto y todo sufre d~versos grados de alteración. . A ve–

~es lo iglesia católica se alza sobre el templo indígena, las técnicas y el -"tempo" del trabaio artesanal y agrí– cola se alt~ran. Entran a los te,lares otras man.os y otros trasuntos de patrones. El habla se divierte del tiempo y la ocdsión de España y se arremansa en una más len– ta evolución que incorpora voces y nombres que ios in–

dio~ habían puesto a las tosas de su tierra. El "voso– tros" no llega a sustituir al uvut;!stras mercedes". Nom– bres de pájaros, de frutas, de fieras, de lugares entran en el torrento de la lengua. Los pintores, los albañiles, los escultores y talladores introducen elementos espú.re9s y mariereis no usuales en la factura de sus obras. Todo el llamado "barroco de Indlas ll no es sino eí reflejo de esé ..mestizaie cultural que se hace por flujo aluvional y por lento acomodamiento en tres largos siglos. Se combinaron reminiscencias y rasgos del gótico, del románico y del plateresco, deniro de la gran capa– cidad de absorción del barraca. El historiador de arte Pal. Kelemen (Baroque and Rococó in Latin América) ha podido afirmar: uEI arte colonial de la América Hispana estó leios de ser un mero transplante de forRlas espa– ñolas en un nuevo mundo; se formó de la unión de dos civilizaciones que en muchos aspectos eran antitéticas. Factores no europeos entraron en luego. Quedaron in– corporadas ,las preferencias del Indio, su característico sentido de la forma y el color, el peso de su herencia propia, que sirvieron para modular y matizar el estilo

import~do. Además, el escenario físico diferente con– tribuyó a u.na nueva expresión" ~

Se podría hacer el .Iargo y e¡emplar ;tinerariq de los monumentos plásticos del mestiza le: desde la .iglesia de San Vicente del Cuzco hasta el Santuario de Ototlán en Méiico; pasando por las viejas casas de Buenos. Aires, por Iqs capillas ~e Ouro Preto, por las espadaÁas de las iglesias de aldea en Chillán; en Arequipa, en Popa– yán, en Coro o en Antigua. Tampoco eran iguales a las de Europa las gentes que iban o 9rar en esos templos. Venian de hablar y tratar con indios y con l1egros; en sus creencias, en sus palabras y en sus cantos. lia~ía ele– mentos anteriores a la conquista y otros traídos de Afri– ca.

_ Fuera de lo m6s externo de la devoción y de la en– señanza, todo erO distinto y nuevo. Las cons~iós espa– ñolas se habran m~~clado C9" las tradiciones indígenas. La lengua, que había llegado a ser tan escueta y eficaz en "lazarillo" tiende en América a ,ser juego .de adorno y gracia. Se la oye resonar y cambiar de colores como un gran juguete.

Las letras sufren cambias de estiia, de abjeta y dé género. Aunque p,dsan novelistas; y algunos tan gran– des como Mateo Alemán; no pasa la novela a la nueva

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