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« Previous Page Table of Contents Next Page »ces tenía la impresión de que, por un pase de magia, había llegado a mi t:iudad natal en Ruma–
nia .
Nunca, después de dos años fuera de Brasil, los palabras aquí tiene Ud su casa
me parecieron más concretas como en aquéllos días, cuando, ya de mañana, o/ salii'del cuarto,
encontraba en la carpeta del hotel, paquetes y sobres Con libros, revístas, recortes, folletos, todos
con cariñosas dedicatorias, frecuentemente (1co.mpañados por invitaciones a olmorzar, a comer, a
recitales de poesía, que, infelizmente, sólo pude asiStir en medida mínima, pues de otra manera mi estancia habría tenido que prolongarse por semanas y semanas
Mas no eran sólo los poetas y los escritores que así saludaban al traductor y o/ comenta– rista que había dedicado a S!lS trabajos años de atención y de pesquisa, de tal manera, que en
menos de una semana tuve que enviar por el COrreo c!latro grandes paquetes, conteniendo esta
carga toda clase de publicaciones.
Eran signos de aprecio y de carmo que venían -de manera mós inesperada- de todas las partes, y, lo que era más sorprendente, de todas las clases sociales, de hombres y muje~es que
no podían ser todos lectores del diario de Pedro Joaquín Chamarra y Pablo Antonio Cuadra, don– de mi nombre acostumbraba a salir todos los días, de una o de otra manera. Esto, mientras No–
vedades, el periódico de la familia Somoza, se limitó, muy discretamente, y también muy
propiamente con mi pasado, a mencionar mi nombre una sola vez, cuando se trató de una con–
ferencia que debla dar en la Biblioteca Municipal Rubén Daría.
En el pequeño mundo de Managua la presencia del poeta rumano, del escritor brasileiro,
del prohisor de Hawaii, debe haber corrido como una bola
No se explica de otra manera como, en una tarde, cuando paré un taxi, indicándole al chofer para donde iba, comenzamos a correr, y, pocos minutos después de entrar al carro, ob– servé como el chofer me examinaba cuidadosamente a través del pequeño espejo colocado a su
frente Cuando, frente a la casa a que hablamos llegado, pregunté el precio, ví, al lodo del cho– fer, en el asiento delantero, el diario de los Somoza de aquella tarde, mas oí, lleno de sorpresa, las siguientes palabras "El gusto de servirle es mío ¿Cómo vaya dejar que me pague el poe–
ta que vino a conocer a los escritores de Nicaragua? ¡Qué le vaya muy bien! Encantado de servirle" SÓlo pude apretarle la mano a este chofer, que, antes de servir a un cliente, prefería
servir a la poesía-a su manera
Lo mismo aconteció en la carpeta del Hotel Lido, donde el jefe de recepclon, un señor
muy fino, con aire de profesor, al entregarme un paquete de libros que recibí aquella tarde, co–
menzó, levantado el libro que me dejara la hermana de Alfonso Cortés, a declamar:
"Un trozo azul tiene mayor intensidad que todo el cielo.. " y, suspirando. "Ay, profesor, como esto me recuerda mi juventud."
Fue así que, en una serie de manifestaciones de cariño que no se pueden describir, ni ima–
ginar, seguí recibiendo páginas autografiadas, comenzando con poemas de Azar/as H Pallais, hasta salvoconductos de Tacho Somoza, quesos humados, ensayos inéditos de escritores que úl– timamente no tenían publicado libros, ediciones raras, agotadas hace mucho tiempo, transforma–
das im rarezas bibliográficas, ediciones nuevas, en las cuales, bajo el colofón, estaba impreso mi
nombre, como destinatario único del ejemplar, hojas amarillentas de diarios de Nicarag!la, don– de se encontraban impresos trabajos de los primeros autores vanguardistas, un mundo de aten– ciones y regalos, que sólo puede ser resumido en este acontecimiento ocurrido pocas horas antes
de fi1i salida. como La Prensa acababa de publicar un mensaje de despedida, ilustrado con otra fotografía mía, en primera plana, me paré en el Parque Central, llamando a un vendedor de periódicos de unos diez años de edad, para comprar algunos ejemplares de la edición.
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