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« Previous Page Table of Contents Next Page »era omnipresente.
y todavía lo es.
Encontrela no sólo en las páginas nicaragüenses, en las revistas de Madrid y de México en Río de Janeiro y Buenos Aires de Bruselas y de Roma
la poesía de Coronel permanece mienli'as los "ismos" van y vienen
(como se fue el nacional-sornozislllo llevado por la historia)
y su canto-como aquel de
Joaquín Pasos, Pablo Antonio Cuadra,
Ernesto Cardenal, Carlos Martinez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, es pan del cual todos comen agua de la cual todos beben plato en el que almuerzan y cenan campo fértil y naciente claro abecedario, libro de cabecera, texto revolucionario, breviario, libro de oraciones, manifiesto,
para todos los que -quieran o no-
aprenden el ejemplo y el misterio de la poesía por Coronel por este visionario delRío San Juan jefe solitario de un ejército Invisible compuesto de un solo hombre
que es soldado y cabo, teniente y oapitán, comandante y general más sobretoClo coronel: José Coronel Urtecho.
~OS REGALOS Y LOS DIAS
,
A méhos dé media hora después de mi, llegada al Hotel Estrelló, mientras estaba abrien– do las maletas, tras la conversación con el poeta beatnik Beltrán Morales y con el futuro ministro demócrata-cristiano Manolo Moróles, uno de los más extraordinarios gordos que he tonocido en mi vida Icada vez que entrábamos en un restaurante o en un bar, Món%, con el aire más modesta del mundo, pedia "un whisky dable y cuatro pastelítos"), perfectamente retratada par Gilberto Freyre, cuando éste escribió. "No sé si ya vieron sujetas de más de cien kilos bailando valses como flacas deslizándose coma los más ágiles", aunque en aquella época, Manolo todavía ni si– quiera había nacido .. a menos de media hora después de haber aterrizado en Managua, subió
a mi cuarto, como enviado del diario La Prensa, Edwin Yllescas.
Cautivante figura de joven poeta atormentada, medio beatnik, medio católico, Yllescas vino para hacerme la tradicional entrevísta. Mas, como siempr'i' acontece en tales ocasiones, acabamos entrevistándonos recíprocamente, pues en mí siempre duerme el reportero cariaco que Hilcor Leite acostumbraba a mandar por la calle, con Ernesto Santos y su máquina colgada del hombro
En aquella misma noche, el más leído vespertino de la América Central estampaba en la primera plana, al lado de una foto en dos columnas, en la cual tal vez a causa de la camisa blan– ca, tal vez por el gesto de las manos unidas, más porecía un jesuita que poeta o profesor, la entre– vista por media de la cual se anunciaba mi presencia en la capital, presencíaque durante casi una semana, fue honrada con tamañas pruebas de amistad, cariño, aprecio y fraternidad, que a ve-
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