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soldados rivenses para que se apoderaran del cuartel. Los liberales de León tomaron aquello como una ofensa é hicieron regresar inmediatamente esas tropas, sin dar... le siquiera noficia á Gámez, que las había enviado como Ministro de la Guerra. En medio de su atolondramiento había manifestado Gámez que Zelaya desconfiaba de ellos y hgbía metido ciertos cuentos entre Zelaya y Ru– bén Alonso, uno de los más influyentes entre los libera– les de Occidente. Todos estos enredos se descubrieron: Zelaya negó que tenía desconfianza de sus amigos, ne– g6 también haber enviado fuerzas á León y declaró que eran cosas de Gámez. Estuvo á punto de haber un de– safío entre Alonso y Gámez; pero medió Ielaya y con– cluyeron todos los enredos, acordando la separación de Gámez. Mandó Zelaya poner un telegrama llamando á don Gabriel Rivas, de Chinandega, para encargarlo la Secretaria de la Comandancia. Como aquel no llegaba, (e pusJeron otro despacho y se averiguó que no había recibido el primero. Llamado el telegrafista, se descu– brió que el Secretario, de acuerdo con el Ministro Gá-

mez, habia impedido la trasmisión del despacho. Se tomó eso como acto de infidencia y se corrió lo voz de

que por ese motivo eran separados de sus puestos Gá–

mez y García. Expediente necio, inventado para ocultar la imposición de los occidentales. Nadie creyó en ello

y sirvió para hacer más notoria la dependencia en que

estaba colocado Zelaya. Casi no mandaba ya. Era un papel ridículo el suyo. Se había convertido en horario puesto en Managua del reloj,. cuya máquina estaba en León Se resignó con su desventurada situación y se de¡ó llevar por la corriente., Para colmo de su desven;" tura, se había levantado en Occidente un astro reful.. gente que eclipsaba su estrella. Todas las miradas se dirigían el nuevo astro. Un coro de armonías se ele.. vaba hacia él como el de los pajarillos que saludan la aparición del sol. Ese saludo de los cortesanos al astro naciente, és el peor de los síntomas para el astro que se pone: es como el ude profundis" cantado sobre una tumba que vá á cerrarse Ya no hay m6s que esperar' sobre lo tierra.

ORTIZ, EL NUEVO IDOLO

N

AD/E había sido en Nicaragua fan lisonjeado como lo fué Ortiz, á su regreso de Honduras. Ni presidentes populares, ni generales victoriosos, ni jefes de partido en el apogeo de SU$ prestigios, fueron nunca allá eleva– dos á la apoteósis con el entusiasmo desinteresado y ex– pontáneo con que lué acogido Oltiz. Parecía Bonaparle volviendo de Egipto, precedido del ruido de sus lejanas victorias que realzaban las glorias adquiridas en la cam– paña de Italia y le presentaban á los ójos de la multitud como la encarnación de la victoria, Choluteca, Teguci– galpa, Toncontín, Juana Lainez, la Leona y el Picacho, resonaban todavía en 105 oídos de la multitud como algo extraordinario y maravilloso que eclipsaba Mateare y la Cuesta. La distancia da á los ob¡etos proporciones mo– rales gigantescas, transfigura á los hombres y les saca del nivel común. Ortiz no era ya el mismo que todos habían conocido y trafado. De Julio á Enero, se había convertido en coloso. El grande hombre estaba allí, de– cían todos; le había faltado ocasión para darse á cono– cer, se le presentó y dió lo que era; el germen se desa– rrolló y ha dado abundantes y lozanos frutos. Era una perla escondida, exclamaban otros, se abrió la concha por casualidad y saltó á luz. No perla, sino diamante oculto por grosera corteza, decían otros más apasiona– dos. Telegramas, cartas, discursos le llegaban de todas partes de la República. Todos á porfia quemaban in– cienso ante el nuevo ídolo; se agotó el vocabulario de la lisonia; se recorrieron los nombres gloriosos inmorta– lizados por la fama y se encontraron pequeños ante el suyo; la historia y la mitología prestaron su contingente y ayudaron á salir del paso á los devotos de la nueva divinidad en camino ya para el Santuario. uTú eres 501, le dice un General, y yo quisiera ser uno de tus rayos". HComo Hércules es símbolo de la fuerza, Minerva de la sabiduría, etc., etc., tú eres símbolo de ~asenergías de Oc'cidente", le diio un literato. No es posible recordar lo que todos le dijeron en prosa' y en verso; baste decir

que se llenó un álbum voluminoso y que por más de un mes publicó de él algo cada día el "Siglo XX"

MAQUINACIONES DE ZElAYA CONTRA ORTIZ Sea como fuere, merecido ó no, preciso ó exagera. do,. lo que se decía" lo cierto es que ponía de manifies– to el prestigio de Ortiz y podía servir de termómetro pa– ra mf?dir el estado de la opinión pública en su favor. Un amigo del astro que se levantaba, me dijo al leer tantas cosas: Esto es fatal para Ortiz, le va á perder; ya lo verá usted. ¿Por qué, le pregunté, cree usted que se envanecerá y cometerá alguna tontera? No es eso, me contestó, sino que despertará los celos de Zelaya y fratará esfe de hundirlo para quitarse esa sombra. RealM mente, Zelaya estaba triste é inquieto, le mortificaban los elogios tributados á su rival y no podio impedirlos ni mostrar su disgusto porque era dar su braro á torcer Disimuló su despacho, maquinó en silencio; puso sus lazos y esperó. Halagó á Ortiz, ofreciéndole el MinisteM rio de la Guerra, no como á otro cualquiera, sino como al llamado á sucederle y por consiguiente á compartir con él, desde luego,. las tareas del Gobie.rno. Tuvo Or– tiz la sencillez aceptar el puesto y un alojamiento en el Palacio, mientras se le preparaba una mansión digna del vice·Presidente de la República. Le faltá mundo á Ortiz; sí no, hubiera comprendido que Zelaya era su enemigo y no podia pretender aumentar sus prestigios. Claro está qus buscaba cómo rebaiarlo, cómo desconceptuarlo, y, sobre todo, un pretexto para romper con él y aplas– tarlo. Si no acepta, se mantiene alejado, sereno y colo– cado á la altura á que le daba derecho su calidad de vice-Presidente, $US prestigios se aumentan, no hay pre– texto ,pqr\l un rompimiento y sin dificultad habria lle– gado; á Iq Presidencia de la República á despecho de Zelcaya y de lo~ envidiosos que tenia en su ",ismo pue– blo. Tomó posesión del Ministerio y se hundió. Al prin– cipio parecía qu~ todo iba bien. l.a más perfecta ar– monía se notaba entre él y Zelayo; en todo caminaban

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