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AMRIGUEDAD EN LA CUESTION RELIGIOSA

Las consecuencias de sus erfores, no tardaron en lle– gar. Primero, el desbaraiuste de la Asamblea, y des– pués lo dificultad en que estaban para constituir al país. Si seguían la corriente de la opinión, se suicidaba el libe– ralismo, confesando que no tenía razón de ser. Si con– trariaban la opinión, tendrían que ponerse en choque con la sociedad, que hac~r un Gobierno de combate y

que lanzarse por el atajo en que se hon echado siempre los reformadores de las sociedades Tomaron este ex... tremo y procedieron á medias. La cuestión religiosa, que er·a la capital, la zaniaron de una manera sibilínca, consignando la IiberJad de cultos en términos ambiguos, de suerte que no se comprendiera á la simple vista lo que había en el fondo; porque la resistencia era tal en este punto, que no querían que se consignara la tole– rancia de cultos, ni que se guardara completo silencio. Los liberales católicos, si así puede lIamárseles, eran más reacios él ese respecto, que los monárquicos ultra– montanos de España, porque éstos consintieron, aunque no de buen grado, que en el artículo 6 fl de la última Constitución de la Monarquía se consignara, lisa y lla– namente, la Utolerancia" de cultos. Lo demás pasó sin mucha dificultad. Se consignaron todos los principios li–

berales, se garantizaron todas las libertades, todos los derechos elel hombre y del ciudadano, la independen.

cia de los poderes públicos, hasta la autonomía del mu– nicipio. La Constitución no dejaba qué desear; era una obra acabada; lo que únicamente faltaba era que rigie– ra, que se respetara y se cumpliera. Terminada la ley fun– damental, se acordó que comenzaría á regir el 11 de Ju– lio de 1894,.. es decir, el dio del aniversarió de la revo– lución. La "libérrima", así se llamó la Constitución, era el complemento de lea "gloriosa"; la obra principal es– taba concluída; sólo faltaban las leyes secundarias, deri– vadas de la fu'ndamental para la renovación definitiva de 'el República.: L" ley electoral, la orgánica de tribu· nales, la orgánica municipal, la de imprenta y la del matrimonio civil, aparecieron sucesivamente y, por su– puesto, estabon calcadas en los principios de la funda– mental. Todo iba en regl,a conforme el espíritu que se atribuía á la ugloriosa"; las consecuencias se iban de– duciendo con rigor lógico y casi podía decirse que se había llegado al fin de lel jornada.

Cuenta la Biblia, que Dios, al terminar la creación, miró su obra y vió que era buena. Los liberales, al contrario de Dios, miraron su obrd y vieron que era ma..

lo A una decían: 'lean esta Constitución no se puede 90bernur aquí, es imposible; el Presidente queda muy atado, nos pueden botar fácilmente; pero contra siete vicios, hay siete virtudes", y (omenzc;uon á eiercerlas, desteiiendo, como Penélope, lo que habían teiido. Las siete virtudes no tardaron en aparecer con el nombre de "ley de orden público". Era el reverso de lo hecho po.

ción é hipocresía. Le echaron de liberales de buena fé, de patriotas desinteresados, de enemigos de la tir(lnía, de partidarios de la legalidad y de amantes de la Ii·

beriad en todas sus manifestaciones. Sin oposición, pu– dieron al principio ejercer 1(1 dictadura; fingieron desde– íiarla y después han corrido tras ella desalados, dando lastimoso!; trospiés y exhibiendo su pequeñez y su de–

menda.

CONSTITUCION IMPROPIA

Inconscientemente, aunque por diversos motivos, los santurrones, los tímidos y los que la picaban de político,s, c~nver9ían á la idea fundamental que de– be ser norte de quien va á constituir una nación con obieto de que viva bien y no con el que se amolde al

capricho ó a los ideales de otros. Pero, aceptar eso

era reconocer que la nación no estaba imbuída en los ideales de la revolución, era confesar que ésta no ha– bía tenido razón de ser, que el liberalismo no predomi– naba en Nicaragua y por consiguiente era una farsa lo que se había hecho y dicho á ese respecto, antes y des– pués de la "gloriosa". Todo eso era verdad también. Los que así pensaban, pensaban muy bien. El dilema volvía á presentarse. Los dos extremos eran escollos. Scila y Caribdis estaban ahí, terribles, amenazadores. En

el uno ó en el otro tendría que estrellarse la infeliz bar– quilla, por hábil que fuera el timonel. El mal estuvo en haber desplegctdo las velas con mal tiempo, por im– previsión de los marinos. Debieron esperar que Id tem– pestad pelsara y que el reposo fuera completo. ¿Qué les importaba á los que comenzaron violando los principios de su credo y cometiendo inconsecuencias hasta consigo mismos, haber aplazado lo. reunión de la Asamblea por el tiempo que se hubiera creído conveniente? Nada ab...

solutamente. Durante el aplaz~miento, se habrían cal... modo los ánimos, se habrían olvidado las pomposas promesas de renovaci6n política y social, se habría or– ganizado una propaganda sensata y razonada acerca

de las reformas convenientes, se habría podi.tlo segregar del poder provisional algunos de los elementos más no...

(I\l-OS y, agregar los asimilables, se habría hecho una elección verdader·omente libre, la Asamblea habría sido nacional y su obra, si no perfeda, aceptable por la ma... yoría de los nicaragüenses por estar al nivel de su es– tado de civilización. En vez de proceder de esa mane– ra franca y cuerda, proceden con aturdimiento, festina-

LA CONSTITUCION LLAMADA '~LIBERRIMN~

POR

lo que acabo de decir se comprenderá que el proyecto de una Constituci6n liberal, en el sentido más

alto de esta palabra, tenía que encontrar formidable oposición en la Asamblea, principalmente en lo tocante

á la libertad de cultos. Los debates fueron acalorados desde el principio, no sólo por las resistencias de los netamente contrario$ á las innovaciones, sine) también por el desacuerdo inesperado entre los mismos libera– les. Algunos se oponían de buena fé, porque realmen– te su liberalismo no lIegabel al grado candente en que estabO el proyecto. Otros, se manifestaban sin escrúpu– lo por lo que á ellos hacía, pero temían por sus fami– lias. Los demás, no era por eso, ni por aquello, sino porque á su ¡uicio había necesida de contemporizar con las preocupaciones dominantes, no se debían lastimar las conciencias de los creyentes, ni asustar á los tímidos con innovaciones fundamentales que transformasen de súbito el modo de ser político y social. En realidad de verdad, todos tenían razón. Lo que cada uno decía tenía fuerza. La Asamblea estaba resultando nacional, en derto modo, porque se reflejaba en ella algo de lo que había en la nación y ponía en evidencia, sin que– rerlo ni pretenderlo nadie, que el proyecto en cuestión no estaba al mismo nivel que el pueblo que se trataba de constituir.

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