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historia que sabe es aquélla misma que aprendió en los teXtos más reducidos de las escuelas de SU tiempo. La historia de Francia se reduce para él a conocer que Napo–

I~ón era un gran soldado, que peleó en Marengo y en Austerlitz; pero de Santo Elena y del manejo del célebre Capitán en la ¡slo, lo ignora casi todo. Sabe porque ha hojeedo "Los Girondinos", que hubo una cosa que se lla– mó "Revolución francesa", y a diestro y siniestro trae a cuento a ~obesplerre, Dantón y Morat. De Rusia, del Imperio Germánico, ¿de qué cuenta iba o conocer Carlos Selva cosa alguna? Sabe que Washington le dio inde– pendencia a los Estados Unidos; y en la guerra civil de éstos s610 pelearon, en concepto de Selva, dos generales, Grant y Lee) Sheridan, Stonewall, McPherson, para él son desconocidos, y muchos menos puede dClr un solo nombra de ,les betallas que se libraron por la libertad de los es– (lavos.

,la literatura del mundo se reduce para él a Víctor Hugo, cuyas obras po~ticClS no ha leido nunca, y al mu– latQ Dumos; de modo que si Se habla de novelas al punto sale con los "Tres Mosqueteros y El Conde", el cé– lebre "Conde". Dramas, pues Selva 5610 tiene en la bi– blioleca de su rnemorit. "El Trovador, Macias, Don Juan Tenorio", pero de Racine, de Moliére, de Calderón, de Só– fodes, ni por asomo se ha dado el gusto de saborear una' ¡ínea. PoemCls líricos, no hay para él más que "El Diablo Mundo y Juar" porque en su concepto sólo ha habido dos poetas: Espronceda y Byron. Del primero conoce Cldemás el canto a "TeresCl" y del segundo la poesía titulCldCl, "Adios por siempre". Cuando la recita se posesiona tanto del espíritu de la obrCl, que se ima– gina que él es el bardo inglés con todas sus olímpicas tristezas y que le está dClOdo la despedidCl a una ingra– ta que le amó pero que le abandona. En tales situa– ciones, CClrlos Selva sólo es digno de una compasión in– nle!llsa, y queda expuesto Cll sarcasmo de los que no se ló tiene'1.

Carlos Selva, como vemos diciendo, es atrasado en historia de un modo asombroso, y llena de curiosidad lo que forma su ajuar de escritorio. Como si jamás debie– ro verse en la necesidad de hacer una consulta respecto del significado de una palabra de su idioma, no se en– cuentra sobre aquélla mesCl da redacci6n, un súlo diccio– nario de la ínfima clase. Sabe de ortogrClfía lo que ha logrado aprender en el manejo perpetuo de la pluma,

y no deja de acertar en la colocación de los signos que corresponden a las pausas de la leduro y de la dicción Su sintaxis suele ser torcidCl con frecuencio; sus oraciones foltas de elegancia) llega a ser tosco su estilo, tomo un tronto envejeddo.

¿En dónde está, pues, el mérito de este hombre que se lIC1ma Carlos Selva, si con tan escaso adorno en su prosa, le ha sido dable ocupar un puesto tan culmi– nante entre los soldados de la prenso en la AméricCl Cen– tral? ¿Cómo el nombre de este paladin tan estrambóti– co, que ha usado como si dijéramos una especie de mol–

de para sus artículos principoles, cómo ese nombre es pronunciQtlo con entusiasmo por nadonales y extranjeros desde un punto al otro de la garganta de tierra que forma nuestras ci!ltO repúblicas? Varias personas, a

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pesar de la 'ama tan general de éarlos Selva en sLl cél– Iidad de diarista, discrepan en concederle los méritos que nosotros, que nos hClcemos eco de lo que dicen casi todos, vamos ti consignar para siempre sobre esta hoja de estraza Sin exagertlci6n ninguna, sin ningún interés, cloros cemo el Clgua de una fuente limpia, llegamos al término de esta semblanza. habiendo dejCldo para el to– que final el mérito más sobresaliente de Selva, el más rico de sus dones, que hace como perdonarle sus raros extravios, sus arrebatos mórbidos, su dudosa energía.

Carlos Selva periodista, como lo es, nos trae este sí· mil a la mente) el de un "buJldog" que agarra su presa, y no lo suelta sino cu~t1do se viene entre los colmillos de la fiera, el pedazo de carne, cO,n I~s músculos y el hueso. IY cómo soboraa después aquél bocado; qué mani9r tan delicioso es para él el botln que le deja su embestidCl!

LA VERDAD EL NORTE DE SELVA

S"'nlodo sobre su silla giratoria, hemos visto a Sel–

VC.I, con s9 pantalón de lino, en mangas de camisa y con la pluma sujeta de un modo raro entre los dedos; la toma colocándola entre el índice y el de en medio. Teniendo CI su lado un cajista, va Selva, como si su ma– no fuera perseguida por un demonio, rompiendo a veces el papel otrCls cubriéndolo de borrones, pero siempre formidable cada una de las líneas que formula su cere– bro ¿Y si es tan escaso en conocimientos, repetimos, cómo supera a su propia 'deficienciCl, cómo se hace su– perior el su ignorancia? No acertamos a explicarlo; sólo podemos decir que sobre cualquier asunto que un pe– riodista propor1e, de esos que han tenido ICI honra de medirse con él, el rerlaetor de "El Diorita" se afloja como el águila, si está en desacuerdo con lo que se dice, y tomando a su cargo la doctrina que se discute, la divide en portes, lo somete a un análisis, como si fuera un químico de la idea, y después de haberla destom¡ouesto, nos prueba que su adversario no ha tenido razón; y cuan– to hClY de nocivo, de inútil, de pequeño, de esclClvista en el escrito que tritura, lo pone con tanta evidencia ante hueslros ojos, que no podernos hacer otra cosa C)uo confesar, con profunda convicción, que están en lo cierlo las páginas terribles y proféticas dc Carlos Selva 5us publicaciones, pues, valen no por la forma, no por el brillo del ropaje que visten. Repite palabres en pá– rrafos cortísimos; deja los períodos truncados en los puntos en que parece más necesaria la elocuenciCl; aplas– ta con una broma de mol gusto tina inspiración que le venía) pero en el fondo de aquélla lucubración, grande

y deformo, se siente palpitar la idea atlética, se ve el verbo incubando su númen; se percibe la razón y la lógico, arrojando sus torrentes de convicción, como un río caudaloso que corriendo entre vlrgenes riberas, refle– je el cielo azul o tempestuoso, y la luz del sol cuando éste luco, o la de innúmeros astros cuando avanza la noche Las mosas, que son las que deciden de la re– putación de un hombre, El"n declarado con ingenuo en– tusiasmo que Carlos SelvCl es el primer diarista de su tierr.1) el único que este título puede merecer entre nos– otros; y su corona que estil hecho del árbol que el rayo respeta, será la gloria de la vida del ilustre escritor y

el monumento más rico de su tumba.

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