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« Previous Page Table of Contents Next Page »Navarino la fuerza de los aliados se opuso 6 la fuerza turca en favor del derecho de los griegos. No aIra cosa pasa hoy en la cuestión do Panam6. La fuorza de los Estudos Unidos se opone á la fuerza do Colombia en protección de los panameños, co.mo " opuso a la fuerza de España en protección de las que (ueron sus colonias, como se opuso a la fuerza da Francia que apoyaba el imperio en México, Aplaudir este procedimiento no es divinizar 'ps, violencias del poderoso, sino santificar á
un poder!>s!>, que sale on defensa del derecho del débil para impedit- el atentado de otro poderoso, para impe– dir el triunfo de la Iniquidad de la sinrazón impúdica
y sofística que invoca falsos títulos para imponer su voluntad y esclavizar {, los pueblos que aspiran {, la
libertad. El derecho solo nada puede si no está respal– dado por la fuerza. ¿De qué sirve cantar melodías á un tigre que se nos viene encima, si no tenemos una
e!icopeta para impedir que nos coma?
Si el colega reflexionare, conocerá que no es lógico cuando dice así vo el mundo, equiparando lo de Pana– má á los acontecimientos que cita, porque leíos de ser aquí la fuerza la que aventaja 01 derecho, es la que le ayuda para salir avante. El derecho está triunfante on Panamá. La fuerza quiso ahogarlo, pero oha fuerza lo ha salvado. Lo que prueba que en este mundo trai– dor nada es verdad ni mentira, como dijo el poeta, sino que todo es según el color del cristal con que se mira. 9 de enero de 1904.
DE AYACUCHO A PANAMA
A
prop6$íto del 79 aniversario de la batalla de Aya– <ucho, publicó El Grito del Pueblo de Guayaquil un ar– ticulo muy interesante por los gloriosos recuerdos que evoca, por 105 desastres que narra sucintamente y por las consecuencias que se desprenden de esa relación que, al propio tiempo que historia de nuestra república, es
confesión de nuestros errores.
"Al repeti~, .!l,!1"'!tr!,!~!, .~,ie¡~, e! diario del Guayas, las palabras del ,L!bjl'1~~qt"f;¡c6nver"mos los olas y el cora– zón á aquella' ~p.;iC\l lejana de lucha por la vida de todo un Continente;' nos bañamos en los rayos del sol que reflel6 en el Condorcunca sobre la frente de Suere y sobre Colombia, y vemos flotando al viento, en la hora del triunfo decisivo, el bicolor peruano, sostenido por las manos de La Mar y desgarrado por las balas espa– ñolas.
América entera CJclam~ ..al vencedor de Ayacucho. Cinco naciones coloca;Csti·~Ó:~r,i su frente 105 laureles que ciñó en Lauctra Epaminondas, y la historia de la liber– tad inscribió su nombre en láminas de oro, para ador– nar con ellas las marmóreas paredes del templo de la Fama.
La raza conquistada vi6 rotas sus cadenas secula.. res y alzó un himno de gratitud, qu~ resonó en las cumbres del Avila, del Chimborazo, dol Mlsti y del Po– tosí, y cuyos ecos llevaron al océano inmenso de la glo .. ria las ondas del Orinoco y el Guayas, del Magdalena y el Rimac, para que el mar de Balboa los repitiera {, través de las edades.
Después ••. después entramos en la sombra. la
espada que sirvió para romper el nudp de la setvidum– bre colonial, fue recogida por manos impuras. La am.. bidón impaciente y criminal se sobrepuso ó la virtud y
al honor, en la orgía de la revolución. Bolívar murió desesperado en el destierro; Sucre cay6 en la obscuridad de un bosque con el cráneo despedazado por balas fra– tricidas. San Martín y La Mar fueron él espiar en el destierro, La guerra civil, con la revuelta cabellera al aire, el látigo de llamas en la diestra y la blasfemia en los labios, se enseñoreó de los campos de América, ha.. liando el <adáver de C6rdova, ese Alcibiades colombia– no, que cay6 bajo el golpe traidor de un asesino aven– turero.
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Los caciques se sucedieron en el Capitolio de cada una de fas nuevas nacionalidades. Hombres salidos de las tinieblas, ignorantes, corrompidos, ambiciosos, hiios da la codicia y el crimen, cebaron su luiuria de oro y de poder en el cuerpo exangüe de aquella virgen del mundo
cantada por Quintana, y escribieron con' sus puñales la historia de nuestros infortunios. La fraternidad huyó osponto da de las olmas, donde sembró su emponzoñada semilla el rocelo, y las fronteras que dividran á las repú' blicas fundadas por un solo amor in",enso y una sola espada luminosa, Sl! convirtieron en las murallas de bronce de los viejos pueblos asiáticos. Abel cay6 en el altar de los sacrificios con los brazos abiertos en cruz y
los ojos sin expresi611 filos en la inmensidad. La ca– lumnia, la envidio, la ir~, la traición y la infamia pre– pararon el camino á la desorganización y á la conq~is
ta, en el horror macabro de una danza de sacrilegos en el cementerio de la libertad.
y h9Y, al cabo de casi una centuria, en el momento en que América vo avanzar el alud sin poder salvarse de la catástrofe; de allá, de las faldas del viejo Con– dorcunca, parece surgir un clamor de honda desolación y de tristeza infinita. Es el grande ejército de la inde– pendencia que entona himno de muerte sobre la tumba de la fraternidad amoricana... '"
¡Bravo! Todo eso es muy exacto, muy bien escrito y l!1W bien sentido. El alma latina palpita en esas Ii·
neos que parecen de la pluma de Tácito, el historiador
que Juzga con severidad á su tiempo depravado por el cesarismo. Al escritor del Guayas, como al del Tíber, le
inspira el mi~mo soplo de justicia, y por eso castiga y .marca Tgcito desdo su silla curula fijó en la picota la innoble figura de hOr'ribles Césares, los cuatro grandes tiranos. Tiberio, Caligula, Claudia y Nerón. El escritor del Guayas desde El Grito del Pueblo marca las espal– das de 105 caciques criminales que han hundido un mundo en un mttr de desdichas colocando á los pueblos en la necesidad de hacer lo que acaba de verificar Po· namá para salvarse del naufragio. Regeneraci6n 6 ca·
tóstrofe, diio el Dador Núñez. No hubo regeneraci6n, y lIeg6 la catástrofe para Colombia y el alba del Renaci– miento para Panamá. Eso es todo por ahora.
19 de enero de 1904.
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