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« Previous Page Table of Contents Next Page »de los religiosos de San Juan de Dios las celdas de los monjes estaban al lado de la Calle Reed, y se tur– naban los que debían vigilar y cuidar a los enfermos Los mismos monjes que se sometían o los oficios más humildes eran los que llevaban los muertos o su última morada, sacándolos en hombros en uno camilla de tolda blanca a la que se daba el nombre de andas.
El hospital se sostenía con los recursos suministro– dos por el vecindario Comerciantes, agricultores y de– más gremios se apresuraban a enviar su 6bolo para darle vida Los primeros mandaban telas, como man– to, zarazas y útiles para mesa y cocino, lo mismo que
hOl ino, quinina ruibarbo y demás medicamentos que
surtían [a botica Los haciendados enviaban puntual–
mente azúcar, plátanos, maíz y demás granos, y los
particulares llevaban continuamente artículos para todos los usos Por lo general, las familias se imponían la obligación de repartirse semanas para llevar alimento a los enfermos, sobre todo, la tan conocida bebida de atol; y como fuera de las horas reglamentarias, lleva– ban con frecuencia todo aquello que se creía de utilidad, los frailes inventaron colocar un torno al lado de la calle, de manera que se ponía en éste lo que se llevaba de limosna, y se tocaba una campana Al instante giraba el torno, y ya estaba en el interior la ofrenda. Con este sistema, los frailes no perdían su tiempo, y facilitaban el modo de ejercer la caridad a las personas caritativas en cualquier momento Y así funcionaba todo admira~
blemente; no se carecía de nada La bodega estaba siempre atestada de lo necesario, removiéndose con fre– cuencia los granos, que por lo general los había en abundancia, manteniéndose Ja ropería bien provista, tanto de obietos nuevos como de cosas de medio uso que muchas personas llevaban
Se notaba una noble obsesión por la limosna, un empeño generoso por que al enfermo se le prodigara la atención más esmerada y no careciera de nada; de manera que su dolor fuera atenuado y aliviada su mi– seria, rodeándole de las comodidades posibles para hacerlo olvidar su penosa situaci6n Los monjes trata– ban con cariñosa suavidad a los asilados Era prover– bial su finura, su asiduidad, su abnegación, ocupándo– se de los menesteres más humildes, velando a los de gravedad, auxiliando a los mOlibundos, acompañando a los muertos, rezando a cualquiera hala que fuese ne– cesario, el oficio de difuntos Vida consagrado a la piedad y al sacrificio de la salud pOI el bien de sus semejantes, ofrendando muchas veces la vida percibien– do una enfermedad contagiosa, por cumplir con su sa– grado debel Es indudable que de las órdenes religio– sas, Ja de San Juan de Dios es la que más se acerca a la sublimidad del Cistianismo primitivo; y por esa virtud de la pureza de sus o(:tOSt pOI aquella vida abne– gada y toda bondad, eran los monjes tan queridos y
venerados por todas las clases sociQJes Su presencia infundía el más profundo respeto, admiración y cariño, viéndose en ellos reflejada la doctrina pura del Divino Maestro.
Los médicos de entonces
Eran muy pocos los médicos titulados que había en aquel tiempo, y que concul rían a pi estar sus servicios al hospital los npmbres citados por las personas que han suministrddo estos dat.os, hablan de apellidos extrange– ros, como el daclar David y el daclar Tilden. Parece
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que el primero de éstos tenía gran afición a las bebida$ alcohólicas, y según la fantasía popular, se había dado cosos en que, mientras más ebrio estaba, era más acer– tado en sus diagnósticos y tratamientos; siendo tal la fe que tenían en el afamado facultativo, que cuando estaba caído, ímposibilílado de dar un paso, le lleva– ban en brazos los dueños del enfel mo, con la seguridad de obtener un feliz éxito. Había otro que llamaban don Isidro, de nacionalidad española, que murió asesi– nado por su criado, una noche, por el barrio de La Otrabanda, junto O un arroyo; quedando éste, por ese hecho, bautizado con el nombre de 01 royo de don Isidro Después se averiguó que se trataba de una intriga en– tre la esposa del médico y su sirviente y que convinie– ron, entre ellos, matarle, haciendo que le llamaban una noche, a ver un enfermo, ofl eciéndose el criado a acom– paiíar lo, para consumar el. crimen
1 836
El doclor Nicasio del Castilla, bisabuelo por parte motel na del que estos líneas escribe, prestó también im– portantes servicios en el hospital, sobre todo, cuando se presentó por primera vez la horror0sa epidemia del có· lera, el año 1836, que tan espantosos estlagos causÓ en Nicaragua, enfermedad que percibió, y de la cual murió por asisth a los atacados de la mortífera dolen– cia A lo muel te del doctor del Costillo, único médico que había en la ciudad, quedó ésta en la mayor incle– mencia, en monos de los curandelos que abundaban, siendo el más prestigiado un sujeto a quien llamaban Bumbulín
Tengo o lo vista una carta del señor don Vicente: Cuadra, di rígida al distinguido caballero don Faustina Arellan!" fechada el 20 de mayo de 1876, en la que dice en su último párrafo, "Creo de mi deber no dejar de decir a usted, en honor de este vecindario, que el finado señor Arellano, encontró en sus laudables esfuer– zos el más decidido apoyo de la generalidad, y más eficaz cooperación de los prohombres de aquella época, entre Jos cuales se distinguió el difunto Licenciado don Niccsio del Castillo, quien sucumbió prestando los ser– vicios y auxilios de su profesión a lo humanidad do– liente"
En la corto .anterior se refiere el señor Cuadra a los muy importantes y humanitarios servicios, que con la mayor asiduidad y valerosa abnegación prestó o los atacados del c61era el señor don Narciso Arellano. Al– caide de Granada en ese tiempo, quien era padre de don Feuslino. El señor Alcalde Arellana era hombre infatigable; se le veía por todas partes y a toda hora, cuidando personalmente a los enfermos, no abando– nándolos sino hasta que les había prodigado todas las atenciones que requerían para presentarse seguidamen~
te donde otros atacados; cumpliendo de esa manera tan caritativd ,y noble misión, que él se había impuesto en aquellos dolorosos !Olias de suflimiento y de muerte Y ela tal la profunda gratitud general para aquel bienhe– chor, que se pronunciaba su nombre s610 para derra~
marle bendiciones, y fIases encomiásticas la nombre de nobles y generosos sentimientos Nuestro amigo y co~
lega, el doclar don Germán Arellano, es nieto de aquel esclarecido varón.
Refiriéndose a los importantes servicios del señor Arellano, nos decía un caballero amigo nuestro, que por don Jasé Argüollo Arce sabía que gracias al expre– sacio senar Arellano, el cólera no hizo mayor estraga,
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