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« Previous Page Table of Contents Next Page »horrores, tales como la guerra que estalló, en 1834, entre los jefes de armas, Gral. don José Zepeda, de Le6n, y Gral don Cándido Flores, de Granada; guerra que aca– b6 con el triunfo del primero y la fusilaci6n en masa de los principales jefes del segundo Aquel luctuoso perío–
do terminó con 9tro escándalo, el asesinato en la ciu–
dad de Le6n, ,el 25 de enero de 1837, del Jefe de Esta– do don José Zepeda, ejecutado por una turba que en– cabeza Braulio Mendiola, sujeto de maios anteceden– tes y de peor conducta, que por aquella época se ha– llaba en las cárceles de dicha ciudad El vecindario
se estremeció con aquel hecho horroroso, y pasó largas
horas de angustia mientras se vió en poder de la ban–
da de asesinos, que tan bárbaro atentado había cqme–
ti do la sociedad pudo salvarse entonces, merced a lo
enérgica y patriótica resolución del Alcalde don Vicente
Jerez, quien, apoyado por el Diputado a la Constituyen–
te don Pondana CorraL que era entonces aún muy ¡o–
ven logró decidir al Vice Jefe, doctor don José Núñez, a
que asumiese el mando supremo y escarmentase al mal–
vado El mismo Alcalde Jerez se encarg6 de la captura
de Mendiola Presentóse en el cuarteL con unos pocos
hombres armados, e hizo prender y ejecutar sumaria–
mente al autor del horroroso crimen del 25 de enero De este modo hubo de tranquilizarse la sociedad leonesa, que pas6 aquel día presa de terror y de mor–
tales angustias, pues Mendiola y sus foragidos, recorrían
las calles lanzando gritos destemplados y las más ten i–
bIes amenazas contra las gentes pacíficas y propietarias,
y había dirigido al Alcalde Jerez un ultimátum, pidién–
dole perentoriamente ocho mil pesos, para repartirlos entre los muchachos, mémifestándole que, de no hacerlo así, no respondía de lo que sucediera
Contábase, recién perpetrado aquel asesinato, que
la ruina de Zepeda y la de sus plincipales colaborado– res, don Pascual Rivas, don Ramón Bailadores y don Eva–
risto Berrías, consistió en dos circunstancias: primera, el
haber sido llevado el Jefe al cuartel sin su uniforme,
pues, habiendo sido sorprendido en la cama, fué con~
ducido sólamente con su vestido interior, y segunda, el
haberle faltado en aquel momento crítico la presencia
de ánimo que la situación exigía. Decíase que al llegar Zepeda a presencia de sus tropas, preguntó con voz enérgica: ¿"Quién manda esta turba?" los soldados, sobrecogidos de respeto, guardaron silencio pqr 019unos momentos, que hubiera podido aprovechar Zepeda, man~
dando fOlmar su tropa y prender a Mendiola; pero no
lo hizo así, sino que también él guardó silenciq y vol~
viendo Mendiola de su turbación, contest6, "El pueblo
soberano", y mandó prender a Zepeda quien pretendi6
salvarse, emprendiendo la fuga ,
Tal era la situación de Nicaragua en lo?> momentos
en que se pleparaba a reformar su ley fundamental Aleccionados por la experiencia los hombres pensa–
dores de la época, trataron de constituir el país sobre
bases más estables, dando mayor ensanche a las ga– rantías individuales y cercenando al poder las grondes facultades que le atribuía la Constituci6n anterior. Cre–
yeron los constituyentes que las Ijmitaciones constitu– cionales podían servil de traba a m<;:tndatarios desbor. dados y sin principios, y emitieron la libérrima Consti–
tudón del 12 de noviembre de 1838, foriándose la i1u– si6n de que con ella alcanzaría el país la dicha y pros– peridad que no había podido lograr bajo el régimen
anterior
El pueblo todo de Nicaragua celebr6 con gran en-
tusiasmo y con públicos regocijos la promulgaci6n de la
nueva Carta, creyéndose ya feliz Quizá así habría sido,
porque había desaparecido el carácter feroz y salvaje de las, contiendas políticas; pero, el poder federal pug–
naba por impedir el desmoronamiento de Centro Amé–
rica y restablecer en todo el país su decadente autoridad; lo cual di6 lugar a repetidas luchas en los estados, y a
Ja intelvénción armada de Nicaragua, con la que se
atlajo la enemistad de los gobiernos de Honduras y El
Salvador, que, unidos, lo invadieron en 1844
Aunque no sea muy conducente al propósito que nos guía en los presentes artículos, conceptuamos de in· terés para nuestros lectores detenernos un poco en el estu· dio de este momento his1órico de nuestra segunda era constitucional
, La nueva ley fundamental denominó al primer ma· gistrado, Director Supremo del Estado, fijándole el tér–
mino de dos años pOla su período administrativo Al mismo tiempo establecía la Comandancia General de las Armas, como el supremo poder militar Este poder estaba, nominalmente, subordinado al Ejecutivo; pero, en realidad, era el poder efectivo, al cual estaba supe–
ditado el poder civil
El primer Comandante General fué don Bernardo Méndez, conocido con el nombre de "El Pavo", uno de los principales instigadoles del motín de cuartel que ha– bía causado el asesinato del Jefe de Estado don José Zepeda, y de sus jefes militares El primer Director Su–
premo, por consideraciones políticas, o más bien, por
fundados temores, confió a este jefe el poder de las ar– mas, al que, desde luego qued6 sometido Más tarde, al regreso de Méndez de una expedición a El Salvador, fué desconocida su autoridad, y le sucedi6 en el puesto
; el general don Casto Fonseca, quien acentvó más la su~
premacía del poder militar. Bajo la influencia de éste
se hacía la elección del Director Supremo, la cual recaía, casi siempre, en alg>Jn ciudadano de lo más notable por
$U notoria ilustración; pero Fonseca hacía alarde de su
poder, y acostumbraba decir que él mandaba y que s610
necesitaba del Director Supremo y sus ministros para
qu~ sellaran, con la respetabilidad de su nombre, su vo–
luntad soberana
El gobierno así establecido no podía en manera al–
guna corresponder a las esperanzas de los pueblos ni a
Jos nobles propósitos de los legisladores constituyentes
Era una dictadura militar, del peor carácter, puesto que el grqn cuerpo consultivo que determinaba sus actos
era el cuartel de Le6n, del que disponían hombres oscu–
ros, sin principios, sin la menor idea de ctdministración, ni las nociones más rudimentarias de política
Un gobielno, constituído con taJes elementos, no podía por menos que sel mirado con aversión en todo _el país, principalmente en el vecindario de la capital, que era testigo pI esencial y víctima de sus desórdenes y de s1,)s. repugnantes excesos León sufrió, en primer tér~
mino, los efectos de aquel régimen oprobioso y opresivo Ciudadanos prominentes fueron vejados con el infaman~
te suplicio de la pública flagelaci6n Asi fué que cuan– do las relaciones can los estados de Honduras y El Sal–
vador se pusieron muy tirantes, grupos de ciudadanos notables, como los Salinas, Guerreros y otros, se dirigie· ron a Jos Estados vecinos para alentar a sus gobiernos a que verificaran la invasión de Nicaragua y pusiesen
1érmino al detestable orden de cosas que aquí regía Los ejércitos aliados de Honduras y El Salvador in–
vadieron, y ocuparon posiciones en los suburbios de León
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