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de la selva y ve temblar el reflejo de sus cuerpos en el agua

Amor, en ese tiempo, son las noches sin luna en el ran–

cho de Calvo, el hulero, y los días de sol esperando la lluvia, y los días de lluvia riyando la madera a la cabeza de los riyeros

Mi mujer trabajaba donde quiera que estaba

Hasta en Managua tuvo a su cargo una fábrica de

cigarrillos

l'eTo Mun09\lO no le gustaba

Porque allí se trataba únicamente por dinero

y el trabajo es febril como una tifoidea

Descontrolado y convulsivo como el baile San Vito Cuando no es automático y rutinario, más que el traba-

jo de las hormigas No se trabaja allí por amor al trabajo Nadie trabaja por amor

Ella trabaja siempre con amor porque trabaja sólo por

amor

Es decir, su troba¡o es un acto de amor

y por eso en Mcmogua no podía vivir, porque allí casi

naclie trabaja con amor, nadie trabaja por amor, es decir, no se puede vivir Mi mujer en Managua no podía vivir

Trobajor es para ella vivir, trabajar, mejor dicho, es para

ella existir, y por lo mismo trabajoba donde quiera que estaba Trabajaba y trabaja

Tanto en su casa de la ciudad como en la casa de su

ho.dendo. Criando seis hijos

Cinco varones -seis, para ser exactos, porque el quinto,

Chrístián, que era una maravilla, se mu– rió de cuatro años- los mayores un par de gemelos y sólo una niña

ICuando le debo de mamar a sus gemelos parecía la

loba de Rómulo y Remo)

Cinco criaturas superactivas, en incesante movimiento

como un gardumen de pepescas

Pecosos pelirrojos, a excepción del cumiche, casi todos

el vivo retrato de su madre Todo el día escapando

('l bañarse en el río dándosa rá– pidas zambullidas, uno tras otro, I1aciendo bulla y metiendo ruido, con palos y latas, todos gritando al mismo tiampo, por el peligro de los tiburones, que allí pululan Ello siempre sobre ellos, criándolos y educándolos Haciéndoles hacer todo lo que ella hacia

Enseñándoles a ordeñar y a montar, ordeñando las va–

cas a la par de ellos y montando a caba– llo con ellos, cada cual en su propio caballo

Formando así tropillas de montados para arrear el ga-

nado vacuno y recogerlo en los corrales aIras veces tirando con ellos o refiriénc.1oles sus cacerías En las llanuras del San Juan y en las montañas de la Azucena tuvo ell un tiempo fama de cazadoro.

Porque ella, en realidad, ha perseguido al tigre y tirado

venados

y hay un soneto mío sobre una de sus más bellas ha–

zañas de caza

Todos sus hijos la admiraban por esto y todos aspiraban

a ser como ella

Desde pequeños aprendían ton ella a manejar el 22 pa-

ro matar e.n los tacotales y en los panta– nos próximos a la tasa, palomas pata– canas, piches, zarcetas y patos reales Como también pescaban a la par de ellas los peces de

agua dulce que abundan en el río y sobre todo sábalos y tiburones, que aunque in– sarvibles pera la mesa, son una pesca más deportiva

y sacabcm almejas -todos los que querian!- en los

bancos de arena donde frecuentemente se bañaban

y t(.lmbi~n, et1.!itañCldos por ello., 5e iban en bote, \unto

a la vega a coger chacalines, desenredán– dolos de las raíces de los camalotes don– de se encuentran enredados

Ella en seguida les daba un banquete con formidables

sopas de pescado o de almejas, ricas co– mo emulsiones y deliciosas ensaladas de chacalines con mayonesa

P.sí les enseñaba mi mujer a mis hijos a amar el cam–

po, lo naturaleza, que con tal abundan– cia de dones, paga, gracios o Dios, el tr{lbojo del hombre en algunos lugores de América

Les enseñaba Cl amar la Nerra y a trobaiar1a, como ella A ser como ella y a vivir como ella

Cuando era una chavala como cualquiera de sus cinco

chavalas -menuda y mercurial como sus dos gemelos, petaso y pelirroja como el que vive ahora en Alemania, sobe Dios dónde

Cuando empezaba a llamarse Maruca

CuaneJo también su gasolina se llamaba Maruca Cuando tocla la gente del río, hasta los pasajeros de

105 botes y los canaleteros, la llamaban Maruco

Cucmdo decir N1cli uca o la Maruca era decir c6mo era

La pequeña alemana que trepaba a los árboles con la

facilidad de las ardillas

La que tambIén escalaba las torres de los molinos aero.

mo~ores para ajustar las bombas que sa– caban el agua de los pozos y llenaban las pilas donde aguaba el ganado La que montabo en pelo y parejeaba con sus hermanos

en los gramales de las plazuelas La que primero se metía en los suampos, con el agua

hasia el cuello, Ct la cabeza de las otras I<autt, tratando de agarrar las crías de los piches, que no se sabe cuándo se zambullen, ní dónde salen

La que osi mismo encabezaba las incursiones de la pan–

dilla por la vega del río en busca de toro tugas o I1uevos de tortuga y por el borde de la montañ.. buscando huevos de gon– galana o gongolonos

La que lo más del tiempo traveseaba, es decir, trabaja–

ba, ella sol.. , entre las herramienias y

105 fierros -llaves universales, alicates, tenaz:os, desatornilladores- atornillando y desatornillando, armando y desarmando, quitClndo piezas y poniéndolas, en el taller de mecánica de Mr. Gross, el abuelo ale-mán que era ingeniero " El que f07m6 la ho<:ienda San Francis<:o del Río

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