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« Previous Page Table of Contents Next Page »El cielo lleno de constelaciones brilla, y su oriente disputan suaves luces bermejas. De pronto, \Jn terremoto mueve las casas viejas y las gentes en los patios y calles se arrodilla
medio desnuda y doma: "Santo Dios! Santo fuerte! Santo inmorta!!" la tierra 1iembla a cada momento. Algo de ClPOCCllíptico mano invisible vierte!. .
La atmósfera es pesada como plomo, No hay viento
y se diría que ha pasCldo la Muerte ante la impasibilidad del firmamento
El paradigma de desc.ripción del típic.o paisaje geo– gráfico nicaragüense, de clima tropical y húmedo qU,e
oligina esa vegetación lujuriante y deo elel hermoso palS istmeño, se lo encuentra en el de las suaves serraníc\s de Managua por donde serpentea 10 Carretera Paname– ricana, al sur de la Capital, que DolÍa pinta con amo– rosa delectación:
"Más de una vez pensé en que la felicidad bien pudiera habitar en uno de estos deliciosos paraísos, y
que bien hubiera podido tal cval inquieto peregrino apasionado refugiarse en aquellos pequeílos reinos in– cógnitos, en vez de recorrer la vasta tierra en busca del ideal inencontrable y de la paz que no existe. Pocas horas de mi existencia habré pasado tan gralas y vívi– das como aquéllas en que, al estallar las mañanas en una cristalería de pójaros locos de vivir, salía yo con mi escopeta, en compañía de un ¡oven amigo, a reco– rrer los caminos, a bajc¡r por los balrclncos, a buscClr entre los ramajes lo deseada co:l:a
Enlre todas las plcnlels que alraen los miradas, \Ié– vanse la victoria palmews y cocoteros, que en el euro– peo despiertan ideas coloniales, los viajes de los anti– guos bergClntines y las inocencias de Pablo y Virginia, de cuyo casto absurdo (lmor conven<:en los relentes de las selvCls y las continuas insinuaciones de la tierra El trópico transpira savias amorosas El bananero erige su ramillete de estandartos, de tafetanes verdes, sobre
105 cuales, cuando llueve, vibra el agua redobles sono– ros; y IQS polmeras varias d",spliegan, unas bajas, co– mo pavos reales anchos esmeraldinos abanicos; otras, n,ás altas, airosos flabeles, las otras son como altísimos plumeros, orgullosas bajo el penacho, ya entreabierta la colosel! y oleosa y dorada flor de "coroxo", yo colgan– te la copiosa carga de cocos, cuya agua fresca y sabro– sa es la delicia de las canículas.
En anchos y lisos secaderos pónese el café al sol, una vez cortado y recogido Luego pasará a las má– quinas descascaradoras, que lo dejarán limpio y listo para ser puesto en los sacos de bramante que han de ir a los merccidos yanquis, a los puertos del Havre o de Hamburgo. No es lo cosecho nicaragüense tan crecida como la de otros paises vecinos; pero en Nicarelgua se produce ese grano fino que supera al mismo moka por
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su sabor y perfume, y que se conoce con el nombre de caracolillo Una buena tozo de sU negro licor, bien pre– parado contiene tantos problemas y tontos poemas co– mo una botella de tinto.
La flora tropical es de una beJle:ta que cqUSQ como una sensación de laxitud. El paisaje diríase que pe– netra en nosotros por todos 105 sentidos, y hay una furia de vida que con su proximidad enerva. Se creería que bajo la vasta techumbre azul de un firmamento que se royaria con vna estrella, flota un efluvio estimulante para el espíritu y para la sangre; pero cuyo estímulo
se convierte en languidez, en desmayo voluptuoso.
Sólo en el jardln de una casa amiga, he visto una torde, en tibio crepúsculo, oigo semejlllnte a una estas–
nación de las horas. Hacía calor húmedo y voluptuoso, y el cielo, en que brillaban tan solamente, diamantinos, dos o Ires luceros, se me representClba como inmenso invernllculo. No se sentía ni un soplo de aire; la ve–
getación hubiérase dicho cristalizada en la absoluta in– movilidad de I"s hojas. Había allí azucen:::ts blancos de anunciación y otras semejantes a estilizados lirios he– ráldicos; había rosos de olor y jaxmines orientales que constelan los verdes y espesas enredadercls en que cre– cen; habia una flor que se llama cundiarnor, y otra que estalla para rogelr SU simiente, y la que se nombra be– llísima, que evocaba para mi, rosada y (llegre, altares domésHcos como 105 que se adornan en Diciembre para celebror In Concepción de María Toda la circundante naturaleza "'e parecía contenida en un concenl1ado blo– que de tiempo, atmósfera de bella durmiente del bos– que o del legendario monje extasiado que escucha al pójaro paradisíaco.
El lujo del campo lo volvía a admirar en plenas sierros. Se va a éstas a caballo; a las más cercanas puedon llegar carruajes. Desde que se sale de la capi– tal y se comienza a subir, una temperatura dulce y
fresca sucede a los alrededores de la ciudad. Se em– pie:ro a ver a un lado y a otro del camino rústicas fin– CCJS. Yo me deleitaba con las fragantes vegetaciones, con los cafetales, que evocan poesia criolla y antillana, sabrosos sentimentalismos líricos el lo mulato Plácido. Y hay en las viviendas, c\Jbiertas de tejas arábigas o de pajo, tales ejemplares de la mujer natural, mozas mo– renas, altas por lo general, de cuerpos flexibles, mu– chachas bronce o CClcao, o pálidas mestizas, que sugie– ren feltigantes y agotadores cariños solares. Pongo por coso que tenéis sed y os detenéis en una de esas pose– siones en las que, desde vuestra caballería, podéis ver el fogón de llamas de oro anto el cudl se preparan los yantares. Una campesina de ésas os trae una agua fina, fría y doblemente grata por ser servida en un guacal, esto es, en una toza hecha de la corteza del fru– to del jícaro, las cuales taxas refrigercidoras suelen ser labradas e historiadas de escudos, aves, paniculos, gre– cas y letras. A la oferta del agua se agrega la visión ele unos lindos brazos, de unos Ii IIdos hombros y una rosada sonrisa. Y todo esto bien os puede hClcer pen– sar en algo de Biblia q en algo de Conquista, en Re– beca o on Doña Morina.
Me engreía ver Cl un lado y otro del camino los arbustos cargados de su fruto rojo y algunos aún como
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