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tome el tren y sin deterse en ninguna de las poblacio– nes intermediarias se dirija a Momotombo, a la orilla nordeste del lago de Managua, en lo primero que fija– rá su atencián será en la imponente figura del casca– do y crecido volcém.

Es el más bello de todos los de Nicaragua; bello, con belleza salvaje y grandiosCl. Es un inmenso cono, riscoso por un lado, calvo, con derecho a serlo, pues hClsta se ha perdido la cuenta de sus cumplesiglos; cubierto de vegetClción exuberante y caprichosa en las faldas, y arrullCldo por las trClnquilas aguas que le be– san los pies, dándole un perenne tributo de caricias y rumores.

Ni el Masaya, ni cl Ometepe, que en la isla de su nombre es el señor del Gran Lago; ni el Mombacho, que cercano a Granada· proyecta su sombra gigantesca; ni el Cosigüina, fomoso en toda obra geológica de algu– na importancia por su célebre última erupción; ni el Telica, que hace tiempo no dice este cráter es mío; ni El Viejo que a las veces, cuando rezonga, pone en cui– dodo a 105 chinandeguenses; ninguno puede competir con el decono en cuestión. VClya si es él hermoso para no tener noble y desmedido orgullo, viéndose, como dice Víctor Hugo, "formando a la tierra una tiara de sombra y de llama"

y en verso, lo canta así:

El trcn iba rodClndo sobra sus rieles. Era en los días de mi dorada primavera yero en mi Nicaragua natal.

Oc pronto, entre las copas de los árboles, ví un cono gigantesco, "calvo y desnudo", y lleno de antiguo orgullo triunfal.

Ya habia yo leído a Hugo y la leyenda que Squier le enseñó. Como una vasta tienda vi aquel coloso negro ante el sol, maravilloso de majestad. Padre viejo que se duplica en el armonioso espelo de una agua perla, esmeralda, col.

Agua de un vario verde y de un gris tan cambiante que discernir no deja su ópalo y su diamante,

a las vasta llanura tropical.

Momotombo se alzaba lírico y soberano, yo tenía quince años: una estrella en la mano! yero en mi NicarClgua natal.

Oh Momotombo ronco y sonoro! Te Qmo porque a tu evocación vienen a mí otra vez, obedeciendo a un íntimo reclamo,

perfumcs de mi infancia, brisas de mi niñez

Los estandartes de la tarde y de la aurora! Nunca los vi más bellos que alzados sobra tí, toda zafir la cúpula sonora

sobre los triunfos de oro, de esmeraldas y rubí.

El Masaya es otro de los volcanes que mereció es– pecial atención de parte del poeta, y, 01 describirlo, con delectación y graceio, revive además el relato casi no– velesco del temerario descenso a su cráter hirviente rea– lizado por Fray 61ás del Castillo, impulsado por la am– biciosa y disparatada creencia de que las rojas lavas que bullían en el fondo eran metales preciosos fundi– dos que había él de explotar con egoísta sigilo:

"Como en 105 más hermosos parClísos meridionoles de Italia, los volcan(!s estón allí sintiendo pasar los si– glos y dando de cuando en cuando señal de que en sus hornos arden las misteriosas potencias de la tierra. El volcón Santiago atemoriza. El Masaya se cree hoy ex– tinguido".

y refiriéndose al descenso del temerario y ambicio– so floile, nos cuenta así la loca aventura:

"El pobre FrClY BICIS pasó ICls de Cain en su descen– so. Llegó por fin a una especie de plazoleta. Con una oración en la boca no dejaba de maniobrar con su mar– tillo entre los sahumerios de las solfataras. Demás de. cir que no encontró oro en los grietas sino la roca que– mada.

Cuando le subieron no quiso darse por vencido. Contó prodigios, tal Don Quijote al salir de su sima, y aseguró que la lava hirviente era oro en fusión. Otros tantos bajaron después con aparatos para recoger el tentador líquido rojo y ardiente; pero se encontró que todo era escoria y calcinada piedra".

Los sismos y movimientos terráqueos en general son fenómenos corrientes en tocla el área centroameri– cana, como resultado del intenso volcanismo que la ca– racteriza Darío debió sentirlos muchas veces, y esta dolorosa experiencia vivida en la vieja León recostada al pie de los Marrobios, debió impulsarle a escribir el poema Terremoto, de ese Tríptico de Nicaragua, que tiene mucho de estampas casi fotográficas de su con– vulso país:

Madrugada. En silencio reposa la gran villa donde de niño supe de cuentos y consejas, o asistí a serenatas de amor junto a las rejas de alguna novia bella, timorata y sencilla.

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