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NUESTRA MUJER PRODIGIO DE HISPANO AMERICA

JULIO ENRIQUE A VII.A

Ensayista salvadoreño.

Era genial, era bella yero apasionada Demasia· do esencia para un frágil envase. De allí que su alma fue como un brasero, que la inquietud mantuvo peren· nemente encendido.

La vida de Juana de Asbaje fue como un romance suave, arruHador, acompañado de música con sordina¡ pero en el que se guarda un suplicio tantálico, el supli– cio de una sed incalmable, mas tan interior, tan recón– dita, que sólo lo supieron las fuentes y los manantiales Vamos a relatar una historia que nos deja el asombro de un cuento, con todo el sabor de la fruta del tlópico y el aroma de su flor Dije el asombro de un cuento como pude decir de una leyenda, pero a la leyenda le gusta vestirse con el ropaje de la realidad y sólo los ojos agudos descublen bajo su túnica el aletazo del en– sueño que la impulsa; y el cuento es todo asombro, ca· mo la vida que hoy vamos a contar

Me refielO a Juana Inés de Asbaje y RamÍ/ez, mun· dialmente conocida por Sor Juana Inés de la Cruz Ni– ña prodigio y mujer prodigio ¿Qué querube plantó en los pensiles de la tierra ese rosal celeste? A poco de nacer, yo fue toda deslumbramiento, toda esencia de milagro No fue nunca promesa, fue una anticipada realidad; una redoma colmada de maravillas ¿Quien fue su maestro? ¿Quien fe enseñó tanta ciencia, tanto conocimiento del mundo, si sabía más que los más sa– bios en su derredor? Ella misma y sólo ella misma. Esa fue su sed, su suplicio y sI,) gloria: el ansia de sa– ber Y pobles fueron los manantiales pala sus labios; y apenas gotas de aistal dispersas los riachuelos, para su sed

Sor Juana es un caso psicológico notable, capaz de absorber por sí misma una extraordinari~ cultura Fue la mujer sabia, el fen6meno de su época, la déci· ma musa del siglo; pero a la Vez la ternura sincera y sentida, en la que brotabo como un humo hacia el cie· lo, la voz honda y exquisita del amor

Pero con estar tan alabada de todos, ni la adula· ción ni los éxitos ensombl'ecieron su gesto afablE! como un an ullo, los conocimientos Id torncu on más compren· siva para las miserias humanas, más paciente para sus defectos. La pedantería no penetró jamás su epider. mis de muíer fina, nacida para encantar. Para sus her– manas de claustro fue siempre el pañuelo que eniuga las !ágrimas, el mohín que hace a/egle la tristeza Cuando pasaba por ios sombríos corredores se sentía un mur– mullo de sonrisas, el revolar de su toca parecía ir dan· do los "buenos días" can sus alas blancas, y en sus ma· nos milagrosas, que aquietaban los enojos y las penas, el alma parecía derramársele por la punta de los dedos Nació el 12 de Noviemble de 1651, en una plácida alquería, con cactos y nopales, dormida en la farda de los volcanes. San Miguel de Neplanta, en la antipla· nicia me¡icana, a los pies del Popocatepetl y el Iztaci– huatl, que mantienen, según la leyenda, un amor trági– co que no ha podido apagar la nieve La niña prodi– gio se llenó de luz de altura, y así como la nieve se vuelve luminosa al recibir el sol, ella se volvió luminosa

y sin embmgo era una florecilla, una florecilla monta· ñero, pura y fuerte, para aromór entre las rocas. A los tres años sabía leer y escribir', yero tanta su pasión por

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el estudio, que rogó a su madle le permitiese asistir a la escuela vestida de varón Sus padres, inquietos por no disponer de medios para colmar las ansias de la ni· ña, la mandaron junto al abuelo, quien poseía una in· mensa y rica biblioteca, golosina inagotable para el po· ladar de la flor montañesa Por sus manos ávidas po. saron volumen tras volumen; y en la penumbra hechiza· da de los anaqueles, más de una vez fulguraron juntos los cabellos dorados de la nieta y los mechones del abuelo, no para ver pasar el desfile de la fanfarria gue· rrera, como en el poema de Daría, sino hundidos en el misterio, en la búsqueda de la verdad eterna Le bas– tan veinte lecciones de latín para conocer la lengua, que, con su dedicación, domina al poco tiempo con maestría

y así, como en un juego, sin darse cuenta, fue adqui. riendo todo lo que la ciencia humana había acumulado, con un ansia jamás saciada

Mas el ánfora de su cuerpo se fue llenando de gro· cia, de la rama en flor sUlgió el fluto apetecido; y una buena mañana se dió cuenta que era bella y que todas las miradas se quedaban prendidas en su rostro de duo rozno Tenía trece años, y una de tantas noches, por el balcón abierto se entró de puntillas el ensueño, y la acarició en la luz temblolosa de la primera estrella Ya la ciencia 110 fue la única hermana de su espíritu, vino la ilusión y la hizo desbol cimse en rimas Sensible, ex· quisita, culta, llena de gracid y de luz, su fama llegó a oídos del Vilrey, quien la pidió para dama de compa– ñía de su esposa Y, cuando l'odavía estabd en la edad de la sonrisa limpia y cascabelero, penetró en la Corte, donde supo deslumblar Según su propia expresión, en el paracio de la Vineina, "fue desglaciada por discreta y pel seguida por hermosa". Cuando aún no tenía los diecisiete años, sufrió un examen público de todas las facultades, cmte cudrenta profesores de la Universidad, teólogos, filósofos, humanistas, y a todos lIen6 de asomo bro. Según palablas dél Virrey "se defendía como una galera real en medio de un tropel de chalupas". En lo

Corte fulgul6nte, los artistás la elogiaban y los galanes

COI tejaban

Pela, entre el boato yla frivolidad, ella guardaba en un hueco de su alma, allí donde no penetraban Jos miradas indiscl etas, su ilusión De allí acaso le llega. Ion los desengaños

Sor Juana, como ya dijimos, era inquieta y apasio· nada, al fin hija de marino. Su padre, Juan de Asba· je y Vargas Machuca, después de recorrer mares y sufrir tempestades, arrojó el ancla en tierras de México, don· de contrajo matrimonio con una linda criolla, Isabel Ro· mírez de Santillana Juana Inés adoptó en vez del apeo llido paterno, el de su madre, Ramírez, por creer que usí se mostraba más mexicana. Tenía una dignidad que le prestaba singular enelgía, ¡unto a un tempera– mento suave y amoroso que la tornaba indefensa No se sabe a ciencia cierta a qué motivo obedeció que esta niña mimada, rica de dones, deslumbrante como una joya, se retirara a un convento cuando apenas abría d la vida, cuando aún era un capullo; a los diecisiete años fue a dar

SI) aroma a los altares, donde sería una flor suprema en la corona de la Virgen. Si eró tan ve· hemente, tdn tiemo, pero al mismo tiempo tan fiera de

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