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« Previous Page Table of Contents Next Page »EL INDIO Ñon INACIO
Fue a matricularse con un nuevo patrón, qlJien le preguntó su nombre y el indio le respondió, mi nom– bre está en el Credo; pero como el tal no se llamaba, ni Jesús, ni María, ni Poncio Pilatos, que son los nom– bres propios que eslán en el Credo, el patlón declaró que no atinaba qué nombre fuera
Mas, el indio insistió, allí está patrón récelo y verá
y el patrón ya .intrigado por la curiosidad, condescendió en rezarlo; y al llegar a la parte que dice, "y naci6 de Santa Maria Virgen" el indio lo intel rumpió exclamando, allí está patrón, allí está clorita: [nació me llamo yo
Porque el pueblo no dice Ignacio, sino Inació, y ca· mo acostumbra cargar la pronunciación en Id última sí-
laba de los vocativos, por ejemplo; Pedró ¿qué estás haciendo? [nació ¿para onde vas?: el indio del cuento creía, a puño cerrado, que se llamaba y nació, como se dice en el Credo
le llamamos ñor Ignacio, porque el pueblo al po· trón llama el Señor; al mondador, señor Juan; y al viejo jornalero de la hacienda ñor Cosme; o tío Cosme, sin que medie parentesco de consanguinidad ni de afinidad En cuanto a las mujeres; la patrona es la Señora; la mondadora señora Oololes; la criada principal seña Teresa, y la anciana ya jubilada del vecindario, ña Pe· trona; y también tía Petrona, sin que sean parientes
y estera un gato canillas de tlapo y con los ojos al revés, querés querrerés que te lo cuente otra vez?
UN ABOGADO EN LAS SEGOVIAS
Sin saberse de dónde, llegó a establecerse en un pueblo de las Segovias un abogado, con muchos libros, como reclamo de su sabiduría, los que colocó, muy a la vista, en un grande estante en su casa de habitación
y el tal comenzó a ejercer su profesión de citar leyes, de preferencia la del embudo, o sea, lo ancho para él y lo estrecho para los desglaciados clientes que caían en sus gOl ras; por lo que se hizo muy temible a los del pueblo, temor que se aumentaba a medida que el tiempo trascurría; y hasta el punto que, cuando alguno tenía que pedirle sus servicios, los otros le decían: ama– rrate los calzones y rezá con fervor la santa 01 ación con· tra los grandes peligros: "Muy fUerte venís, más fuerte es mi Dios y la Santísima Trinidad me libre de vos".
y ocurrió que en la frondosa milpa de un labriego le hizo daño un buey matrero y rompe portillos, al que conforme al reglamento de Policía, fué a presentarlo, ¡unto con la queja, el Alcalde, quien mandó lo amarra· ron en el bramCldero de la plaza, y allí pasó el animal cuatro días sin comer, al cabo de los cuales lo soltaron,
y mós hambriento que antes fué a la milpCl del pobre labriego a causarle mayores daños; y de nuevo fué Ile· vado a la Alcaldía
Esto se repitió una vez más, yola cuarta que el buey arruinó por completo el maizal, el labriego, ciego
de ira, desfondó con su lanza al animal, que fué a caer muerto sobre el camino público.
Cuando le pasó la cólera al hechor, éste tímido y
miedoso reflexionó muy triste, acerca de las malas con– secuencias de su hecho; y en tal situación lo encontró
Un amigo suyo que pasaba por allí, a quien dijo:
-Miró, hermano, lo que me ha pasado; porque cuando uno está torcido "por persinarse se araña y has– ta los perros lo orinan"; y le refirió el caso, añadiendo: mas creo que la ley me ampr.lra
-Si hombre, dijo el otro, pero para que te ampo, re tenés que gastar más reales que lo que vale el buey
y tres bueyes más, y lo peor del caso es que la ley no
te amparará pOlque el bueyes del abogado, "que el pleito que no lo gana lo enreda".
-iDel abogado! ¡Santo Dios, santo Fuerte, santo Inmortal! Y, ¿cómo lo sabés?
Por el fiel ro del sapo que el abogado fierra sus animales, y le llamamos el sapo porque pintado parece un sapo, como la cara de su dueño -Entonces qué me ¿aconseió.s?
Que vayás a arreglarte con él; pues de lo contrario te come vivo y no te deja ni el pellejo
Así lo hizo el labriego, a quien el abogado recibió atentamente creyendo fuera un cliente que le traía plei– to: y cuando oyó el caso dijo a su interlocutor, con tono magistral: no temas amigo, que todos estos libros te defienden, señalándole parte de los que estaban en el estante
Pero euunclo el labriego le repuso; es que debo decille, que el bueyes uno de los suyos, el abogado exclamó: imío, mío! infeliz de tí! porque todos estos li· bros te condenan, indicándole los restantes del estante
Visto lo cual el Jabl iego le declaró; que los libros que lo condenaban le parecían más gl uesos que los que lo defendían
-Sí, mucho más gruesos, dijo el abogado: por lo que estás perdido sin remedio y tienes que arreglarte conmigo, dándome tus dos yuntas de bueyes por el buey que me matastes
-¡Cómo!, gimió el labriego: ¿cuatro bueyes por un buey?, esto es demasiado
-No es demasiado, replicó el abogado, dar cua· tro bueyes malos por uno bueno y tan bueno que sólo le faltaba hablOl para que pareciera gente
-Señor, dijo llorando el labriego, usté me deja en pelo.
-No hombre, no te dejo en pelo, porque te dejo la carreta; no seas ingrato conmigo que te guardo tan· ta consideración ¡Con qué!, "trato cerrado con llave y candado"
y si piensos, caro lector, que esto no es cuento; así como me lo contaron te lo cuento.
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