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CUENTOS

MONSEÑOR LEZCANO

y ORTEGA

Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, Primer Arzobispo de Nicaragua, nació en Granada a fa som–

bra de la Iglesia de San Francisco Se educó e ins– truyó, tanto en la oiedad como en los estudios de hu– manidades, bajo e( solícito cuidado de su tío del mismo

nombre, Canónigo de la S I Catedral de León

Monseñor Lezcano cultivó el buen humor grana– dino con el buen gusto de su esmerada educación, como puede apreciarse en sus Cuentos Popufares que publicara en 1942 como contribución al folklore nacio-

nal, y en sus famosas boutodes que fe dieron fama de gracioso humorista

Se cuenta que una joven granadina que estaba enamorada de éf, dijo con desoecho cuando supo que Toña Lezcano se iba oora el Seminario "Para qué silve Taño?" Pasados muchos años, y siendo ya Ar– zobispo de Managua, empeñorlo en la construcción de la Catedlal, la que se 0¡ig:':J 'lor su esfuerzo, le envió

a esa señorita, entonces ya señora, una tarjeta postal con fa fotografía del majestuoso edificio, con esta simple frase al reverso "Para esto sirve Toño"

LA BUENA Y LA MALA SUERTE

El reflán populal: "Para que el pobre gane se necesita que su suerte se duermo y la del rico se dis– traiga" tIene su fundamento en el siguiente cuento,

Eran dos compadres, el uno muy rito y el otro muy pobre, que vivían en una poblaci6n cerca de lo cual había un terro llamado de la Suerte porque en su cumbre podía evocarse lá suerte de cualquiera para ca· muniCarse con elfo; pero para llegar a lo cumbre había que

al rostral vO/ios peligros graves.

Un día de tantos el compadre rico llamó al com– padre pobre para ofrecelle quinientos pesos por subil al ceno a decirle C'l su suerte que ya no le diera más di· nero porque tenía muchísimo; oferta que el compadre pobre no aceptó porque no le convenía exponerse a la muerte por tan pequeña cantidad.

Mas al llegar a su casa, en la que su familia su– fl ía misel ia y se mal ía de hambre, reflexionó: si muero en camino al celro, o Jo menos dejaré a mi familia los quinientos pesos para que se alivie un poco; y regresó a decir que los aceptaba Peto en este punto el com– padre rico, le dijo: era un capricho mío, ya no le doy los quinientos, sino doscientos cincuenta Rehusó el po–

bre; más volvió a su casa y reflexionó de nuevo como la vez. primela y fué al compadre rico diciéndole que acep– taba los doscientos cincuenta, quien le dijo muy fresco:

cien le doy y no más Y en estas idas y vueltas, al fi– nal quedaron en cinco pesos que acept6 el pobre a más no poder.

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llegado felizmente a la cumble del celrO, por el favor de Dios, llamó a Id suerte de su compadre' rico, la que se present6 inmediatamente, y era una señora muy hermosa, lozana y agraciada que al récibir el re· cado respondió: dígale d ese señor, que aunque él no quiera le seguiré dando mucho dinero y que sepa, que esos Cinco pesos que perdió en "vos" fué porque yo "estaba distraída" cuando remataron el contrato.

Entonces el compadre pobre quiso aprovechar la ocasión para llamar a su propia suerte y así lo hizo y ella se presentó. Era una vieja feísimo, flaca y des– greñado, que al verla el compadre pobre se tiró sobre ella para arrastrarla más por el suelo, pues de suyo ya era uno "grande arrastrada". Mas la vieja no se deió y se entabló una fUerte lucha, en lo que ella logró poner debaio al pobre compadre el quien agarró del cue– llo diciéndole, Infeliz, no te soltalé nun,a y quiero que sepas, que esos 5 pesos que ganaste fué porque cuan-do cerraron el trato yo "estaba dormida". '

y me metí por un hoyito y me salí por otro para que me (onfés otro

Mas ha de advertirse: que el buen cristiono pobre no cree en la buena y maja suerte, sino en la Divina Providencia, en cuyas manos se pone; contento con su condición de pobreza, recordando a la saglOda familia

de Nazareth: Jesús, MolÍa y José, muy amada de DioS

y, no obstante, muy pobre.

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