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« Previous Page Table of Contents Next Page »los extranjeros Lo que ocurre es que las memorias sólo presentan un aspecto de (a compleja realidad de que formaron parte Una memoria de esos-Oun los mejor escritas, que suelen ser también los que mejor reflejan lo realidod~ no vale mucho por sí solo, sino mós bien en relación con el conjunto de ellos Por eso, como he dicho, es realmente una lóstimo que no haya suficientes Las contadas que existen, incluyen– do los crónicos de Pérez y Aroncibia, no sólo han sido lo fuente principal poro los estudiosos de lo historia de Nicaragua, sino que pudiera decirse que consti1uyen algo así como los linderos de lo estudiado por nuestros historiadores
Fuera de algunas listas de gobernantes, revolu– ciones o conspiraciones y principales obras de progreso -el establecimiento, por ejemplo, de la primera sor– betería- casi no hay nodo en los textos de la materia sobre lo que ha ocurrido en Nicaragua desde lo con– clusión de la Guerra Nocional, que es con lo que ter–
mina fa Historio de Gómez Yo sólo he visto tres o cuatro libros que se ocupan en parte de los Treinta Años y ninguno que cubro toda esa época sin cuyo entendimiento apenas es posible el de la nuestro So– bre Zelaya sólo existen, sino me equivoco, además de unos cuantos folletos partidistas en pro y en contra, su breve libro titulado Lo Revolución de Nicaragua y los Estados Unidos, que él publicó después de su caída, y
un reciente volumen de don J Joaquín Morales, que aún no he tenido tiempo más Que de ojear, aunque con eso basta para ver que lo escribió como simple afiliado del Partido Conservador Unicamente al Director de
Revista Conservadora, Joaquín Zavola Urtecho, se de–
be que las memorias del General Emiliano Chamarra y los apuntes paro las suyas del doctor Cuadra Pasos,
se hayan escrito, y que las no menos interesantes de don Toribio Tijerino, no hayan quedado sin publicarse Eso y alguno de los libros del General Moneada, un rápido esquema histórico del doctor Cuadra Pasos, tres o cuatro memorias de militares subalternos alre– dedor de las llamadas revoluciones conservadora y liberal constitucionalista, algunos obras sobre la inter– vención norteamericana y desde luego sobre Sandíno, casi todas escritas por extranjeros, nada globol o casi nada desapasionado sobre Somoza -adem,ás, por su– puesto, de la infaltable literatura de folletos polémicos, memorias o mensajes oficiales y colecciones de perió– dicos- es casi todo lo que puede encontrarse en Nica– ragua para el tiempo que corre de Zelaya o nosotros Los consecuencias de esta situación tienen que ser ne– cesariament¡:l las que ya he señalado Lo que la gente
en general -sin excluir por completo a los mismos
historiadores~ sabe de lo ocurrida desde el fin de la Guerra Nacional hasta lo fundación de la Guardia Na– cional y sus no imprevisibles consecuencias, si no es del todo tradición oral es simplemente historia como con– versación La principal explicación pudiera ser que los memorias de que hasta aquí se disponía -con la muy relativa excepción de Pérez y Arancibia para cier–
~~ aspectos de la política conservadora de los Treinta nos_ llegaban precisamente hasta el fin de la Gue– rra Nacional Hasta hoce poco, según ya dije, las otras tres o cuatro cosas que hoy nos informan desde
ese tiempo para acá aún no se conocían, como el di6rio de don Enrique Guzmán, o aún no se habían recogido en libro, como los artículos polémicos de don Anselmo Rivas en defensa de la política conservadora de su épo– ca o los del polemista Carlos Selva sobre los últimos días de la Administración del doctor Roberto Sacasa y los principios del gobierno de Zelaya Si tal ha sido la situación para el historiador nicaragüense, ya nos po– demos imaginar cómo sería la del lector de historia
Posiblemente los memorias del General Chamorro
y el doctor Cuadra Pasos o don Toribio Tijerino y las que en adelante puedan aparecer, serán para el histo– riador de nuestro tiempo, lo que han sido hasta aquí los de los hombres de la Federación y las de Pérez y Arancibia Pero ni así se podría llenar Jos enormes vacios y lagunas, ni remediar suficientemente la pobre– za de datos que hasta aquí ha padecido la historia de Nicaragua En la medida en que es posible, solamen– te los documentos padrón hacerlo Es de esperarse, pues, que las nuevas publicaciones de documentos que
actualmente se anuncian y que, efectivamente, yo han empezado a realizarse, harán posible un verdadero enriquecimiento de nuestra historia Lo que permite esas esperanzas es que el espíl itu de los nuevos inves– tigadores respecto al uso del. d~umen~o histórico, parece ser totalmente distinto del de los historiadores guatemaltecos y nicaragüenses del siglo posado Ma– rure, por ejemplo, no fue memorialista, ni cronista, sino un auténtico historiador, con innegables cualidades para serlo, que casi nunca daba por sucedido un hecho si no podía respaldarlo con algún documento, pero no supo nunca desprenderse de su carácter de historiador oficial, y por lo tanto, casi sólo se fundaba en docu– mentos oficiales Como si se escribiera la historia actual basóndose únicamente en las informaciones de los diarios oficiales o los Mensajes de los Presidentes y las declaraciones de los miembros del gabinete Don Lorenzo Montúfar a quien los viejos liberales so– lían considerar como el pontífice de )0 historia de Cen– troamérica, también citaba documentos y, sobre todo, los reproducía con mayor abundancia y variedad, pero lo hacía como un litigante que amontonaba piezas en
un alegato judicial Además de los favorables a los liberales, caSi s610 aducía los que perjudicaban o los conservadores Cuando reproducía algún documento a favor de estos últimos o contrario a las otros, no era sino poro' proporcionarse una oportunidad de desvir– tuarlo punto por punto Montúfar ero, sin duda, hombre de mós talento y personalidad, e historiador de más independencia y de mayor envergadura, pero a la vez de un partidismo incomparablemente más apa– sionado que el de Marure Es quizá el más parcial de los historiadores centroamericanos Si propiamente hablando no fue su fundador, él le dio sin embargo todo su desarrollo a la escuela partidista del documento histórico, a la que más o menos pertenecía Gámez, seguidor de Montúfor, y con ligeros matices dE} dife– rencia, don Sofonías Solvatierra, seguidor de ambos,
y hasta el mismo doctor Pedro Joaquín Chamarra que necesar iamente respondía desde la otra trinchera Esto de ningún modo desdice de ellos Simplemente revela que todo~ ellQs eran f'¡ombres de su tiempo, tal
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