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de obra necesarios para edificar el templo. La inauguracion de esfe monumento señala el periodo culminante de la historia hebrea, pues fados las re· Iiquias y objetos del culto fueron trasladados al nuevo templo, cuyo esplendor constituyo una de las marqvlllas del mundo mágico. Incluso las tablas de lél Ley, dictadas por Moisés, fueron depositadas en el templo.
El nombre del monarca cruzo las fronteras y su filma llego a lejanas comarcas del Oriente. La reina de Soba, célebre también por sus riquezas en el país del Punt, acudio a Jerusalem ansiosa de conocer personalmente a Salomon, y le honro con cuantiosos regalos de especias, maderos olorosas, oro y marfil. Saloman no fue menos generoso y
retribuyo con largueza a la visitante real, llenándo– la de obsequios cuando regreso a SU país
A pesar de su sabiduría, o por eso mismo, Sa– lomon no desdeñaba los placeres mundanos; ni fué esquivo al amor de las mujeres, ni a los manjares de la mesa, ni al buen vino guardado en las bode– gas del palacio para alegrar 105 corazones en las horas c/el banquete y en las fiestas rituales. El sllbio rey, sensible a los encantos femeni– nos, al declinar la curva de sus liños empezo a sen· tir pasiones vehementes, de manera especial por las doncellas extranjeros, y como dice el texto, "amo a IllS hijas del Faraon, a las de Moab, a las de Ammon, a las de Idumea, a léls de Sion, a las de Hateas". Arrastrado por esa pasion, de amorío en amorío (tuvo hasta trescientas concubinas) fue olvi–
dan~o sus d~beres para con Jehová y abandonan· do el cumpl¡'i11iento de los preceptos de la Ley, pa– ra consagrarse a los cultos e~traños, a los díoses sanguinarios y crueles de sus CIITlantes, desde Astar– té hasta Moloch. Jehová se irrito y dejo solo al otrora dilecto hijo de David, y Salomon llego al fi– nal de sus días anatematizado y abominado en la medida que había sido distinguido y amado por su dios y su pueblo.
En los Proverbios y el Eclesiastés está volcada la sabiduría de Salomon, por medio de sentencias que enseñan las relaciones humanas con las divi–
nas, el sentido de la justicia temporal, la proyecciQn de los pecados y los castigos que merecen las vio. lociones de la Ley. "De más estima es la buena fama que las muchas riquezas, y la buena gracia, que la plata y el oro". IProv. XXII-l). Esta senten– cia es una norma ética y la conducta habrá de como pletar con la humildad de la vida. "Alábete el ex– traño y no tu boca; el ajeno y no tu labio". (Prov.
XXVII.21.
En el Eclesiastés, fruto maduro de una existen. cia experimentada en la lucha, el dolor y 105 de– sengaños, Salomon encara la vanidad de todas las
~mbiciones: "vanitas vanitatis". El honor, la glo– ria, !a fortuna, los anhelos nobles o espúreos que deSViven al hombre, toda esa carga de ensueños y desvelos irl~ a concl\lit en la nada, en el polvo de
la tierra, en el olvido. El mundo es vano y vanos son los afanes en este "bajo y relativo suelo". Por el/o se podrá realiz:ar al bien al semejante, pero con humildad, esa humildad que solamente se encuen– tra en el corazon de Jos sabios. Porque "el sabio tiene sus ojos en la cabe%a, mientras que el igno..; rante anda en: las tinieblas. Y sin embargo, los mismos sucesos le acaecerán al uno y al otro". IEcles Cap. IIJ. Uno y otro han de ser víctimas de las pasiones humanas, de los flagelos terrestres; uno y otro están destinados a morir, y entonces, ¿qué sentido tiene la soberbia del mortal, que ma· ñana será apen'as un recuerdo lamentable, con que
se anticipa el blvido total?
Esta posicion estoica no es pesimista, sino pu· ramente sabia. Lo sabiduría enseña que las cosas del mundo son así La impaciencia de los que no saben esperar el desarrollo natural de los hechos, siembra en el espiritu infinitas congojos y desdi– chas, porque aquellos olvidan que "para todos las cosas hay sazon y todo lo que deseamos debajo del cielo, tiene su "tiempo prefijado": tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiem. po de cosechar; tiempo de destruir y tiempo de edi– ficar". IEcles. Cap. JIII.
Este es el tono del Eclesiastés, una serie de máximas que han trascendido a las culturas occi. dentales, verificadas en su acierto por la filosofía posterior tanto como por la experiencia milenaria anterior a Salomon, como vemos estampada en la filosofía vulgar de los antiguc;Js, como por ejemplo, en los opologos del Pantchatailtr~.
Sabemos que desde tiempo inmemorial se atrio buye a Salomon "El Cantar de los Cantares", en los que más de un poeta posterior se ha inspirado, tanto como en los modelos de la lírica pagana. Los cánticos están integrados por una serie de poemas en prosa, cuyos temas y estructura poseen en esen· cia el espíritu semita, partícularmellfe el árabe. Si los despojamos de la mencion que se hace con freo cuencia de "las hijas de Jerusalem", y "la, rique– zas del Líbano", "El Cantar de los Cantares" podría adjudicarse sin violencia a Omar Khayyam, a Hafiz o a Saadi. De allí que no parezca inverosímil que estos cánticos hayan sido agregados a los Prover. bias y el Eclesiastés, al solo efecto de completar una trilogía de obras, adjudicadas para su gloria al más sabio de los mortales.
Fácilmente se percibe que la tonica de "El Can· tar de los Cantares" no corresponde al espíritu pro– fético y apocalíptico de los libros judíos. Los pro. pios motivos del canto no se avienen con la rigidez teocrática de 105 reyes, sacerdotes y profetas de ese tiempo, y la inclusion de la Sulamita en el poema parece una mera adaptacion, a fin de que ambos personajes -el amado y la amada- tuvieran sen· tido en tierras de Israel.
J. MARIO FLORES
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