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'EL CUENTO CENTROAMERICANO
I N' E' J'
BLANCO
(lNEDITO)
VlCTOR CACERES LAD
Embajador !le Hónduras ante la ONU.
-Sorgento Gomez . .. i lIám(i!se a ConEljo Blanco! La orden taj(;:mte en el tono aunque suave en la fol'·
ma recorrio como un escalofrío varios grupos de hombres , armados que se ca I
(3 ntqban en cuclillas frente a bien en– candilodos fogones de ocote. En éstos, el viento silban– te de las ~erranías realizaba sin~ulares dibujos de lIa– mos con sus dedos invisibles. '
La línea de luminarias que se exterdía a todo lo largo ~el filo de la cordillera fue repitiendo por las gor– gQntas de los hombres que en ellas se refugiaban de las índemenc(as de lo .noche o la intemperie:
-iCon~jo Blanco! • .. ¡Conejo Blanco! . .. ¡Conejo Blancoooooo! .
.' ;,Pasados pocos minutos los fogones cer,canos 01 cam– pClmento principal c;lestacaron la figura de un hombre como de dos metros de altura, casi albino, un "hijo del
1, , sol':, como a Jos tales le,s dice nuestro pueb,lo. Vestla un ponto Ion de caqui con 'tirantes y una camisa de la misma tela, completando su indumentario unos ~apatos tennis q!Je hocían imperceptibles sus pasos y u'; sombrero de paja de alas rectos y rígidas, de los lIamaqos "galletas". Al lodo derecho de la cintura, dentro de U:na vaina r(i!lu– ciente que pendía del cinturon, el corvo mpstraba su 'ca– cha.
Viéndolo sin prejuicios, uno lo imaginaba bonachon, amable y se~vicioL Reía a carcajadas 'mientras hablaba con aire destemplado, y 01 hacerlo, lucía con integridad satisfecho los 16 dientes de oro de su manc!íbula superior. Tenía bigote 'chele y pelo también blanquiz~o y sus dedos largos como; clavijas lucían mechones canches en todos los nudillos..
Caminaba ligeramente doblado debido o su respe– table estatura. Sus pqsos casi no se percibían sobre el colchon de gramo y zacate secos que formaba el piso muelle d(i! aquel lomo de serranía en el que los soldados ocupaban posiciones en una de los tantos jornadas de persecucion de enemigos armados del gobierno de lo República.
'-1 sus ordenes, mi Coronel! ...
El giganton blanquizco, con risa semi-estúpida de diez y seis dientes de oro en la placa de arribo, se había cuadrado delante de su jefe, el Coronel Márquez. El Coronel ero un hombre casi cuadrado, con cara de los llamados de "nalgas de indio", con pelaje autoc· tono, dueño de pocos palabras, y de mirado imperativa
y dominante.
Los que veían la escena quizás pudieron haberse reído un poco del contraste si hubieron estado con deseos de exponerse o riesgos. Porque en efecto divertía iJn tonto ver o Conejo Blanco, hombrachon de, dos metros de talla, cuadrado ante aquel indígena requeneto que ape– nas mediría un metro cincuenta por cado uno de sus lados.
Pero Márquez ero el jefe, Conejo Blanco, el subalter– ,. no, y se ac~bo el cuento. 1:1 giganton sabía que tenía que saludar con respeto y rendir honores al rango de su
sl,lperior, .Y éste, desde lo altura de
SI) mando, veía los cosos como ~eoían verse. El era el jefe y nodo más que el jefe. Al fin y al cabo, sin ser más alto, estaba a ma– yor altura que su subordinaqo.
~¡ Conejo Blanco- le dijo el jefe con voz resuel· ta:--: Confiesa a este jodido! . .. Tras el mandato seco, el interpelado dirigio la vista hacia donde había señalado el dedo regordete e imperativo del Coronel Márquez. Allí frente 01 fogon, con las manos amarrados tras la espalda, estaba de pie un pobre paisano de mirada de piedra, impávido o pesar ele haber estado oyendo durante varios minutos las am~nazas del Coronel, que trataba ele sonsacarle information:
. -¿Quién te mand~ a vigiarl1os? -le decía. ¿Quién es el jefe que tenés? ¿Cuántos hombres andan llevan– do? ¿Qué es lo que se proponen con esta guerra tonta? El rebelde o supuesto rebelde permanecía silencioso e imposible. No s,e movía ni una sola línea de su cara ni hacía lo menor 'indicacion de que estaba oyendo los gritos estridentes del Coronel.
Este fue perdiendo gradualmente los estribos. Pri· mero le dio con el puño cerrado en lo cara; después lo g,olpeo con la vaqueta que le presto un soldado que esta– baen las proximidades; ruego re dejo caer "ro de toro" en los espaldas cubiertas de rijiles. El indio permanecía impasible y solo daba señal de vida al ver hacia una lejanía que tonto podría estar sumamente remota como demasiado proxima.
-iAh, hijo'e la gran puta... Ya verás quién sale ganando! -dijo el Coronel con la boca llena de espuma.
y fue entonces cuando inflondo los cachetes renegri– dos, grito estridentemente:
-Sargento Gomez... ¡Llámese a Conejo Blanco! Conejo Blanco estaba allí -dominante desde su al– tura de dos metros- y ahora sí, el iridio temblaba como si un frío glacial le estuviera traspasando las carnes y lacerándole las piernas resistentes.
El gigante jipato avanzaba hacia él con el corvo en la mano derecha; con los ojos como extraviados de placer diabolico, con un paso picado y corto que acompañaba con golpes de carcajada fría y cortante de 16 dientes de oro en la mandíbula superior. Conejo Blanco llego hasta él y lo tomo del cabello, blanda y suavemente con la mono izquierdo, como si h\Jbiera tratado de exhibir ter– nuras de mujer. Sus dedos como clavijas nudosas so– baron varias veces, como con afecto maternal, los pelos lacios y ásperos del indio, mientras éste quedaba parali– zado, suspenso, como en oracion.
De pronto, los dedos de la mano izquierda de Conejo Blanco llegaron a la coronilla con temblor vicioso y tira– ron hada atrás los pelos de la cabeza insensibilizada por el miedo y por la espera:
-Te voy CI confesar! -te dijo con voz cavernosa.
y tras de cuatro golpes secos y parsimoniosos de riso, dejo caer por el filo el torio sobre la nuca de/. pri– sionero y se quedo con lo cabeza ensangrentada en la
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