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« Previous Page Table of Contents Next Page »Yo recibí orden de montar en un caballo que se me presento para ir a hacer fuego al enemigo hasta concluir con el último cartucho de una parada. Monté y partí al lugar que se me designo y resguarnecido por unos árbo– les de iícaros hice los primeros disparos, a los que veía de frente. Fuí sorprendido por la izquierda, y a corta distancia me hicieron fuego, doblando Uha bala la em– puñadura de mi espada que tenía en su vaina, y otra el pico de la montura.
Solamente oía uno que otro disparo por diferentes partes: esta observacion me hizo comprender qu~ en aquel lugar estaba solo, y aunque solo había disparado unos seis cartuchos; y que sin concluirlos no podía ~etirar
me; no obstante, la rozan y espíritu de conservacion me exigieron a abandonar aquel lugar.
Mas al regresar no encontré otra cosa que las hue– llas: habían retrocedido a San Jorge, donde 'se encon– traba nuestro cuartel general. Viéndome solo y siguién– dome los yankees, solo me detenía para dispararles un tiro.
Me alejé cuanto me fue posible, hasta darle alcance a la destrozada division.
Era el Genert11 Olivas el que guardaba la retaguar– dia, y al oC'ercanne, me dice: "Te salvastel" y por toda respuesta, le dije: "General, por qué me dejaron solo?" El' repuso: "Porque era necesario exponer la vida de ulio o dos hombres, para salvar la de mu!=hos".
Supe que los disparos que oía por distintos lugares, eran hechos por otros oficiales que tenían las mismas ordenes que a mí se me habíali dado, y que con la pre– sencia nuestra el enemigo no veía, no podía ver decidido el triunfo; y así alejarse el avance y de quedar en poder de ellos un solo herido y los pocos elementos, sino hasta jefes de importancia.
El enemigo, con un refuerzo que les entro 'Í el triunfo de Santa Rosa, riego a fortificar el puntó de Cuatro Es– quinas.
, Semana Santa gloriosa
Nuestro ejército se hi~o fuerte con la llegada de los ticos al mando del Sargento Mayor Tomás Guardia, de– biendes también ingresar en seguida el resto de ticos el
las ordenes del General Rafael Mora.
El Viernes Santo, muy a la manana, se dio principio al asalto de aquel cuadro y casas de aquellas hermosas haciendas.
El suelo se cernía bajo los pies de los combatientes, por el incesante rugir de toda la artillería. A trincheras y casas a un mismo tiempo se les cargaba con denuedo, pasando sobre multitud de fragmentos y cadáveres que destrozaba la artillería.
¡Viernes Santos! yo y los pocos que sobrevivimos, te recordamos que fuístes día de terror, de dolor, de espan– to. De terror, porque los que estábamos aún con el ar– ma en la mano, de un momento a otro ya no seríamos defensores de nuestra cara patria; de dolor, por la pérdi– da de amigos y compañeros; y de espanto, porque la muerte era la única que veíamos enseñoreada en aquel terreno sembrado de cadáveres y fragmentos. Sin un pan, sin un vaso de agua, sin una palabra de consuelo q nuestros oídos; escuchábamos los dolorqsos oyes de los muchos que perdían la vida y los tristes quejidos de los que,' heridos, se retiraban; nuestros oídos, lastimados
por el mortífero trueno de cañones que funcionaban sobre miles de ví~timqs y eran mqnejados con la destreza de hombres que sahlían.
Amonecio el Sábado de 13lol',io (de gloria para noso– tros). Mi Capitgn Gomez recibe la orden de ir con elos escuadras, o sea media compañía, a tomar la casa de la hacienda, a la derecha del mortífero cuadro. Con pocas bajas logro apoderarse de ella, desalojando a los aven– tureros.
Mas debernos comprender que no hay placer derto sin pena, pues \3ocos momentos dE;lspués estaba rodeado él y los suyos. iPobre mi Capitán y compañerosl ' Yo estaba a la cabeza de mi primera escuadra, lo
mismo que el g>ficial Ceferino Quintana a la cabezél de la suya, formadas a la sombra de un árbol de genízaro, y así las demás compañías, esperando ordenes.
El Sargento Mayor Guardia se acerco a mí, diciéndo– me: "Oficial, entre usted ci esa hacien4q con su gente y cargue a fuego, hasta que tome la trinchera". Mas en esos precisos hlpmentos, se presenta el General Jerez, a pie, con espuelas calddas y un fusil en la mano, y me ordeno que fuera a proteger al Capitán Gomez, 'que lo tenían rodeado, sorprendiendo al enemigo por la reta· guardia.
Partí con mi escuadra de Chinandegas a ejecutar la operacion. la {)rdeh del señor Guardia se la dieron a Quinta. Serían las dos o tres de la tarde cuando hubo de hacer fuego por su retaguardia a los que ya creían te– ner en sus manos a mi querido jefe y tropa; mi empeño por salvarlos era supremo, pues los consideraba sin pqr– que o con solo el firo cQn que debían hacer enqamp'O I¡ore el último esfuerzo.
Cubriéndonos de palo en palo, nos fuimos, suspen– diendo nuestra respiracion para no causar miedo, hasta que los tuvimos a tir.o y carg~ndolos sin darles lugar a tomar otra disposicion.
Mi Capitán no era yq prisiomero. L6s c¡jos oficial~~
y los' pobres soldados se ~ntl!sia~marqn 9' ver a sus li–
bertadores, y tomarC?n el parqve que les pr.ov~yo 'un ay'!– dante. Con' éste St:l daba el parte y se pedían ordene~.
Nuestros adven~dizo~ enemigos nos dejaron des– cansar; pero a los po~6s monientQs 51'! presentaron en pequeños grupos, llamando nuestra atencion por la de– recha; pero ya habíamos previsto nosotros su engaño o estrategia.
Prisioneros
El Capitán, con el oficial Canuto Palohueco, cllbiertos por los árboles, se sostenían y burlaban el empeño del enemigo. Ei oficial Caldera vigilaba el flanco, prote– giendo al mismo tiempo al Capitán; yo cubría la reta– guardia, pero en las haciendas, principalmente las ele árboles coposos, la noche se adelanta, y esta fue la causa de que yo y mi Sargento Nicolás Altamirano cayéramos prisioneros.
Nos llevaron por caminos extravipdos hasta su cuar– tel, nos echaron a la sala que estaba alumbrada por un candil. Varios de ellos, unos estaban tendidos en el corredor y otros en el alero de la casa; el centinela, arma al brazo, se paseaba fuera del corredor.
Yo y mi Sargento no dormíamos; solo pensábdmQ~
en que íbamos a morir, o como haríamos para salvarnos. --Compañero, sin Dios nada pv.ec;!e. el hombre-m~
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