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pla;¡:a. " En ese lugar los momentos eran de angustia y lamyerte la veíamos con sus descarnadas manos ocrtan– do nuestra existencia; caía uno aquí otro allá, Nuestra dificu,ltad mejoro con la proteccion salvadoreña quE! salio por tina calle y el Capitán Gomez por entre unos solares pican,do la retaguardia a los de la derecha. Salimos del apuro y cargando con muertos y heridos entramos a dar– nos qescanso. Serían las 7 a.m.

La primera esquina de la calle de Monimbo la de– fendíansalvadoreños e igualmente que la siguiente del lado arriba, frente a la de unos cardones altos, calle de por medio y en ella una ;trinchera; en esa casa estaba en esa hora ~I General Jerez. La referida primera esquina fue tomada por los yankees que la asaltaron por la re– taguardia no obstante el valor y resistencia que allí demostraron sus defensores, e~tos cayeron a la calle di· rigiendo sus tiros a los asaltantes que de la puerta de dicha. esquina nos diezmaban con sus certeros disparos. Quedaba cortada la trinchera y casa donde estaba el General Jerez y tropa que las defendían de las partidas que por la retaguardia y en plena calle los estrechaban. El Coronel Félix Madrejil era el jefe día; serían las 8, que aún no hacía una hora de haber regresado feliz– mente a mi cuartel y apesarado con los lamentos de los soldados, quienes por lecho tenían el pavimento; en esas consiqeraciones estaba, cuando se presento montado el señor jefe día dándome la orden de salir con mi diminuta escuadra a recuperar la esquina que quitaron los yankees y por estar en inminente peligro el General Jerez y todos

los qUe con él defendídn aquel punto de la plaza y debe comprl'lhderse, que todo el ejército estaba en movimiento con los disposiciones de sus jefes, y cada uno en su puesto hacía cumplir sus ordenes.

Herido gravemente

Tlambién por momentos, esperábamos oír el fuego de la retaguardia del cuartel general del yankee, ejecu– tado por las divisiones de Martínez y del chapín Zavala, quienes con tal fin ocuparon los pueblos inmediatos. Con la orden que recibí del señor jefe de día, salí entre los corredores que caían a fa plaza y así hube de llegar ,hasta cruzar la calle en carrera hasta presentarme en la puerta bajo los rifles filibusteros; sin más convic– cion que la de morir. Esta conviccion acompañada de presentimientos creo iba en la conciencia de mis compa– ñeros pues nuestras armas de piedras de chispas y no de precision como la de ellos, por tal razon ya había pre· venido a los soldados que nosotros éramos hombres como ellos y que, tras el tiro cargáramos a la bayoneta, que si no lo hacíamos así, moriríamos sin salvar a la patria. Tal fue nuestra resolucion que en las primeras gradas, estábamos disparándoles los primeros y últimos tiros, bajo los rifles con que ellos hacían fuego a los que desalojaron, que estaban contra las paredes de la iglesia. Ya nosotros entre el salon, solo era un remo~

lino; varios de ellos disparaban sus revolveres, saliendo unos por el corredor y otros Se entraron por la puerta de un tabique para salir por otra puerta al mismo corredor, a éstos seguí yo muy de cerca sin haber visto que uno de ellos solo tuvo tiempo de respaldarse contra la hojita izquierda de la puerta, y yo al entrar ví el ademán gi. rondo un poco atrás la cabeza; el yankee descargo el terciaso hadendo pedazos la otra hojita de la puerta, ésta

recibio toda la fuerza del golpe, alcanzándome a golpear la cara al lado derecho, aunque al paryce'r fue poco, sin embargo, caí al suelo arrojando sangre por oídos, boca. y nariz; las dos quijadas del lado derecho no les quedaron muelas; yo estaba sin sentido.

En el lecho que me dieron mis queridos jefes, des· cansaba sin advertirlo si estaba en ~I mundo; y no lo sabía. La inflamacion causo horror a los amigos y com– pañeros que iban a verme, no oía, no veía, no podía pasar alimento, porque los labios eran una enormidad que cubrían la nariz. Los ojos se habían ocultado por la inflamacion. El doctor Sediles me osistio con esmero y primor; con un tubito de plata que, me introducían en la boca me daban los líquidos. Todos mis soldados, que eran chinandeganos y viejanos, querían ser mis asistentes.

Después de cuatro días calmose un tanto mi pena y dolores; ho veía pero ya oía, oía las sentimentales pala. bras de amigos y compañeros que llegaban a verme. iQueridísima patria! dadme hoy como en aquel día si. quiera una mirada de cariño, no os avergonséis de mi ancianidad, pobreza, salud achacosa por la aglomera· cion de. tantas fatigas, hambres, desvelos y hasta mi sangre derramada por los hombres que te despedazan! Cedio la infldmacion a la constancia de los medica– mentos: yo no sabía cuánto tiempo tenía de estar en cama, ni por qué causa, ni el lugar, tal era mi demencia. Cuando mi salud estuvo restablecida, fui informado de haberse recuperado la dicha casa llegando cón éxito el auxilio de mis soldados oportunamente, de los que de ella habían sido desalojados y se hallaban contra las paredes de la iglesia, habiendo suspendido sus fuegos cuando nos presentamos eh la puerta batiendo es tan fe– roces enemigos.

Tombién fuí informado, que los Generales Mártínez

y ¿dÍ/ala, en cambio de acudir en nuestro auxilio Se fue· ron a Granada, encontrando en ella formidable resisten· cia. Los yankees entonces levantaron de Masayá el campo, para proteger a los que sostenían aquello plaza,

y que al siguiente día, marcho el General Jerez a proteo ger a los dos jefes.

Restablecida mi salud volví a mi éompóñía, tenien· do el pesar de Id muerte de Ur1Ó de los dos heridos que tuve bajo los árboles y de tres mós en la sala de la casa recuperada y los cuatro heridos en ella; estaban en el Hospital, a quienes fuí a verlos porque ellos también deseaban verme.

A reponer a los que fa.ltaban en mi escuadra, llego de Chinandega Frdncisco Coraza con SUs hijos Mercedes

y Julio, ávidos de sentimientos patrioticos, soldados cons· tantes en el servicio y subordinados.

Cuando yo estaba en cama había salido para Rivas una columna de trescientos hombres al mando de los Coroneles Lucas Blanco y Félix Raínírez Madregil. Al siguiente de haber yo ingresado a mi como pañía recibio mi capitán Pánfilo Gomez la orden de nuestro jefe Olivas de organizar y tener lista su respec· tiva compañía.

Walker había salido de Granada y ocupado la isla de Ometepe. Marcharon unas dos columnas a Granada, nicaragüenses y salvadoreños. Por varios puntos se in· tento tomarla, tomamos posiciones esa tarde, y muy de mañana el fuego era igual' por todos los puntos de la.

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