Page 122 - RC_1966_07_N70

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'C~mdridántevih~ con pistola y espada en mano, y pre– sentándose en la puerta para entrar, el centinela le detu–

vo¡ pregunta que con orden de quién se le detiene, y dí yo un paso más al frente y le dije: yo estoy remediando lo que ,usted no puede; el soldado dejará su puesto para ir con libertad a buscar su susténtacion; el señor Pineda se regreso a su habitacion, y sacando su tropa, la coloco tras las almenas de la Iglesia, pues yo ya había cerrado la muralla y colocado en las ventanas soldados, hacién– dole fuego. A los tres tiros el pueblo se alarmo, mirán· dose grupos por las esquinas de la plata. Yo atendía a las ventanas e intenté abrir la puerta para batirme en la plaza. Mas en esos momentos se me dio aviso que en la pieza de la casa última de don Mariano Montealegre estaba el señor euro con otros tantos señores, que me llamaban: oí las voces que me ofrecían garantías y otras cuantas promesas. Era yo muy joven y además sin la :prudencia para' asegurarme. Convencido con tales pro– mesas hice abrir la muralla. El General con su tropa entro, hizo formar a mis, soldados, quitándoles las armas y eqUipos. Cambio la guardia; arengo a la tropa, redu– ciéndolos al corralillo, igualmente que a los oficiales. A mí se me pusieron grillos y me encerraron en la sala c;le bandera, bajo llave y vigilancia de la guardia, cuya puerta estaba inmediata. Como a las 5 de esa tarde oí toques de tambores y clarines; minutos después advertí que entraba tropa. Era el General Alvarez con su co–

lumna hondureña, que iban para su patria en auxilio de Cabañas. El General Muñoz con su Estado Mayor, acom– pañaba a Alvarez mas todo e~to no lo sabía yo. A las ocho de esó noche me sacaron de mi encierro, y con guardias me ílevaron a la sala donde estaba reu– nido el Consejo de Guerra que iba a conocer mi falta, liso y llanamente, con confesion con cargos, confesé, a más de lo que motivo la determinacion que tomé, estaba la falta de atencion y malacrianza del señor Comandante, fafta que yo no pude ver con indiferencia.

Como entre 10 Y 11 de esa misma noche se me noti– fico la sentencia de, dicho tribunal. Era la de ser ulti– mado a las 6 de la mañana. Como una hora después oí quitar llave a la puerta y entro el señor euro, diciéndo– me: "Hijo, las hojas de los árboles no se mueven sin la voluntad de Dios". Y le contesté: "Ya lo sé, señor". Dijo más: "Estás preparado para confesarte?" Sí señor -le contesté- pero no con usted. Y ¿por qué? -me dijo. Porque yo atendí más a lo que usted me prometía

~Ie repliqué-, y por eso cedí; de lo contrario, yo hu– biera salido a batirme, segul'tl de triunfar, si no moría. Nos pedimos perdon y nos perdonamos. le pedí a otro sacerdote, y se fue a traerlo, echando el encargado llave a la puerta.

Escape y Huida a Honduras

la noche era oscura y caía garúa. Cuando hablaba con el cura oía cierto ruido en el techo y aún me caían basuritas, que las atribuía a los ratones. El ligero des– lumbre de un relámpago me hizo observar una abertura im el techo; y en efecto, mis soldados presos en el recinto, subieron por la mediagua y sobre la cumbrera se fueron llevando consigo el mecate del pozo, el que cayo entre mi celda, llevando un pequeño' palo en la punta; la tomé en el acto y subiendo arribá\: eh cuatro pies me fuí por la cumbrera .hasta caer pot' él solar de enmedio, dejando

los grillos; abrimos una puérta' que caía a la cocina de doña Maríd Parrales v. de Sanson. Esta señora y familia estaban- eT) su.s piezas interiores en vela. Prontomente me' apriéron su puerta y saliendo a la calle, a~orhpciñé:Jdo

del oficial Prodesimo Campuzano y dos soldados. Pas~

por nii casa sin sombrero y con la ropa rota, diciéndole. a nii mádre.:q'ue no tuviera cuidado; ví en su apo~ento un

nerrriQ~oqltClr con muchas velas enc.endidas y varias ve· cinas 'gue le acompañaban en sus peticiones qUé P9rmí hacíaíi' a, Dios. Acompañado del oficial Campuzano y mi hermanO,.nos dispusimos tomar direccion!a Honduras, caminan'do";ehtre las huertas a lo largo del c~mino y con especial cuidado caminamos hasta al amanece~. Era mi hermano el que llegaba a las haciendas o fincaS', para con algún amigo que allí hubiera conseguir algo de co– mer. Así pasamos los días, en escondrijos y en la noch~

era cuando podíamos alejarnos. Como dos horas des– pués de haber llegado a Villanueva, se presentaron dos oficiales de la division de Honduras pidiéndole al Alcalde, cuarteles y rancho para la tropa. En el acto algunos de mis amigos nos mandaron montados a dejarnos, o.' las Hormigas, donde yo tenía un cuñado y éstenps mando a dejar a Sa'n Bernardo: en-esta hacienda nos mandaron a ocultar en otro punto, hasta que pasara dicha ~division. A pie y no obstante de mucho llover, nos diriglm9s al valle San José, tres leguas de Choluteca. Se tuvo lanoticia de haber aparecido en Nicaragua el calera, haCiendo estra– gos. ';f:ambién se tuvo noticia de haber llegado Muñoz con el ei~rcito democr6tico al Corpus, en persecucion de Guardiola, que con tropas legitimistas andaba ya en un pueblo, ya en afro, sin poder hallar un punto de poder pré:sentar acciono Pocos días después se oía el fuego. El .Iugardonde Guardiola lo espero fue El Squce. Deseo· so de v~r quién alcanzo el triunfo, dispuse r:ni viaje a La Unjon, para estar al corriente de todo: tanto de la acdo'n de anTias como del mortífero contagio del colera. En aquél puerto se sabía todo lo de Nicaragua. Estuve al

corr¡~nt~ .del triunfo de los democráticos y la pérdida de MliJr;Qz. También el triunfo de la Virgen, auxiliados con

los~yqnkees y el no ser Comandante el General Pineda en Chinandega. Tales noticias me eran favorables y dis– puse\hacer mi regreso.

Fe en Dios

La total falta pecuniaria me hacían tropezar con difi– cultades, dificultades que agotaban mi energía. ¿Como salir de ese marasmo de deseo y estrecheces? Sonaban en mis oídos, las voces de mis padres que nos decían, no pongan su confianza en los hombres porque somos sus– ceptibles, ponganla toda eh Dios y verán remediadas sus tribulacione;; así lo hice y me dirigí en ese mismo ins– tante al templo, evoqué el espíritu de mi difunto padre y tuve en la memoria presente' a mi andana madre; les su– pliqué me auxiliaran pidiendo afectos para mi corazon y palabras a mi lengua para hablarle a nuestro Supremo Hacedor, y dígase lo que se quiera, 116menme como quieran llamarme; que yo quedo tan creyente en Dios co– mo lo he sido desde niño.

Salí del templo, sin más esperanzas que las que te– nía en la Divina Providencia. Grande fue mi> sorpresa e inexplicable mi alegría al encontrarme con mi amigo y compañero de armas Benavides, el ayudante del Estado Mayor. El mismo me dio info'rmes de lo limitado' de

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