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« Previous Page Table of Contents Next Page »El. Chelón
Circulo a pocos días la noticia de que Muño% desCl– probaba la intervencion de los yankees; sin embargo, vino el General José María Valle Chelon y organizo unos 400 hombres en esta plazo, y con los 55 yankes nos em– barcamos en el referido barco, tomando rumbo a San Juan del Sur; se pe;>clio nuestra primera acciono los je– fes y algunos más se pusieron a salvo a bordo, haciéndo– se a la vela sin perder tiempo; otrcis, paisanos y yankees, tomaron camino de liberiq, llegando a Puntarenas, don– de fueron embarcados y regresados a Nicaragua. los que estábamos más extraviados de tomar ese rumbo, tomamos la costa; yo la tomé junto con otros cuatro en– trándonos a veces en el monte a paso de derrotados, agregándonos a otros que alcanzamos. llegamos a la bo· co de un ancho estero, siéndonos difícil de pasarlo, toma– mos a su borde, internándonos hasta hallar un lugar más favorable por su angostura. En efecto, lo hayamos, y también encontramos a dos yankees y a tres chinandegas haciendo una provisional balsa, y como ya dominaba la noche dispusimos pasarla en ese lugar, propuestos a de– fendernos, pues todos estábamos armados; la noche, aunque no lluviosa, era oscura. Dispusimos hacer guar– dia de tres centinelas, y no fue posible dormir por la mu– cha plaga de mosquitos. En la mañana tuvimos una ligera alarma que nos detuvo; embarcándonos, resueltos a morir, si era necesario. Era un oficial, dos yankees y cinco· paisanos que encontraron nuestras huellas y pro– curaron darnos alcance. Nuestra escolta ya se conside– raba respetable; éramos 16 y contábamos con tres rifles que eran de precision. Envalentonados caminábamos, ya por la propia costa, ya entre el monte, deseosos de encontrar agua; hambrientos, sedientos, desvelados, aso– leados y fatigados de andar y andar sin rumbo, se hacía a cada momento sensible nuestra situacion. Así andá– bamos cruzando esterillas, donde humedecíamos la boca con agua salada. A los cUatro días, sin más guía que la del sol poniente dimos con un hermoso comino, por lo trillado, y con rastros frescos de pie y bestias, comprendi– mos que era camino nacional que de algún pueblo con– duciría a ·10 costa; seguimos sobre los rastros, y como a la 1 p.m, yodos leguas poco más o menos, vimos dos casas; escudándonos de ser vistos por sus moradores, nos entramos al monte, hasta estar inmediatos a dicha casa pClra: observarla; por diferente rumbo, de entre el monte salio un individuo de los que allí moraban con un ame· ricano y dos soldados víejanos, a quienes por la divisa cel sombrero les reconocimos compañeros; para no cau– sar alarmo hice salir a uno de nuestro escolta, sin arma ni divisa, para anunciarles nuestra presencia. llegamos a la referida casa, -era de una hacienda- y fuimos informados de que el yankee y los dos paisanos habían llegado en la mañana, y un poco después se dejo ver una escolta de a pie y de a caballo, granadinos que iban en <;omision a las haciendas de lo costo, por lo que co– rrieron al monte para no caer en poder de aquellas pan– teras. Aunque todos los sirvientes de la tal hacienda eran orientales, inspiraron confianza a los derrotados. Nos proveyeron de alimentos tan suficientes, que quedo satisfecho nuestro desesperante apetito. Tomamos nota del camino y despidiéndonos con muestras de agradeci– mientó, le seguimos no sólo con resolucion, sino con de– seo· de tropézar con la tal escolto, pues nosotros yo
éramos 19 hombres, en quienes ardía el fuego santo del patriotismo y la vergüenza degradante de ser derrotados. En el camino encontramos a varios individuos: de ellos tomábamos noticias, tanto de la escolta como de los ca· minos que se desprendían del que llevábamos, y su direc– cían. Al entrar la noche llegamos a unas casuchas, sin revelar que éramos derrotados. Yo ya venía montado yero el que pedía informes de cuanto se necesitaba sa– ber. Estábamos a la par de San Rafael del Sur ysegui– mas hacia Id costa con direccion al poniente. Al siguien– te día llegamos a la hacienda "El Chile", y después de tomar informes de cuanto er~ necesario, aceptamos del mondador y familia un buen almuerzo, que con muestras de cariño nos sirvieron. la noche de ese día dormimos unas pocas horas en Pueblo Nuevo, hoy la Paz. Como a media noche nos pusimos en camino, para leon, a don· de llegamos después de medio, .día. Mi opinion de no entrar a la plaza fue secundada por todos, sin detenernos hasta darnos un descanso en Posoltega, llegando al ama– necer a Chinandega. Nuestro júbilo no tuvo medida: las felicitaciones. que recibimos, tanto del pueblo como de nuestros ¡efes y camaradas, eran entusiastas.
los que salieron po.r Puntarenas ya estaban en esta plaza, y se alistaban en otra expedicio·n con rumbo a San Juan del Sur. Salio esta referida expedicion con los mis· mas ¡efes y yankees; yo quedé sirviendo en esta plaza como encargado de una c:ompañía en la Casa Cabildo, y el General Pineda, Comandante del Departamento, ocupaba la vieja casa cural, teniendo en ella otra campa· ñía.
Situación del soldado
A los soldados se les pagaba un real, a los clases 15 centavos i a los oficiales 20 centavos; pero este prest o socorro no se veían por decir el señor administrador que no había dinero; yo tenía siete presupuestados y presen– ciaba las hambres y desnudeces de los pobres soldados y las lágrimas de las esposas e hijos que se "amentaban ante el esposo y padre; yo y muchos oficiales soportába– mos resignados la falta de prest y rancho, porque andá· bamos tras el triunfo de nuestros ideales y ¿el soldado tras de qué?
Insurrección y Consejo de Guerra
Me ceñí la espada y tomé los presupuestos, y sin que me detuviera otro pensamiento, pasé a la habitacion del señor Comandante, y como él se paseaba en su sala de puerta a puerta, con sus dos manos en la trasera, me paré en la puerta, y después del saludo, al que él no quiso atender, le informé que el señor administrador no cubría ni un solo presupuesto de siete que 'tenía y que yo presenciaba las necesidades de los soldados. El desatento Comandante, sin haberse parado de su paseo a oír el informe que le daba, dijo que no era cosa que él podía remediar. Su malacrianza y contestacion me in– comodaron y le di'je que yo sí podía. Pues hágalo usted, me respondio: dí media vuelta sin hacerle ninguna venia, y entrando al cuartel ordené al oficial de gutlrdia que la tuviera formada, y al centinela dí la consigna de que, salir del cuartel todos podían, pero entrar, a nadie, ni al General. Ordené di resto de la compañía que formaran con seis armas en mano, colocando dicha formadon en el corredor frente a la puerta que miraba a la plaza. El
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