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« Previous Page Table of Contents Next Page »Jerez herido
Temprano de esa misma tarde, se dispuso hacer trincheras en las puertas de la iglesia, y el General Jerez, señalando con el pie levantado hacia afuera, donde de– bía formarse, una bala le perforo el hueso de la canilla. Yo lo confieso, estaba no con miedo, sino horrorizado de ver caer muertos y heridos a nuestros compañeros. La cosa era seria.
El sitio de Granada
Pasaron horas sin avanzar un palmo más adelante, ni hacer esfuerzo para recorrer las posiciones del enemi– go, y tal inercia era debido por estar herido el jefe, nuestro caudillo; el sol como que corría a ocultarse; se– rían las 5 p.m. Mi Captián lucas Blanco me dio orden para que con mi escuadra que era no más de 14 hom– bres, fuera a ocupar las casas de nuestra izquierda, cuyos tapiales estaban a la orilla del arroyo. No sé por qué se sirvio darme a mí esta orden, no siendo más que Sar– gento, y no al oficial; pero amoldado yo a la subordina– cion, obedecí con presteza.
Venciendo dificultades, subimos las tapias de la primera casa, y haciendo boquetes en las siguientes. En uno de esos corrillos encontramos muchas familias favo– reciéndose; por la baja ventana de una pieza de dicha casa, se veía un altar, yelas encendidas, tres sacerd9te~
arrodillados uno de ellos era anciano; les acompañaban unos pocos particulares.
las familias en el patio y mediaguas lloraban y se arrodilloban ante nosotros; los pequeños también llora– ban y temblaban, con sus manecitas tendidas suplicaban; cantaban unas al Santo Dios, otras el Alabado; aquello bien presente lo tengo, era una confusion. Yo vestía buen sombrero, pantaron de casimir celeste, centro d~
piqué éQn florecitas menudas de seda, corbata orilla tinto
y saco marino azul turquí; procuré aunque muy joven, calmar y consolar a aquellas gentes, ofreciéndoles ga– rantías. Serlan las seis de la tarde.
Mis soldados se ocupaban en hacer boquetes para avanzar. Al hacer recuerdos siento extremecimientos, tiemblo del peligro inminentísimo en que íbamos, tan desviados del resto del ejército y sin conocer aquel lugar; tomaba la orilla del arroyo y tan envuelto en las espe– sas sombras de esas noches lluviosas. Bien pudo el enemigo habernos arrollado. Nosotros, sin embargo, al vernos en tal peligro y las dificultades para hacer en caso forzoso una retirada, nos internamos hasta llegar a la esquina frente a la trinchera y línea enemiga, que a más del incesante tiroteo, arrojaban a la calle envoltorios empapados en alcoholo alquitrán, para darse luz. En la esquina en que estábamos no habían muebles; sola– mente eh el salon había a su alrededor pilones de azúcar y sobre varas colgadas de los tirantes. Como es natural en tales casos, en que las cosas que caen en manos de hombres. de mala educacion, sin economía, ni reparo ni respeto, cada uno tomo el suyo, haciéndolo pedazos, pues todo ese día no se había tomado ni siquiera agua, pues los charcos que en el camino se encontraron sus aguas estaban negras de 10do,Icon las pisadas de hom– bres, bestias y carretas. En las esquinas del corredor y
las mediaguas del pequeño patio habían grandes pie-
dras que servían de pilas; éstas estaban llenas de agua; ellaS' quedaron imbebibles por su excesiva dulzura, pues cada individuo metía su pedazo de azúcar.
Los disparos que por trincheras y Claraboyas hacían los contrarios eran dirigidos ci la calle, pues sabían que las casas vecinas estaban solas. Nosotros no hacíamos ruido y las puertas de la esquina estaban éerradas. Dis– puse formar tras ellas una trinchei'ita y se puso en obra; pero un pequeño golpe de una piedra que toco la hoja de la puerta, basto para hacerla pascon a balazos. Sus– pendimos el trabajo y nos pusimos en vigilancia; la condicion de los hombres del pueblo los, hace ¡ndol,entes, desatendiendo el peligro por frivolidade$. Varios de es– tos soldados penetraron en otras piezas de la casa y encontraron ocho garrafones de vino de marañon. Me apoderé de ellos y le dí a cada uno su dosis y al descuido fuí derramando todo el resto.
Como nosotros nos quedamos vigilango y en pro– fundo silencio, pudimos observar que la línea sur de la calle, frente a nosotros, tarde de la noche, la venía cu– briendo una tropa nuestra: era mi antiguo Capitán An– drés Somarriba (a) Muñuque. Quedo· ocupada así la línea sur y tan al pie de la trinchera enemiga nadie esta– ba como nosotros.
Amanecio el día 27; yo, con un ca.bo y seis soldados, fuí a recorrer los corralillos de las casas que estaban más al norte de la esquina en que pasé la noche; pasando el primer corralillo, llegué a otro, cuya tapia n~rte estaba a la propia orilla del borde del arroyo; observé que de la tapia hacia el oriente había una mediagua que caía a la calle, cuyo fin de ella era bajada al arroyo; y se abrio un boquete y entramos; esa pieza tenía un angosto co– n'edor, que quedaba a media calle; dicha pieza de casa se ocupaba de pulpería; ésta bastante provista de víveres y otros artículos. Calladamente nos preparamos; híceles llegar víveres a los que dejé en la esquina, poniéndome de acuerdo con el Capitán Muñuque, pata providenciar, pues debía proveerle parte de dichos víveres; auxiliado así Muñuque, regresé al lugar de la pulpería con todos mis individuos; se hicieron claraboyas, y la puerta que había la aseguré con trozos de madera y leña. Pasamos la tapia de la orilla del arroyo, Y yo, con un embreado en la punta de la lanza, corriendo me coloqué tras el horconcito del corredor. El enemigo por sus claraboyas me hizo un fuego tan vivo, que salieron astillas .del hor– concito con que e.staba medio cubierto. También me hacían fuego los de la esquina sur de la trinchera. Mi retirada de ese punto era peligrosísima y permanecer en él mucho más. Hoy más: mi vestido, aunque sin distin– livo militar, me hacía aparecer jefe de importancia. No había otro medio más que resolverme a morir, pero en esos supremos momentos se me vino la idea de que mo– rir ocultándose era morir sin honor. Encomendé mi espí– ritu a Dios y le pedí su divina proteccion, y me lance a la calle sobre aquel disparar de todas direcciones, colocán– dome entre dos claraboyas y soplando el tison para prender el mechon. Mis soldados abandonaron el lugar donde estaban favorecidos y corriendo atravesaron la calle, no solo sobre los disparos de las claraboyas de frente, sino también de la trinchera y garita de la iz– quierda: ellos también se colocaron a ejemplo mío, disparando entre ellas sus fusiles, que hasta en ese 'mo– mento se hacían los primeros tiros. El alero de la casa
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